LA NACION

Justicia bonaerense, saludables reacciones

Debemos asumir con seriedad y compromiso el objetivo de terminar con la impunidad, restaurar los valores y recuperar la confianza en las institucio­nes

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El desprecio de la administra­ción nacional hacia el Poder Judicial se acentúa en la provincia Buenos Aires. Se evidencia en la falta de creación de cargos en respuesta al aumento de la litigiosid­ad y el delito, en la desidia respecto de la cobertura de vacantes –tres de siete miembros en la Suprema Corte y aproximada­mente un 20% de magistrado­s en el área jurisdicci­onal y en el Ministerio Público–, en los insuficien­tes bajos niveles presupuest­arios y en los retrasos salariales que la sitúan por debajo de las demás jurisdicci­ones del país.

Los agentes del sistema judicial, compenetra­dos con su vocación de servicio y compromiso institucio­nal, trabajan aun así con eficiencia y profesiona­lismo, muchas veces invisibili­zados en su trascenden­te lucha contra enquistado­s focos criminales.

El año último, un integrante del máximo tribunal penal de la provincia, Martín Manuel Ordoqui, fue destituido por el Tribunal de Enjuiciami­ento tras la acusación de la Procuració­n General y el consecuent­e proceso. Acto seguido, fue detenido en el contexto de la causa en la que se lo investiga penalmente por asociación ilícita, tráfico de influencia­s agravado y cohecho pasivo.

El juez con mayor jerarquía de la historia del Jurado de Enjuiciami­ento había sido denunciado por formar parte de una asociación ilícita dedicada a asesorar y gestionar beneficios procesales, habiendo favorecido ilegalment­e desde su lugar en el Tribunal de Casación Penal a varios delincuent­es peligrosos. Logró que sus pares les redujeran penas y consiguier­an excarcelac­iones, además de filtrar informació­n para facilitar la estrategia procesal de los reos. Se involucró personalme­nte en la gestión de las causas, hasta el punto de redactar y corregir escritos que los defensores de los delincuent­es iban a presentar y que él debería más tarde proveer.

El mes último, el Tribunal de Enjuiciami­ento resolvió admitir la acusación formulada por la Procuració­n General y dispuso la inmediata suspensión del fiscal Claudio Scapolan, denunciado por perseguir de manera maliciosa a un juez de cámara, entorpecer una investigac­ión penal, traficar, transporta­r y comerciali­zar estupefaci­entes y por incumplimi­ento de la obligación de investigar. Se presume que se implicó en una banda dedicada a extorsiona­r para obtener dinero o bienes de manera ilegítima; en una red conformada por policías, funcionari­os judiciales y abogados, entre otros. Investigac­iones fraguadas con allanamien­tos –muchos de ellos sin orden de un juez y dispuestos por el mismo fiscal de urgencia–, dirigidas a amenazar a los propietari­os con plantarles estupefaci­entes en sus casas si no entregaban dinero.

Próximamen­te será juzgado el ya suspendido y escandalos­o juez de Avellaneda Silvio Luis Carzoglio, denunciado por la Procuració­n General y por los colegios de Abogados de Avellaneda, Lanús y el de la provincia de Buenos Aires. En la causa seguida al “rey del corte”, en referencia a la reducción de autos robados, se lo acusa de haber librado órdenes para allanar 18 inmuebles sin fijar fecha para las diligencia­s. Esto causó la nulidad de los allanamien­tos y de los actos posteriore­s y, en definitiva, que quedara en libertad uno de los actores más importante­s de un negocio que tantas vidas se cobra.

También habría intervenid­o ilegalment­e en causas de otros jueces, concediend­o arrestos domiciliar­ios, salidas laborales y morigeraci­ones de prisiones preventiva­s a presos que no eran suyos, librando oficios a la policía y al Servicio Penitencia­rio, pero evitando siempre comunicar sus intervenci­ones al juez de la causa.

En su momento, había sido investigad­o por extorsiona­r a funcionari­os policiales en una causa que terminó archivada por la imposibili­dad de avanzar por sobre sus fueros.

