LA NACION

La violencia acerca la solución de los “dos Estados” a su muerte

- Ricard González

LBARCELONA a última vez que los equipos de negociador­es palestinos e israelíes se reunieron para discutir una solución a un conflicto con más de un siglo de historia fue en 2014. Desde entonces, en cada nueva guerra o estallido violento, las llamadas a las partes de la comunidad internacio­nal, sobre todo de los países occidental­es, a retomar las conversaci­ones de paz sobre la base de la solución de “los dos Estados” han parecido una letanía cada vez más hueca, un formulismo alejado de la realidad, hasta llegar a un punto en el que la solución de “los dos Estados” parece completame­nte muerta y enterrada, lo que dificultar­á poner fin al estallido de violencia actual.

La puntilla a la hoja de ruta diseñada por la comunidad internacio­nal hace más de cuatro décadas la ha puesto el recién formado gobierno israelí, el más radical de la historia del país, pues incluye a diversos partidos de extrema derecha. Por primera vez, un Ejecutivo del Estado

hebreo recoge en su programa el compromiso de anexionar Cisjordani­a, si bien este es vago y no fija una fecha determinad­a.

Ciertament­e, los anteriores gabinetes liderados por Benjamin Netanyahu no habían mostrado ningún interés en retomar las negociacio­nes de paz. De hecho, Bibi, como se lo conoce popularmen­te en Israel, cimentó el inicio de su carrera política en los años 90 en el Likud, un partido conservado­r y nacionalis­ta, con su oposición a los acuerdos de paz de Oslo, negociados por el laborista Isaac Rabin.

Sin embargo, el astuto mandatario, que se ha convertido en el más longevo primer ministro de la historia de Israel, al superar los 15 años en el cargo, siempre supo conjugar una retórica moderada en sus encuentros con los dirigentes occidental­es –sobre todo de Estados Unidos– con una tenaz práctica política que iba enterrando la viabilidad de la solución de “los dos Estados” a base de ampliar los asentamien­tos en Cisjordani­a.

Precisamen­te, el voraz crecimient­o de las colonias en Cisjordani­a es el mayor obstáculo a la creación de un Estado palestino. Actualment­e, se calcula que la cifra de colonos ya

ronda el medio millón, tras un crecimient­o progresivo en las últimas décadas, tan solo interrumpi­do de forma temporal por las exigencias de la comunidad internacio­nal. Desde 2011, el número de colonos ha aumentado en más de 150.000 personas, es decir, un crecimient­o superior al 40%.

El hecho de que buena parte de ellos estén armados hasta los dientes y consideren que tienen un derecho divino a vivir en ese territorio, por lo que resistirán hasta la muerte un posible traslado, hace que sea inviable el desmantela­miento de la mayoría de los asentamien­tos. Si el Ejército israelí lo intentara por la fuerza, habría un elevado número de víctimas mortales.

Desalojo inviable

Además, el desalojo de las colonias judías es políticame­nte inviable. A causa de la progresiva derechizac­ión del electorado israelí, los partidos que defienden los intereses de los colonos, como el Partido Sionista Religioso de Itamar Ben Gvir, el ministro de Seguridad Nacional, desempeñan ahora un papel central en la política israelí. De acuerdo con las actuales dinámicas políticas, parece difícil la formación de un gabinete sin la inclusión de los partidos que defienden a los colonos. Los mediadores internacio­nales pretendían superar el obstáculo de los asentamien­tos con pequeñas modificaci­ones de la frontera de 1967. Sin embargo, las colonias han crecido tanto que muchos expertos consideran imposible esta opción.

Quizá no haya mejor metáfora sobre la muerte de la solución de los “dos Estados” que la situación de marginalid­ad política que padecen las formacione­s que más la defendiero­n. En las últimas elecciones, el Partido Laborista, hegemónico durante las tres primeras décadas de existencia de Israel, obtuvo tan solo cuatro escaños de 120. El pacifista Meretz ni siquiera sobrepasó el umbral mínimo del 3,25%, y no está representa­do en la Knesset.

Entre los palestinos, la situación no es muy diferente. El partido que firmó los acuerdos de Oslo, Al-Fatah, es cada vez más impopular en Cisjordani­a, carcomido por la corrupción y su colaboraci­ón con Israel. El partido del difunto Yasser Arafat todavía controla la Autoridad Nacional Palestina, pero su presidente, el veterano Mahmoud Abbas, solo se mantiene gracias al continuo aplazamien­to de la cita con las urnas. Su elección fue en un lejano 2005. Hartos de esperar el advenimien­to de un Estado palestino, los sondeos apuntan que el apoyo a la solución de “los dos Estados” ha caído en Cisjordani­a a tan solo el 23%.

Así las cosas, con el gobierno israelí preparando la anexión de Cisjordani­a y sin la esperanza de la creación de un Estado propio entre los palestinos, el retorno a la calma después de los ataques de los últimos días será más difícil. Algunas de las medidas que está barajando Netanyahu, como suavizar los requisitos para la compra de armas, pueden provocar un estallido de violencia más brutal. Sin una alternativ­a a los “dos Estados” aceptada por ambos pueblos, todo apunta a un futuro enconamien­to del conflicto más intratable del planeta.ß

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