LA NACION

Jair Bolsonaro. El exmilitar que busca mantener viva la llama de la reelección

Llegó al poder en 2018 como un outsider cuando aprovechó el descontent­o y la apatía del electorado por la política tradiciona­l, pero tuvo una gestión signada por varias crisis

- Texto Marcelo Silva de Sousa

Jair Messias Bolsonaro, de 67 años, supo surfear como nadie el sentimient­o de rabia y descontent­o con la política tradiciona­l brasileña, abierto tras los escándalos de corrupción revelados por la operación anticorrup­ción Lava Jato. Con una sintaxis simple, un mensaje agresivo contra el “comunismo” y desde un partido diminuto, el Partido Social Liberal, como plataforma, saltó a la presidenci­a en 2018, completand­o una trayectori­a improbable hasta el Palacio del Planalto.

Diputado federal por Río de Janeiro durante 28 años, Bol sonar o, un nostálgico de la última dictadura militarel“bajo clero” parlamenta­rio( apenas dos de sus proyectos fueron convertido­s en ley). Para muchos era conocido por sus controvert­idos discursos en el recinto, en los que no ahorraba elogios a la dictadura e incluso llegó a homenajear al torturador de la expresiden­ta Dilma Rousseff durante el tratamient­o del impeachmen­t.

El presidente de Brasil nació en 1955 en Glicério, un pequeño pueblo del interior de San Pablo, en una familia de origen italiano. Aprendió a pescar con su padre, Percy Geraldo Bolsonaro, ‘garimpeiro’ –como se conoce a los buscadores de metales– en la selva de Pará, norte de Brasil, durante los años 1980. Más tarde, fue a la academia militar en Río de Janeiro y entró a la vida militar, donde fue capitán del Ejército, en una carrera signada por episodios de insubordin­ación.

Defensor de los valores de la “familia tradiciona­l”, Bolsonaro, el más evangélico de los católicos, tuvo cinco hijos en tres matrimonio­s diferentes, y está casado con Michelle, de 40 años, una evangélica practicant­e que cobró protagonis­mo en la campaña para seducir al electorado femenino.

El presidente, que suele profesar en sus discursos el lema “Dios, patria y familia”, tiene en sus tres hijos mayores su principal clan político, con un papel prepondera­nte en la campaña de Carlos, legislador en Río, y Flavio, senador por ese estado.

Como político, “Bolsonaro le dio voz a una derecha popular, pudo aglutinar diversas fuerzas que existían antes de él, pero no tenían un líder”, opina David Magalhaes, coordinado­r del Observator­io de Extrema Derecha, agrupando a sectores radicaliza­dos, antisistem­a y liberales .

Al cabo de casi cuatro años en el poder, llegó a los comicios con el desafío de mantener viva la llama de su reelección pese a los sondeos, que muestran para la segunda vuelta un favoritism­o por el expresiden­te izquierdis­ta Lula da Silva, en un contexto diferente al de 2018.

Si cuatro años atrás pudo montarse sobre un escenario de crisis que lo empujó como supuesto-outsider, la elección de 2022 puso al presidente brasileño ante una dificultad diferente: mostrar su gestión. Algo que intentará repetir de cara a la segunda vuelta.

En la elección estuvo sobre la mesa la evaluación de su administra­ción, mar cada por el abandono de la agenda anticorrup­ción, una agenda liberal que tuvo avances tibios, permanente­s choques institucio­nales con otros poderes y, para algunos expertos, una mala gestión de la pandemia del Covid-19.

El mandato estuvo signado por varias crisis, con el punto más alto durante la pan de mi a, que el presidente calificó como una “gripecita” mientras desdeñó la eficacia de las vacunas. Su controvert­ida postura, en contra de las medidas de los cierres para defender la economía, le valió más de una centena de pedidos de juicios políticos en el Congreso y la apertura de investigac­iones, escenario que lo llevó a forjar nuevas alianzas políticas.

Bolsonaro desdibujó la identidad que había proyectado de él mismo, un político dispuesto ano negociar con la “vieja política”. Si en 2018 él y sus colaborado­res más cercanos fustigaban a políticos del Centrão, como el ministro de la Seguridad Institucio­nal, Augusto Heleno, que llegó a llamarlos “ladrones”, Bolsonaro termina el mandato abraza do a ese grupo. Fue una cuestión de superviven­cia política. El presidente llega ala segunda vuelta con la difícil tarea de mantener viva la expectativ­a por su reelección, con él como su mayor adversario y no Lula: su rechazo orilla el 50%, según sondeos.

El Capitão do povo, como se presenta en su jingle de campaña, mantiene, no obstante, una base irreductib­le de seguidores de al menos un tercio del electorado que lo apoya como el primer día. Cuenta con el respaldo de buena parte de los evangélico­s y el agronegoci­o. Y buscó reducir la ventaja de Lula en el electorado más humilde con el programa Auxilio Brasil, reforzado la víspera de las elecciones.

La economía entrega señales de recuperaci­ón y se convirtió en un activo. La inflación cae, combatida con una tasa de interés alta y cortes de impuestos, y el desempleo también, en el 8,9%, el menor nivel en siete años.

El gobierno avanzó con la reforma de las jubilacion­es, en 2019, privatizó la compañía eléctrica Eletrobras y fijó reglas para la generación de un buen ambiente económico, como la autonomía del Banco Central.

Admirador de Donald Trump, Bolsonaro invirtió parte de su campaña en el ataque al sistema de urnas electrónic­as, agitando sin pruebas el fantasma de un posible fraude, lo que generó nerviosism­o por la posibilida­d de que una eventual derrota no sea reconocida, a imagen y semejanza del republican­o.

Víctima de un atentado a cuchillazo­s en septiembre de 2018, el presidente suele repetir que haber sobrevivid­o al ataque, perpetrado por un paciente psiquiátri­co, fue un milagro de Dios, así como su llegada a la presidenci­a, un designio divino.

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