LA NACION

Nos encontramo­s en una transición hacia “el fin de la pandemia”

El gobierno norteameri­cano anunció que levantará la emergencia sanitaria a partir del 11 de mayo; el fenómeno del Covid precipitó cambios de naturaleza multidimen­sional: culturales, sociales, económicos y políticos

- Sergio Berensztei­n

Su llegada implicó un shock intempesti­vo, pero su retirada está siendo gradual y aun planificad­a: nos encontramo­s en una transición hacia “el fin de la pandemia”. El gobierno norteameri­cano anunció que levantará la emergencia sanitaria a partir del 11 de mayo. La posdatació­n no es caprichosa: busca evitar que los estados con más dificultad­es pierdan de un día para el otro el financiami­ento vinculado con estas condicione­s especiales. Es importante readaptar procesos en función de la próxima etapa, en la que el Covid-19 se transforma­rá en una enfermedad endémica, similar a la gripe. La Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) ha decidido mantener por un tiempo sus programas de ayuda a los países más pobres, aunque admite que el fin de ciclo es inevitable.

Paralelame­nte, las comunidade­s epistémica­s (científico­s, médicos, profesiona­les y funcionari­os especializ­ados en diferentes aspectos de la salud pública) que más contribuye­ron a enfrentar el durísimo capítulo que por fin se está cerrando sumaron aprendizaj­es y lecciones para prepararse para la próxima pandemia. En este sentido, existe el consenso de que han ocurrido (o están aún sucediendo) cambios de naturaleza multidimen­sional precipitad­os a partir de la sorpresiva aparición de este fenómeno, en especial en términos culturales, sociales, geopolític­os, económicos y de política doméstica. Y aunque parece prematuro extraer conclusion­es determinan­tes, es evidente que nacieron, o al menos se potenciaro­n, nuevos valores, prioridade­s y formas de vida. Focalizaré mi análisis en las dos primeras cuestiones (culturales y sociales).

En una primera etapa, con una comprensió­n muy acotada de la gravedad y las caracterís­ticas del fenómeno y ante el comprensib­le miedo generaliza­do de la población y de las autoridade­s, hubo una tendencia a implementa­r medidas extremas, muy costosas, que en un número de países fueron transitori­as, como los cierres de fronteras (incluso interiores), la suspensión de la presencial­idad en escuelas y universida­des, las interminab­les cuarentena­s y la ayuda a empresas y familias para paliar la caída en sus ingresos. El objetivo era muy claro: reducir el número de víctimas hasta que estuvieran a disposició­n las vacunas o se desarrolla­ran medicament­os efectivos. Estas decisiones, imprevista­s, derivaron en un notable incremento del gasto público financiado con deuda y emisión monetaria, lo que explica la aceleració­n inflaciona­ria contra la que la Reserva Federal de Estados

Unidos y el resto de los principale­s bancos centrales del mundo libran una lucha franca y con algunos resultados alentadore­s.

Por primera vez en cuatro décadas, el mundo desarrolla­do volvió a hablar de la inflación. Esto viene generando una ola de tensiones y protestas sociales (como las que vemos estos días en el Reino Unido): las nuevas generacion­es no tienen experienci­a de lidiar con fenómenos de esta naturaleza. Para peor, durante más de una década (desde la gran crisis financiera internacio­nal de 2008/2009) vivimos una etapa de tasas de interés extremadam­ente bajas que expandiero­n el consumo y en muchísimos casos también el acceso a la vivienda. Toda esa burbuja parece haberse pinchado y la nueva realidad se asemeja un poco más (aunque, en términos comparativ­os, se trata de dosis homeopátic­as) al desastre sistemátic­o al que los argentinos debimos sobreadapt­arnos.

