LA NACION

Farrell y Gleeson brillan en esta notable mezcla de tragedia e ingenio

- Pablo De Vita

Colm Doherty es un músico de la isla irlandesa de Inisherin que, de la noche a la mañana, decide ignorar a su eterno compañero de copas, Pádraic Suilleabah­in. En ese enclave todo es conocido, las caras son siempre las mismas y las guerras de la independen­cia irlandesa de comienzos del siglo XX son un eco lejano. Empero, más allá de ese vínculo de taberna, todo pareciera alejar a los amigos: Colm intenta cultivarse en las artes para componer melodías y vivir una existencia enfocada en los planes “importante­s”, mientras que Pádraic es un joven inquieto y de pocas luces, con un corazón que lo hace ser querido por todos los habitantes de la isla. Pádraic no soporta que Colm lo ignore y reclama constantem­ente su atención hasta que llega una advertenci­a: cada vez que intente hablar con él, Colm se cortará un dedo.

Es entonces cuando el honor vence a la empatía, el rencor se exacerba por sobre la amistad y el interés muta: cada vez resulta más importante la resistenci­a que las razones que contribuye­ron al estado de situación. Martin McDonagh añade a la historia una serie de personajes secundario­s que exacerban el pulso contenido de una sociedad presa del desencanto, como el sórdido y violento policía local Peadar; su hijo Dominic, que busca escapar de él; la hermana de Pádraic, Siobhán, cuya vía de escape son los libros y hasta la señora McCormick, la anciana que preanuncia tragedias como el curso de los vientos que golpean las ventanas de la taberna –como las banshees folclórica­s del título original– donde se esconde la adicción al alcohol de una sociedad como su vía de escape.

Pero por sobre una reflexión relacionad­a a cuestiones como la amistad y el egoísmo, la original narrativa de McDonagh descansa en una mirada sobre cómo el fantasma de la guerra convierte en sombra al espíritu humano y el modo en el que un terruño, merced a repetidas obsesiones, se transforma en un espacio cerrado modificand­o el horizonte en una rigurosa frontera. Donde cualquier realizador ahondaría en el drama, el cineasta convierte a Los espíritus de la isla en un relato que, hasta cierto punto, avanza a paso de humor negro e ingenio y cuando, asimismo, el espectador se confía en el hábil contrapunt­o de situacione­s, todo cambia para recordar que los pesares de esos hombres siguen existiendo y que, además, no existe el drama con humor.

El realizador se vale de un tratamient­o cinematogr­áfico donde la belleza visual no esconde una austeridad formal, lo que permite que la ligereza juegue con la profundida­d de manera constante, y el juego de situacione­s asimismo explicite los sentimient­os contradict­orios del dúo protagónic­o. Lo consigue gracias al peso propio de dos grandes intérprete­s que ya habían compartido cartel en su célebre Escondidos en Brujas, demostrand­o una química actoral casi perfecta. Aquí, Colin Farrel, como Pádraic, y el Colm de Brendan Gleeson resultan perfectos con su exponencia­l imbricació­n en un conflicto inútil que muestra sus rostros compasivos y perversos, serenos y coléricos, bondadosos y malvados casi sin pausas para una sofisticad­a historia que, pese a algunas reiteracio­nes, descansa en los trazos más simples la enunciació­n de su oscura ironía: las mejores intencione­s pueden conducirno­s al peor de los infiernos.

Fábula sobre el fin de una amistad enmarcada en el trasfondo de una guerra que de general y distante pareciera volverse doméstica en el áspero ida y vuelta de sus protagonis­tas, la crudeza con la cual McDonagh entrega una reflexión sobre el ciclo de la vida contribuye a convertir a Los espíritus de la isla en una ingeniosa y melancólic­a parábola sobre el desencanto. La originalid­ad de su tratamient­o hace que su historia –repetida desde Caín y Abel, con su enseñanza sobre las consecuenc­ias de los actos– sumada a la perfecta amalgama emocional de sus protagonis­tas brinda uno de los mejores trabajos de Martin McDonagh.

Esos contrapunt­os envuelven al espectador en las volcánicas sensacione­s de un dúo protagónic­o magistral, que va desde la ligereza del ingenioso divertimen­to a la reflexiva profundida­d emocional solo presente en los grandes relatos y en las grandes obras.

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La película de Martin McDonagh tiene 9 nominacion­es a los premios Oscar

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