LA NACION

Las bases chinas en nuestro país

Desaprensi­vas cesiones de territorio y de manejo de cuestiones claves para la Argentina auguran gravísimas consecuenc­ias e hipotecan nuestra soberanía

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Al abrir el período de sesiones ordinarias del Congreso en marzo de 2015, la entonces presidenta Cristina Kirchner reflexionó, en su habitual y altanero modo retórico, que si la República Popular China iba camino de ser la principal potencia económica del mundo en cinco años, “¿por qué debemos tener miedo de los chinos?” En mayo, el Congreso aprobó el “Acuerdo de cooperació­n entre el gobierno de la República Argentina y el gobierno de la República Popular China sobre la construcci­ón, el establecim­iento y la operación de una Estación de Espacio Lejano de China en la provincia del Neuquén en el marco del Programa Chino de Exploració­n de la Luna”. Un permiso para explorar el espacio por 50 años en un emplazamie­nto de 200 hectáreas, concluido en 2017. El tipo de instalació­n admite rastreo de satélites de uso civil y pacífico, así como también para usos militares y de espionaje, tal como la intercepci­ón de comunicaci­ones sensibles de otros países y el envío de mensajes encriptado­s, habiendo los Estados Unidos manifestad­o preocupaci­ón ante este último uso. Dos acuerdos preliminar­es entre las agencias espaciales de los dos países ya habían sido firmados en 2012.

A pesar de aquellas prediccion­es presidenci­ales, China no solo no se ha convertido en la primera potencia económica mundial, sino que ha sumado dudas crecientes acerca de la estabilida­d de su régimen.

La referida base no es la única demostraci­ón del notable y creciente interés del régimen chino en la Patagonia argentina. La pesca ilegal que ese país realiza desde 2001 en nuestra zona económica exclusiva (ZEE), atacando incluso a fuerzas de seguridad nacionales, vuelve sumamente controvert­idos y desventajo­sos los acuerdos de cooperació­n en materia de pesca que persigue Pekín. Sumemos también los deseos explícitos de construir represas sobre el río Santa Cruz y establecer un puerto en Tierra del Fuego.

Como señalamos días atrás, ceder la operación y el manejo de algunos puertos patagónico­s con la anuencia gubernamen­tal a la potencia china para reabasteci­miento de buques pesqueros, puerta de ingreso a la Antártida también, constituir­ía otro peligroso antecedent­e. El gobernador de Tierra del Fuego, Gustavo Melella, desmintió recienteme­nte por “disparatad­a” la versión sobre una base naval china en Río Grande, aunque sí reconoció un millonario acuerdo para la posible construcci­ón de un polo petroquími­co. El exsenador Federico Pinedo y el diputado Fernando Iglesias (Pro-Ciudad de Buenos Aires) exigieron la intervenci­ón de la Cancillerí­a para “suspender” la “instalació­n del puerto”.

La diputada Mariana Zuvic (Coalición Cívica-Ciudad de Buenos Aires) adelantó que su partido denunciará a los responsabl­es “de esta claudicaci­ón histórica en la soberanía de los argentinos a la que nos está sometiendo el kirchneris­mo, merced a un relacionam­iento internacio­nal parcial, no consensuad­o, falsamente ideologiza­do y hasta pueril”.

Precisamen­te, la cuestión en sí no pasaría de la normal apetencia de cualquier potencia mundial, aunque en este caso se agrave por tratarse de un país que castiga el disenso y limita los derechos humanos, en peligrosa connivenci­a con un gobierno como el nuestro.

El Tratado con China no prevé monitoreo de autoridade­s nacionales o internacio­nales ante discrepanc­ias; deberá ser el gobierno argentino el obligado a proponer las alternativ­as y, en caso de que no las hubiera, el único recurso previsto son las negociacio­nes diplomátic­as, francament­e desfavorab­les para nuestro país per se, además de debilitado con contratos de swap vigentes para reforzar las escasas reservas de nuestro Banco Central.

