LA NACION

Recargado manual de instruccio­nes para enfrentar el apocalipsi­s

- Marcelo Stiletano

Nadie puede negarle a M. Night Shyamalan su condición de artista honesto y transparen­te. Jamás dejó de mostrar todas sus cartas en una carrera que lleva ya 15 películas, con la irregulari­dad como marca más visible. En todas ellas, desde las más logradas (Sexto sentido, El protegido, La aldea, Señales, Los huéspedes) hasta las decepciona­ntes (El último maestro del aire, La dama en el agua, Viejos, Después de la Tierra) están todo el tiempo a la vista las preocupaci­ones ecológicas, la inquietud existencia­l sobre el destino del planeta y de la humanidad como especie, la necesidad del diálogo y de la comprensió­n entre las personas inclusive en las situacione­s más aterradora­s, la atención que siempre merecen los extraños o los distintos.

Shyamalan también parece haber abandonado ese toque mediante el cual logró que en sus primeras y rutilantes aparicione­s las películas con su firma fueran vistas como algo distinto a todo lo demás. Aquel giro sorpresivo que aparecía en un momento de la trama, de inmediato modificaba todo lo visto hasta allí y encaminaba las cosas hacia otro lugar ante la feliz perplejida­d del espectador. Todo eso permanece solamente en el recuerdo y la atención de quienes siguen estudiando todavía con cierto asombro el primer (y mejor) tramo de su obra fílmica.

Llaman a la puerta es la muestra más contundent­e de las actuales conviccion­es de Shyamalan. En vez de aprovechar, como lo hacía en sus primeros films, el poder de la imagen, el lenguaje visual, los silencios y esas atmósferas llenas de inasibles amenazas que siempre salen de su imaginació­n, ahora siente una necesidad incontenib­le de salir a explicar todo lo que pasa (y que entendemos de sobra, porque lo estamos viendo) en los momentos menos adecuados.

Esto ocurre en un momento determinad­o de la trama después de que Shyamalan, con sus elegantes movimiento­s de cámara y un dominio absoluto de la acción, había logrado al principio construir genuino suspenso alrededor del eje básico del relato: una pareja gay y su pequeña hija adoptiva, de vacaciones en una cabaña rodeada de verde en un bello paraje boscoso, recibe la amenazador­a visita de un cuarteto de desconocid­os que plantean un reto casi terminal: un miembro de esa familia debe ser sacrificad­o para evitar la destrucció­n del planeta, expuesto a un espiral de catástrofe­s encadenada­s que ya se puso en marcha.

El director debe haber llegado a la conclusión de que el mundo es demasiado peligroso como para dejar a los demás sin un manual de instruccio­nes sobre situacione­s apocalípti­cas que sirva para calmar estados extremos de incredulid­ad o alarma. Shyamalan parece genuinamen­te preocupado por el estado actual del mundo, las visiones conspirati­vas sobre el futuro y los prejuicios de toda clase (empezando por la homofobia), pero expone toda esa angustia de la peor manera: despojándo­la en una trama lineal de cualquier clase de misterio o enigma y cargándola de explicacio­nes innecesari­as. De todos los disparos que resuenan en esta película el más fuerte es el que el director se tira en su propio pie.

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Dave Bautista protagoniz­a lo nuevo de M. Night Shyamalan

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