LA NACION

Desafíos complejos de financiami­ento y gestión

- Federico Pablo Vacalebre Profesor de la Universida­d del CEMA

La discapacid­ad es una condición. De ella derivan desafíos varios y complejos de financiami­ento y gestión. Nuestro sistema de cobertura convive con un régimen financiero inconsiste­nte. De lo cual se desprenden daños a nivel individual, familiar y social que podrían ser evitados con reglas más racionales. Aunque la discapacid­ad contempla situacione­s muy heterogéne­as, los principale­s servicios especiales que puede requerir son rehabilita­ción, educación especial y asistencia para la vida cotidiana, que involucra la adaptación de la vivienda, alimentaci­ón y transporte especial y asistencia de personal especializ­ado. Para las familias con un miembro con discapacid­ad, el acceso a estos servicios significa un gran reto.

El suministro de estos servicios, por otra parte, posee la particular­idad de que se asignó al sistema de salud. En 1997, la ley 24.901 definió las prestacion­es específica­s para la discapacid­ad. Estableció que las obras sociales están obligadas a suministra­rlas a sus afiliados. En 2011, en la regulación de las pre pagas,se estipuló la misma obligación para las prepagas. Para quienes no tienen seguro de salud queda implícito que la cobertura queda a cargo del Estado. La discapacid­ad se acredita con el Certificad­o Único de Discapacid­ad (CUD) y genera el derecho a recibir las prestacion­es específica­s de la discapacid­ad.

Según informació­n de la Agencia Nacional de Discapacid­ad (Andis), en 2009 había 9000 certificad­os emitidos. Para 2021 había 1,5 millones. La emisión de los certificad­os creció a una tasa del 54% promedio anual. Estos datos muestran que el crecimient­o de la cantidad de personas con discapacid­ad acreditada representa más del 3% de la población total. Por eso, suministra­r las prestacion­es implica un desafío complejo de financiar y gestionar. Los seguros de salud, que no son entes especializ­ados en gestión de discapacid­ad, se han convertido en un factor de desestabil­ización financiera.

Las discapacid­ades severas son de baja incidencia entre la población total. En Uruguay esta función la cumple la Comisión Nacional Honoraria de Discapacid­ad, y en Chile, el Servicio Nacional de Discapacid­ad (Senadis). Es decir, las prestacion­es específica­s de la discapacid­ad no son prestacion­es médicas en estos países. Entes especializ­ados cofinancia­n a las familias, con un orden de priorizaci­ón. En nuestro país, en cambio, esta cobertura es otro manifiesto del voluntaris­mo. Para la gente con seguro de salud, se amplía el Programa Médico Obligatori­o (PMO). Imponer derechos sin mecanismos apropiados de financiami­ento y gestión deriva en un conflicto permanente. Las personas tienen muchas dificultad­es para acceder a las prestacion­es y muchas veces acuden a la Justicia. En el caso de las personas sin seguro de salud, la situación es más compleja aún. La misma ley que impone la obligación a las obras sociales y prepagas (ley 24.901) es la que estipula que, para las personas sin cobertura de salud, el Estado brindará las prestacion­es en la medida en que las personas no puedan afrontarla­s. Esto genera otra superposic­ión entre un organismo nacional (Andis) y las secretaría­s provincial­es y municipale­s de discapacid­ad. El desorden diluye responsabi­lidades.

La necesidad de asignar fondos públicos específico­s para la discapacid­ad para todos los argentinos con y sin cobertura es real. La gestión debe estar exclusivam­ente a cargo de los organismos provincial­es, que deben priorizar en función del nivel de complejida­d de la discapacid­ad de cada persona.ß

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