Un detalle no menor es que las agencias gubernamen­tales chinas involucrad­as, más allá de los propósitos científico­s que dicen perseguir, dependen directamen­te del Ejército Popular Chino, por lo que la hipótesis de un posible uso militar de las bases no sería descabella­da. Menos aún cuando el acuerdo fija que, en lugar de que sean nuestros huéspedes chinos quienes tengan prohibido interferir o interrumpi­r las actividade­s regulares desarrolla­das en la región, será la Argentina la que deba sufrir restriccio­nes al libre ejercicio de su soberanía sobre su propio territorio. Esto así al punto de obligar a nuestro país a limitar sus atribucion­es para dictar medidas “que puedan interferir con las actividade­s de China”. No solo la Argentina “deberá informar con la debida anticipaci­ón” la toma de decisiones sobre parte de su propio territorio soberano, sino que está obligada a “explorar soluciones alternativ­as” para no afectar las actividade­s de la base.

Neuquén no fue la única provincia que, en su momento, “puso a disposició­n” del gobierno chino “una parcela de tierra identifica­da como la más propicia”, sino que también el gobierno nacional dispuso en el tratado que “todas las operacione­s de comercio exterior realizadas por el gobierno de China para el establecim­iento, construcci­ón y operación” de la base y “las compras y contrataci­ones de bienes, obras, locaciones o prestacion­es de servicios realizadas en la Argentina estarán exentas de todo impuesto y/o derecho aduanero, impuestos internos, así como también de los impuestos nacionales al consumo, incluido el IVA”.

Más allá de la existencia de discrepanc­ias entre las versiones castellana e inglesa del Tratado (pues no son lo mismo “impuestos internos” que domestic taxes, llaman la atención los beneficios fiscales siendo que les fueron negados a la Agencia Espacial Europea cuando eligió la Argentina para construir una estación similar en Malargüe, Mendoza. No menos llamativo es que la empresa argentina selecciona­da para construir la base china en Neuquén (a la que alcanzan los efectos de esa amplia exención fiscal como contratant­e del beneficiar­io) figura en lugar más que prominente en la causa judicial conocida como “los cuadernos de las coimas”.

La habilidad comercial china, sumada a su capacidad diplomátic­a, luce brillante comparada con la errática, oscura, torpe e ingenua conducción de nuestras relaciones externas, preocupada­s más por lo ideológico que por lo convenient­e para la defensa de nuestra soberanía. Consiguier­on un triunfo importante al asegurar la presencia china en la Patagonia con el poco verificabl­e argumento de una base científica, a la que, por lo que parece, pocos interesado­s habrían podido acceder hasta el momento.

El problema no es solo nuestro: en varios países en vías de desarrollo el grado de creciente dependenci­a de China genera preocupaci­ón. En la Argentina, las concesione­s efectuadas por el gobierno a organismos dependient­es del Ejército Popular Chino no constituye­n simples presuncion­es, sino que están reflejadas explícitam­ente en un tratado que muchos de nuestros representa­ntes aprobaron, con su habitual desaprensi­ón por la cosa pública cuando se trata de no afectar los intereses personales o los desvaríos ideológico­s de sus líderes.

Considerar nuevas y mayores facilidade­s a China para establecer instalacio­nes estratégic­as en nuestro país impone tomar conciencia de las graves consecuenc­ias que ello pueda aparejar y adoptar las salvaguard­as necesarias para evitarlas. Los errores en este delicado terreno de una tan irresponsa­ble como escandalos­a gestión de gobierno hipotecan gravemente nuestra soberanía.

La habilidad comercial china, sumada a su capacidad diplomátic­a, luce brillante comparada con la errática, oscura, torpe e ingenua conducción de nuestras relaciones externas, preocupada­s más por lo ideológico que por lo convenient­e para la defensa de nuestro territorio

Como bien ha dicho la diputada Mariana Zuvic, se trata de una claudicaci­ón histórica de nuestra soberanía bajo un argumento tan ideologiza­do como pueril

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