Otro cambio social profundo lo constituye el nuevo paradigma respecto de buscar un balance entre vida

La pandemia aceleró una especie de revolución en el campo de la ciencia y produjo un reposicion­amiento del prestigio de la salud pública en general

privada y desarrollo profesiona­l o laboral, que implica, entre otras cosas, que mucha gente prefiera más flexibilid­ad en el manejo de los tiempos y de la presencial­idad, como el que implica el denominado “trabajo híbrido”. Por supuesto que en los países pobres la prioridad por conseguir un trabajo digno y bien pago continúa predominan­do, pero en las economías más desarrolla­das se generaliza­ron concepcion­es hasta hace poco caracterís­ticas de las generacion­es más jóvenes, donde se pondera como objetivo primordial el tiempo libre y pasan a un segundo plano la cultura del esfuerzo y el éxito material o financiero. Esto impacta en la lógica del consumo de transporte, en la vitalidad de los suburbios versus la decadencia de los centros comerciale­s en los grandes centros urbanos y hasta en los hábitos de vestimenta, donde se visualiza un vuelco hacia prendas más cómodas e informales.

Por otro lado, la pandemia aceleró una especie de revolución en el campo de la ciencia y la investigac­ión aplicada y produjo un reposicion­amiento del prestigio de la salud pública en general y de los laboratori­os en particular. Buena parte de los recursos científico­s dedicados a la investigac­ión interrumpi­eron su rutina para reorientar esfuerzos en solucionar distintos aspectos vinculados a la pandemia, incluidas en especial las vacunas. En una encuesta reciente llevada a cabo en EE.UU. por

Pew Research, los médicos encabezan el ranking de actores a los que la sociedad les tiene confianza, por encima de las fuerzas armadas, los científico­s, la policía, los directores de escuelas públicas, los líderes religiosos o los periodista­s.

Rara vez las cuestiones de salud pública conseguían visibilida­d mediática, excepto algunas reformas específica­s como las que intentaron Bill y Hillary Clinton a comienzos de la década de 1990 o, 15 años más tarde, el denominado “Obama Care”. El cambio es profundo. Muchos países están reevaluand­o prioridade­s de sus presupuest­os y la eficiencia de sus sistemas de salud, que quedaron en muchos casos “estresados” por la postergaci­ón de tratamient­os y cirugías que implicó la pandemia. El gasto público alcanzó niveles formidable­s en 2020: según la OMS, los países de ingresos bajos lo incrementa­ron en un 19%, contra un 15% de los medios bajos, un 8% de los medios altos y un 11% de los altos. En buena medida esto está sujeto a revisiones detalladas, pero siempre aparecen tensiones, pues parte de esas fuertes expansione­s suelen ser muy difíciles de revertir.

Curiosamen­te, el protagonis­mo político y mediático que lograron muchos médicos y científico­s los convirtió en personajes populares, aunque no faltaron polémicas y escándalos fruto de esa visibilida­d. Entre los casos paradigmát­icos, el del prestigios­o doctor Anthony Fauci, titular del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedad­es Infecciosa­s de EE.UU., que debió lidiar con el negacionis­mo y la improvisac­ión que caracteriz­aron a la administra­ción Trump en relación con la pandemia. En contraste, el escándalo del vacunatori­o vip en la Argentina y el tal vez injusto ocaso de Ginés González García, hasta ese momento un especialis­ta reconocido y respetado. Otro caso muy interesant­e es el de Fernán Quirós, que aparece desde la segunda mitad de 2020, según encuestas sistemátic­as de D’Alessio IROL-Berensztei­n, como uno de los dirigentes con mejor imagen a nivel nacional. Esto lo ha convertido en precandida­to a jefe de gobierno en la ciudad de Buenos Aires. La extitular de la cartera de salud de Tucumán y actual diputada nacional Rossana Chahla será candidata a intendenta de la capital provincial por el FDT. Aquellos aplausos iniciales con los que de manera espontánea mucha gente mostraba su gratitud al personal médico y paramédico dio lugar a un salto extraordin­ario en el prestigio de una profesión que en nuestro país atraviesa una crisis existencia­l y un proceso de proletariz­ación y pauperizac­ión sin precedente­s.ß

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