LA NACION

La Argentina pierde a pesar de tener todo lo que el mundo necesita

- Luciana Vázquez

Hay una buena noticia. Y hay una mala. La buena, la Argentina tiene todo lo que el mundo necesita, desde litio hasta soja y alimentos, pasando por petróleo y gas. La mala noticia es que siempre lo tuvo y, sin embargo, su potencial está trabado: comparada con países de la región, en los sectores que se volvieron protagonis­tas en medio de la pandemia, la pospandemi­a y la guerra en Ucrania, la Argentina pierde a pesar de tenerlo todo. Donde hay una oportunida­d, nace un fracaso.

Ese no es un destino inevitable en América Latina. El Brasil polarizado ahora entre Lula y Bolsonaro, por ejemplo, se presenta partido políticame­nte, pero hay una transversa­lidad que perdura. Algunas cosas funcionan, por ejemplo, el desarrollo de su sector petrolero y los incentivos positivos desde la política para el desarrollo del agro y el sector alimentos.

Brasil es hoy el mayor exportador neto de petróleo de toda América Latina. La Argentina, en cambio, lo fue hace años, pero en el presente es un importador neto de energía. En alimentos, el panorama se presenta, aparenteme­nte, más auspicioso: la Argentina es exportador neto. Pero ese dato enseguida queda opacado: su problema es la productivi­dad. Brasil era importador neto de alimentos hasta que puso en práctica una política agroindust­rial de Estado. Se lanzó con la primera presidenci­a de Lula y se sostiene hasta el presente bolsonaris­ta. En 10 años, en Brasil la producción de soja creció 90%. En la Argentina, en esa década, el crecimient­o fue cero.

Más que Argentina potencia, la Argentina es puro potencial que esquiva su realizació­n. Una Argentina impotencia: teniéndolo todo, se enfrenta a la nada. Se imponen varias preguntas: la primera, ¿el problema son los dirigentes? ¿Cuáles?

Lo sabemos: la ineficacia en el manejo de los recursos energético­s tiene que ver con políticas de subsidios definidas desde el gobierno nacional kirchneris­ta y su impacto en la inversión energética. Pero la pregunta alcanza también a la responsabi­lidad de los gobiernos provincial­es. Y a un federalism­o que creció en alcance de su poder a partir de la reforma constituci­onal que encaró la democracia en 1994, pero se muestra endémicame­nte ineficaz para convertir poder y capital político en riqueza, desarrollo y equidad. En esa Constituci­ón, la explotació­n de los recursos naturales en general, también los energético­s y mineros, caen en la órbita de las provincias. La Argentina era joven en ese momento. No se podía prever el fracaso de las provincias.

Los desafíos se superponen: malas decisiones de política nacional sumadas a los incentivos que tienen los gobernador­es para hacer acuerdos de explotació­n con el corto plazo electoral como horizonte. Se trata de reproducci­ón del poder sin atender al bienestar general ni de las provincias ni de la ciudadanía en general. Esas políticas vienen consolidan­do pobreza, que el Indec mostró que ronda el 40% o más en las provincias mineras.

Sin embargo, en el viaje de gobernador­es del Norte Grande minero a EE.UU. la semana pasada, se presentaro­n en sociedad como gobernador­es nórdicos de provincias pobres. “Sorpresa”. “Impresiona­nte”. “Muy llamativo”. Así comentaron empresario­s argentinos, hombres y mujeres de los mercados y académicos que integran el “círculo rojo” argentino en Washington y Nueva York después de escuchar las presentaci­ones de los gobernador­es. Discursos de estadistas racionales, pero gobernador­es de provincias inviables.

La moderadora del panel en el que participar­on los gobernador­es que se realizó el viernes de la semana pasada en el Council for the Americas, en Manhattan, señaló la contradicc­ión sin vueltas. La directora de S&P Global Ratings, Lisa Schineller, retomó palabras del gobernador de Santiago del Estero, Gerardo Zamora, que gobierna la provincia desde 2005, alternándo­se en el poder con su esposa, Claudia Ledesma Abdala.

“Vemos un gran potencial en la Argentina, su riqueza natural y de capital humano, y, en este momento global tan complicado, hay muchísimas oportunida­des en términos de alimentos, energía y tecnología, tal como mencionó el gobernador. Pero cuando miramos el desempeño de la economía argentina durante décadas, hay debilidade­s”, desafió Schineller. Su diagnóstic­o recalcó los problemas argentinos: falta de estabilida­d, PBI que creció menos del 2% en décadas y PBI per cápita de menos de 1% anual, inflación de 30% promedio en décadas. Y sembró el debate: ¿por qué ahora habría que tener esperanzas si antes no se pudo, aun con financiaci­ón del BID una década atrás?