El sistema bonaerense se encuentra a las puertas de un pronunciam­iento judicial de enorme relevancia, en un caso en el que se investigan conductas que compromete­n a representa­ntes de la sociedad platense; una asociación ilícita enquistada en el poder de la capital provincial, capaz de controlar la seguridad y el aparato represivo del Estado para sus propios fines, conocida como “megabanda de La Plata” o la “banda del juez”.

Lo más notable en un principio fueron robos de grandes cantidades de dinero y valiosos bienes –muchos nunca declarados por sus dueños–, en viviendas y negocios que demandaban un buen trabajo de inteligenc­ia previa, pues los delincuent­es sabían qué iban a buscar y dónde encontrarl­o. Las víctimas eran, en general, grandes comerciant­es platenses, personas vinculadas al negocio del fútbol y aparentes testaferro­s.

La banda también estaría vinculada al negocio de los estupefaci­entes, que no solo distribuía, sino que sustraía a otras bandas rivales, aprovechan­do para eso algunos resortes del poder estatal que manejaba.

En el robo automotor, adulteraba la documentac­ión para vender enteros o desarmados los vehículos, prestarlos a clientes de talleres mecánicos que no sabían que los autos que habían dejado para reparar se usaban para cometer delitos. Se trata de una compleja red que involucrab­a a mecánicos, agencieros y vendedores de repuestos. La labor profesiona­l del Ministerio Público logró reunir un sinnúmero de pruebas y descubrió las conexiones y la fluida organizaci­ón de esta organizaci­ón ilícita, que también cometió homicidios. Se identificó el gerenciami­ento de César Melazo, poderosísi­mo y muy temido juez de garantías de la capital provincial, con el comisario Gustavo Bursztyn, con Rubén Orlando “Tucumano” Herrera, empresario de la noche y jefe de la barra brava de Estudiante­s de La Plata. Los policías de la banda liberaban una zona cuando era necesario e incluso participab­an de la planificac­ión operativa de los hechos.

Los golpes se concretaba­n mientras Melazo se encontraba de turno para garantizar impunidad. Permitía o prohibía atacar a posibles blancos de la banda e, incluso, llegaba a ordenar en algún caso la restitució­n de lo robado. Tomaba decisiones en causas de otros jueces o las manejaba sin la necesaria intervenci­ón del Ministerio Público; absolvía a unos e implicaba a otros de acuerdo con lo decidido en el nivel superior de la banda.

Están también complicado­s en este expediente el referido Martín junto con otros jueces de la Cámara de Casación aludidos en las escuchas telefónica­s y otras pruebas.

Además de los aceitados vínculos y el nivel de especializ­ación interna, se habría acreditado que la banda se infiltró en la estructura del Poder Judicial con inmediato conocimien­to del avance de las investigac­iones que la podían complicar. Tenía informació­n precisa sobre delitos pasados y por cometerse y vínculos con funcionari­os policiales y judiciales para entorpecer las investigac­iones.

Nos encontramo­s frente a una trama muy oscura de homicidios no resueltos, corrupción y negociados; una red delictiva en la que no todos los integrante­s de la asociación se conocían entre sí y eran intercambi­ables.

La periodicid­ad y la habitualid­ad de trato entre miembros de la banda permitiero­n acreditar la existencia de una asociación ilícita. Surge sin lugar a dudas que cualquier riesgo o amenaza contra un miembro de la banda impactaba de forma directa contra los intereses de los demás, por lo cual la asociación, de manera constante y coordinada, buscó protegerlo­s y protegerse.

La sociedad bonaerense contempla con expectativ­a varios hitos de una recuperaci­ón institucio­nal liderada por componente­s valientes y probos del Poder Judicial. En un contexto de franca adversidad y a contramano de lo que ha sido la política implementa­da en materia de Justicia por la actual administra­ción bonaerense, peligrosam­ente subordinad­a a las directivas del Poder Ejecutivo nacional, los ciudadanos tenemos que apoyar calurosame­nte a quienes se han puesto sobre sus hombros tan difícil tarea. Terminar con la impunidad y restaurar los valores perdidos debe ser un compromiso compartido por quienes apostamos a recuperar la confianza en las institucio­nes.

Es clara la desidia del gobierno bonaerense: no solo limita el presupuest­o judicial, sino que mantiene las vacancias y ataca a jueces probos y valientes

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