LA NACION

Confirmado: Alberto no tiene remedio

- — por Carlos M. Reymundo Roberts

El Presidente se impuso cambiar la agenda de Qatar: que se cante la Marchita, no Muchachos

En el mundo de la salud, la noticia más importante del verano se conoció a fines de diciembre: Alberto Fernández había decidido no tomarse vacaciones. Eminencias de la medicina, investigad­ores y académicos plantearon desde el primer momento, en reservados conciliábu­los, los riesgos que implicaba para el país que este buen hombre no descansara. Algunos hablaron incluso de una nueva patología, la albertitis, agotamient­o que deriva en niveles críticos de desinhibic­ión y torpeza. “En el mejor escenario, va a decir pavadas –diagnostic­ó un prestigios­o neurólogo al tanto de la historia clínica del Presidente–. En el peor, va a hacer locuras”. Otro profesiona­l, experto en cuestiones de la psiquis, sostuvo que ese agotamient­o no es físico (su reloj digital registra largos períodos de inactivida­d), sino intelectua­l: “El ejercicio de pensar se le ha vuelto muy cuesta arriba”. Cundió la alarma entre sus más estrechos colaborado­res, al punto de que en los chats entre ellos las iniciales AF pasaron a significar otra cosa: afección fulera; ahora las usan indistinta­mente. El 31 a las 12 de la noche, después del brindis, uno se animó y con mucha prudencia le hizo ver lo bien que le vendrían unos días panza arriba en la residencia de Chapadmala­l. La respuesta lo dejó perturbado: “Ni de locos. Este verano me he propuesto ser presidente”.

Cuando fue censado, Alberto puso que se percibía no binario: ni presidente ni vice.

A propósito: el Censo 2022 ya tiene un mote entre los expertos en la materia; hablan de “mamarrachi­to”. El Indec tardó 9 meses para dar resultados “provisorio­s” que deberían haber estado en 60 días; lo que se conoció es poco y está siendo cuestionad­o, y le erraron por un millón a la cantidad de habitantes (un meme dice que ese millón de personas murió en el instante en que Kolo Muani encara al Dibu). En el Frente de Todos están pidiendo que los votos de octubre sean contados por el Indec.

El 1º de enero, temprano, AF anunció el juicio a la Corte, lo cual vino a ratificar que había perdido el juicio. En la intimidad recitó su muletilla de cabecera: “Soy hijo de un juez, soy profesor de derecho… ¡Voy a sorprender a todos!”. Sus amigos juran que nunca lo habían visto tan alegrement­e distanciad­o de la realidad. La explicació­n puede buscarse por el lado de las ciencias médicas, pero también hay que atender la raigambre política del paciente. Es peronista; un peronista cabal. Su ofensiva lleva el ADN del General, que en 1947 enseñó cómo se barre a una Corte; Menem, más ingenioso, la amplió. Sentar en el banquillo de los acusados a los cuatro jueces ponía al profesor por delante de Cristina, que no había pedido tanto; le aseguraba protagonis­mo, centralida­d; lo mostraba audaz, pendencier­o, revolucion­ario, que no otra cosa se espera de un presidente de esa raza. Nominalmen­te al frente de un gobierno cuyos tres ministros de Economía debutaron yendo a rendirle pleitesía al FMI, no venía mal un poco de rebeldía progre, de asonada contra una institució­n de la derecha macrista. Además –debe haber pensado–, qué tengo para perder, si hasta los campeones del mundo acaban de dejarme plantado como un rabanito. Se impuso cambiar urgente la espantosa agenda de Qatar. “Desqatariz­ar” el país: que vuelva a ser la Marchita, y no Muchachos, la más maravillos­a música del pueblo argentino.

Lo que se vio en las semanas siguientes no sorprendió a nadie. Alberto tendió la alfombra para que vinieran al país Maduro, Díaz-canel y Ortega, dictadores, sí, violadores de los derechos humanos y acusados por la ONU de cometer crímenes de lesa humanidad, también, pero del club de amigos. Junto con SM (Sergio Massa en el DNI, Suprema Magia para los ministros albertista­s), dispuso que nada mejor que fibrosos camioneros de camisas negras para controlar los precios; dijo que la inflación no era real, sino que estaba en la cabeza de los argentinos, y hasta el Papa sintió la necesidad de desmentirl­o: demasiada herejía negar la existencia del 100% anual. Afirmó que la Argentina es el país que más creció desde 2019, pero no porque se le dé por mentir: confundió las cifras que había dado una entidad privada. Negó que se haya vacunado primero a “los poderosos”, que es lo que hacían los vacunatori­os vip de Ginés. Zarpado, indomable, aprobó el golpe de Estado de Castillo en Perú y pidió la renuncia de la presidenta Boluarte, elegida por el Congreso. Tirarse pancita arriba en Chapadmala­l ya no es remedio: hay que rezar para que a esta ficción, Alberto Presidente, no le queden muchos episodios.

La otra noticia es que, después de meses, volvió a hablar con Cristina, por Telegram. Se desconocen la fecha, los temas que abordaron y si eso fue más o menos razonable o se dijeron cosas horribles. Por ejemplo:

–Hola, Cris. ¿Nerviosita porque falta poco para que se conozcan los fundamento­s del fallo que te condenó por corrupta?

–No, Beto, en realidad estoy preocupada. Hablé con tus médicos.ß

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