La búsqueda de sentido en un mundo en crisis
¿Qué condiciones internas y espirituales necesitamos desarrollar para reencantar la vida y recuperar el entusiasmo?
¿Cómo vivir en un mundo donde un murciélago o un alienado con un botón rojo pueden poner en riesgo la vida misma, un mundo en el que la integridad física y psíquica se ven amenazadas a diario?
Hemos convertido el planeta en un lugar árido y hostil. Demasiados factores estresantes, a escala global, hacen que la vida de muchos sea una ordalía difícil de llevar: el cambio climático, una pandemia que no termina de irse, la guerra con sus muertes, inmigrantes y refugiados, tensiones geopolíticas y crisis económicas crean una atmósfera de caos e incertidumbre que exige una dosis extra de resiliencia y un esfuerzo de adaptación a condiciones de vida adversas.
Por atmósfera me refiero al “clima social global”, que propongo imaginar como una nube densa de pensamientos y emociones negativas (miedo, ansiedad, angustia, desesperanza) generada por acontecimientos traumáticos externos y por las reacciones que despiertan en nosotros. Durante la pandemia comprobamos cómo el poder expansivo del miedo lo convierte en pánico, en una suerte de “psicosis colectiva”. ¿Cómo no irradiar esa negatividad alimentando la nube densa de emociones colectivas?
Cuando alguien tiene una personalidad conflictiva y no enfrenta sus problemas, estos se acumulan y manifiestan en distintas áreas de la vida. Si como especie padecemos una “personalidad conflictiva” y depredadora con la naturaleza y con el otro, y no enfrentamos el problema que tenemos para respetarnos, el nivel de conflictividad va aumentando y trasladándose a diferentes ámbitos: familia, educación, justicia, política, ecología, relaciones internacionales. La corrupción y el deterioro de los valores hace que naturalicemos la pérdida de esperanza y la falta de sentido de la vida. Esto tiene un efecto en nuestro ánimo y en el imaginario colectivo. ¿Cuánta ilusión tenemos de que las cosas cambien y el mundo mejore? Es lo que hay, decimos.
¿Cómo hacer entonces para recuperar la esperanza y reencantar la vida? ¿Cómo devolverle algo de su brillo y poesía, de su carácter sagrado? ¿Qué condiciones internas y espirituales necesitamos desarrollar para sobreponernos al estado agónico del mundo? Necesitamos cultivar cada vez más el territorio de nuestra interioridad para que crezcan en él recursos que no sólo nos permitan movernos en la oscuridad, sino encender más luz para poder disiparla. Conocer los factores que nutren la resiliencia ayuda a “alimentarnos” mejor de las cosas que fortalecen nuestro estado emocional, anímico y afectivo. Es volvernos
jardineros de nuestro mundo interior, arar la tierra y abonarla, arrancar lo que impide crecer y dar frutos, regar lo sembrado y permitir que reciba la luz necesaria. Vale la pena recordar algunos de los pilares de la resiliencia, la capacidad humana de atravesar la adversidad y superarla saliendo fortalecidos: Sentido de vida. Viktor Frankl, psiquiatra austríaco sobreviviente de Auschwitz, descubrió que los prisioneros que mejor sobrellevaban la devastadora experiencia del campo de concentración eran los que tenían un “por qué” y un “para qué” en sus vidas. Un amor esperándolos, un ideal o causa a la cual entregarse una vez liberados. Tener un sentido de vida genera motivación, estimula la lucha y hace crecer valores que iluminan.
Capacidad de realización. No es suficiente tener un ideal que le dé sentido a la vida, es necesario encarnarlo y luchar por él. Los ideales no pueden ser abstractos. Necesitan estar encauzados y compartidos con otros que nos acompañen en el camino y nos ayuden a persistir.
Estar en red. Estamos unidos y entrelazados con todo lo que existe y especialmente con los otros. No solo formamos parte de una comunidad, somos comunidad. Identidad vincular que tiene origen en la relación temprana con los padres. Nuestros intercambios íntimos construyen y fortalecen la solidez de los cimientos afectivos que nos sostienen. Y la red que nos hace sentir acompañados, queridos y valorados es ni más ni menos que nuestro alimento vital. Nuestra existencia vincular es lo que le da sentido a nuestro estar en el mundo. Estar bien con uno mismo. Si todo lo anterior tiene consistencia, más allá de los vaivenes naturales, nos sentimos bien con nosotros mismos y con la vida. Podemos habitar la soledad sin sentirnos solos, valorarnos y nutrirnos lo que nos alimenta “desde adentro”: el tener ideales por los cuales luchar, la satisfacción de los deseos realizados o realizándose, el amor y el reconocimiento de los seres queridos. Todo ello hace que uno se sienta parado en la vida y en el mundo con raíces que lo nutren e inspirado por valores que dan alas, que elevan y otorgan trascendencia y significado.
Esta es la inmunidad de la que no se habla. Son los anticuerpos internos que necesitamos para vivir en un mundo enfermo de sentido.
Habría que añadir que otro de los pilares de la resiliencia es la gratitud. La gratitud por la vida como un milagro, como un don que podría no habernos sido dado. Por la Tierra, la naturaleza y los seres queridos que nos acompañan en esta aventura que aún no desciframos.●