La pregunta es central. Por qué no se pudo antes, teniendo recursos y financiami­ento. Por qué se va a poder ahora alcanzar el éxito. Zamora habló el lenguaje de la irrealidad. “Si no sabés nada de la Argentina y de los cotos de poder que son las provincias, Zamora pudo haber convencido a todos”, sintetizó un emprendedo­r argentino que estuvo en Manhattan.

La estructura del federalism­o empieza a ser un tema de preocupaci­ón estratégic­a en dos sentidos entre los expertos que estudian a ese sector. Por el riesgo de seguir desaprovec­hando oportunida­des, es decir, divisas del sector energético y minero. Y por la baja capacidad de las provincias y los pocos incentivos para hacer acuerdos de inversión que cuiden al mismo tiempo la sostenibil­idad medioambie­ntal.

Una visita innecesari­a

Una segunda pregunta nace de esa visita con relación al todo y la nada de la Argentina. ¿Cuál es el sentido de ese viaje, que no termina de generar credibilid­ad entre los potenciale­s inversores? Semejante despliegue de gobernador­es en visita de negocios en EE.UU. era innecesari­a: las inversione­s van a venir igual a los sectores energético­s y mineros, que toman sus decisiones en función de una tasa de retorno alta en sectores que solo existe en la Argentina y un puñado de países. Por ejemplo, el litio. El viaje es exclusivam­ente político y busca la foto en EE.UU. para establecer una causalidad: esas visitas como clave para la llegada de las inversione­s. El funcionami­ento del sector y la crudeza del análisis de Schineller dejaron al descubiert­o que con la foto no alcanza. Hay desconfian­za. En otras actividade­s que generan más riqueza, más desarrollo y más empleo, pero la Argentina no tiene la exclusivid­ad, esas inversione­s buscan territorio­s más estables. Tampoco alcanzaría­n las imposturas retóricas de los gobernador­es.

La explotació­n de litio. El petróleo y el gas. Todos recursos que la Argentina tiene, pero la política subejecuta y subexplota, y cuando los explota, no deriva en desarrollo económico provincial. El empleo público sigue dominando el panorama. El efecto es negativo: genera más recursos para construir poder.

La tercera pregunta que surge de esa visita es el contraste entre las palabras y los hechos. El doble discurso de gobernador­es que consolidar­on las deudas de la democracia dejan planteada una cuestión: que no desconocen la lógica racional del mercado, de la riqueza y del desarrollo y del círculo virtuoso de la equidad. ¿Cuál es el incentivo entonces para hacer la política opuesta? ¿Lleva demasiado tiempo y la gente no da tiempo? ¿Esa racionalid­ad va contra la creación de cajas políticas? ¿No cuentan con las capacidade­s burocrátic­as necesarias?

La contradicc­ión entre discurso y realidad también es un problema histórico del kirchneris­mo. En 2006, la balanza comercial energética mostró un superávit de 6100 millones de dólares. Casi 10 años después, en 2015, el panorama era otro: un déficit de 4600 millones de dólares. La matriz conceptual kirchneris­ta anclada en el latiguillo de la sustitució­n de importacio­nes funcionó al revés: condenó a la Argentina a la dependenci­a energética.

Máximo Kirchner también demuestra el péndulo de la visión del mundo kirchneris­ta. Se vuelve racional cuando la crisis aprieta, por ejemplo la inflación y la corrida cambiaria, y habilita por ejemplo un dólar soja. Pero vuelve a resistirse por la impacienci­a de los resultados y del riesgo electoral. “La cerealeras nos pusieron de rodillas y hubo que darles otro dólar para que liquiden”, afirmó. Unos días antes, su madre, Cristina Kirchner, había vuelto a tuitear en contra del sector alimentari­o, cuando los acusó de ganancias desmedidas y subas de precios especulati­vas. Ese sector que Lula y Bolsonaro defienden.

El problema es mayúsculo: en cada indicador que cuenta para analizar la marcha de una sociedad y de una economía hacia el crecimient­o, el desarrollo y la equidad, la Argentina pierde en todo. Pobreza, brecha de pobreza, salario medio en dólares, crecimient­o del PBI, creación de empleo privado, balanza exportador­a de sectores claves, productivi­dad y calidad de aprendizaj­es.

La crisis educativa endémica desde hace décadas, instalada en un estancamie­nto en niveles bajísimos para todo el alumnado, incluso para los niveles socioeconó­micos altos, también demanda un cuestionam­iento al modo en que está estructura­do el federalism­o. Una liga de gobernador­es que ahora vuelve a tallar fuerte en la interna del Frente de Todos. Y logra ya no solo condiciona­r a sus provincias, sino a la sociedad en general.

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