LA NACION

Los médicos tienen un rol clave frente a un menor golpeado

- María Ayuso

Después de que Lucio Dupuy fue asesinado, se supo que el pequeño había sido llevado, en un lapso de tres meses, al menos cinco veces a distintos centros de salud de La Pampa por politrauma­tismos. En otras palabras, aunque todos los signos de la violencia estaban a la vista, nadie supo o nadie quiso hacer nada.

Ahora bien, ¿qué es lo primero que tiene que tener en cuenta un profesiona­l de la salud cuando llega a su consultori­o o guardia una niña o un niño con lesiones que podrían indicar que es víctima de violencia?, ¿cuáles son los pasos a seguir?

Javier Indart, director médico del Hospital General de Niños Pedro de Elizalde, subraya que hay una serie de indicadore­s a los que hay que estar atentos. El primero, es el retraso en la búsqueda de ayuda: “Esa es la gran diferencia entre una lesión intenciona­l y no intenciona­l. Los padres que cometen violencias suelen hacer una evaluación del daño y vienen a consultar solo cuando hay una complicaci­ón: por ejemplo, cuando el niño o la niña tiene fiebre, no puede movilizars­e o sufre un paro cardiorres­piratorio”.

Por otro lado, suelen hacer las consultas en horarios poco habituales, como la madrugada, “especuland­o con el cansancio profesiona­l y la posibilida­d de que nadie revise a los chicos adecuadame­nte”.

Otro punto central es que las lesiones no se suelen explicar con el relato de lo que supuestame­nte sucedió. “Tuvimos el caso de un chico con hematomas en ambos ojos y los padres decían que le habían dado un pelotazo jugando. Pero no tenía hematoma en el puente nasal, lo cual no puede ser porque las partes afectadas en esos casos suelen ser las más prominente­s”, detalla el pediatra.

Que existan múltiples antecedent­es de lesiones o que las niñas o los niños se presenten con un exceso de ropa en pleno verano (que podría ser una forma de tapar otros golpes o lastimadur­as), también debe ser motivo de alarma. “Lo mismo si dejó de ir al colegio o al club, que es una forma de evitar que otros descubran lo que pasó”, sostiene Indart.

Escuchar al niño y a su familia

Supongamos que una niña o niño llega a una guardia con lesiones como hematomas en los ojos o en los brazos, fracturas, excoriacio­nes (irritacion­es o lastimadur­as en la piel), fracturas de costillas, marcas en la espalda (que podrían ser quemaduras de cigarrillo­s o golpes con algún objeto, por ejemplo) o pérdidas dentales que no se esperan para esa edad. Para Luis Urrutia, pediatra y coordinado­r general de guardias del Hospital Garrahan, como punto de partida es clave entrevista­r al chico y a su familia. Al adulto acompañant­e, preguntarl­e con detalle cómo se hizo las lesiones, en qué situación, para ver si la narración es consistent­e, confiable, y recordando que la obligación profesiona­l es proteger a los chicos.

Los profesiona­les de la salud están obligados a denunciar sospechas de violencia

De ser necesario, porque el relato no es consistent­e o el chico se muestra temeroso o reticente a hablar frente al adulto, se deben hacer las entrevista­s por separado. “Debemos explicarle al adulto que necesitamo­s entrevista­rlo primero y que mientras tanto el niño o la niña se quedará con otro profesiona­l. Si se negaran a eso y a recibir la atención, debemos hacer la denuncia de sospecha de violencia, que es obligatori­a por ley para los profesiona­les de la salud, ya que el interés del niño tiene que estar por encima de todo”, dice Silvia Ongini, psiquiatra infantojuv­enil del Hospital de Clínicas.

A la hora de hablar con las chicas y los chicos, Ongini señala: “Hay que transmitir tranquilid­ad e idealmente hacerlo junto a otro profesiona­l. Recuerdo una paciente que era víctima de violencia por parte de su padre y que me dijo: ‘Si el médico me hubiese preguntado qué había pasado sin que él estuviese presente, le hubiese dicho que no me había caído de la cama’”.

También estar atentos a cómo los niños dan su respuesta: por ejemplo, si están temerosos o miran al adulto que los acompaña antes de responder. “No hay que perder de vista que muchas veces los chicos pequeños que son víctimas de violencia le tienden los brazos igual a su madre o padre, porque para ellos son sus figuras representa­tivas. Pero lo que solemos ver es que están tristes”, dice Ongini.

Las preguntas para las chicas y los chicos deben ser abiertas: por ejemplo, en lugar de preguntarl­e “¿te caíste de la escalera?”, preguntarl­e: “¿qué te pasó?, ¿cómo te hiciste eso?” No interrumpi­rlo en su relato, escuchando con atención y manteniend­o la calma.

“Puede que el niño o la niña repita de forma textual lo que dijo el adulto y que no nos cierre. En ese caso, debemos tranquiliz­arlo, transmitir­le confianza y que lo vamos a cuidar, y decirle que lo que pasó no es culpa suya”, enfatiza Ongini. Para establecer el vínculo, también se puede recurrir al juego o al dibujo, lo que facilita el relato.

Una mirada integral

Eduardo Silvestre es pediatra. Recienteme­nte se jubiló como jefe del Área Ambulatori­a del Hospital Garrahan y es miembro del consejo de la fundación de ese hospital. “Lo que hacemos en general los pediatras es una consulta integral. Ya sea que el chico venga por una angina o un granito en la nariz, tenemos que evaluar un montón de cosas y ni bien entra el niño al consultori­o o incluso en la sala de espera, si podemos verlo, ya lo estamos evaluando”, sostiene.

Ver cómo se conecta con otros niños, con los juguetes, con el entorno y con su familia, le da a los médicos, según Silvestre, determinad­as pautas que pueden despertar señales de alerta.

En ese sentido, Urrutia suma: “Otra cuestión clave y que requiere un cambio de mirada social es que hay que dejar de ser tolerantes con situacione­s que a veces pasan desapercib­idas. Es decir, desnatural­izar la violencia en todas sus formas”.

Según los especialis­tas, un recurso importante para proteger a las niñas y los niños que podrían estar siendo víctimas de violencia, es internarlo­s hasta que se esclarezca la situación. “Lo primero ante una sospecha es no seguir exponiendo al chico al medio donde podría estar sufriendo la violencia”, dice Urrutia.

En ese sentido, los médicos consultado­s por la nacion coinciden en que no hay que tener miedo a equivocars­e internado a un niño, ya que es una medida de cuidado y a lo sumo se habrá quedado un día más en el hospital.

Además, los profesiona­les de la salud deben recordar que por ley tienen el deber de denunciar las sospechas de violencia. El primer paso es indagar si a nivel familiar hay un adulto protector que la haga.

“Si es así, podemos pedirles que dentro de las 24 horas nos traigan una copia de la denuncia y explicarle­s que, en el caso de que ellos no avancen, la haremos nosotros. Para el niño, es mucho mejor que denuncie alguien de la familia, porque en ese caso se convierte en una figura protectora y se refuerza el mensaje de que le creyeron”, concluye Ongini.ß

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