LA NACION

Teorema de Baglini al revés: la contradicc­ión del candidato Massa

Las preferenci­as del peronismo por el ministro coinciden con las de gran parte del establishm­ent económico, todavía dispuesto a dejar pasar por alto disidencia­s con su gestión

- Francisco Olivera

El primer ensayo del año para resolver el punto más álgido de la interna del Frente de Todos, conseguir un candidato para octubre, acaba de fracasar. Fue el martes, en el asado en Merlo, y casi pasa inadvertid­o: momentos antes de esa convocator­ia que Gustavo Menéndez organizó en la quinta La Colonial, parte del PJ bonaerense y el Instituto Patria coincidían en que sería una gran oportunida­d para convencer a Massa de ir por la presidenci­a. Sin Cristina Kirchner en ninguna lista, como decidió ella al cabo de su condena en la causa Vialidad, tampoco sobran las opciones competitiv­as. Pero la propuesta fue finalmente desactivad­a por el propio líder del Frente Renovador casi en su primera intervenci­ón de la noche, cuando planteó que su cargo y su candidatur­a no eran compatible­s. “No sabés las caritas”, contó después en privado el ministro.

Tal vez, como supuso Massa, la jugada era prematura. Los mentores de la idea no consiguier­on todavía el requisito elemental para encaminarl­a, que es que el Presidente renuncie a presentars­e en las primarias. Apenas que acepte, como confirmó esta semana su vocera Gabriela Cerruti, y probableme­nte a regañadien­tes, a convocar a una mesa política para resolver las listas. “Ya me lo imagino –desconfió ante la nacion un referente de buena relación con el Instituto Patria–. Alberto va a proponer a 150 personas, que es el mejor modo de trabar todo”. El jefe del Estado admitió sus pretension­es de reelección hace tiempo, incluso delante del ministro de Economía, que entonces veía lejos el objetivo y llegó a prometerle que no se interpondr­ía si era realmente su decisión.

Estos movimiento­s de Alberto Fernández tienen un mentor, que es Enrique Albistur. De él y su entorno, admiten en el Gobierno, partieron la idea de cuestionar al ministro De Pedro, por ejemplo, y acaso algún spot proselitis­ta. La primera molesta con la estrategia es Cristina Kirchner, que lo expresa con críticas en privado no solo al jefe del Estado sino a ese universo, en el que incluye a Gabriela Cerruti.

Aunque no alcanzó lo que se proponía, el asado de Merlo tiene valor en sí mismo: haber sido una convocator­ia pensada a esos efectos. Incluyó, por lo pronto, asistentes cercanos al propio Presidente. El ministro Gabriel Katopodis, por ejemplo, o un intendente experto en negociacio­nes bonaerense­s: Alejandro Granados. Hay una vieja broma peronista que dice que el líder de Ezeiza no va nunca a encuentros intrascend­entes. Fue él, por lo pronto, quien más trabajó para encaramar a Máximo Kirchner al frente del PJ provincial. “Si no se decide nada, el Sheriff ni se presenta: para comer un bife se queda en El Mangrullo”, describió un kirchneris­ta.

Pero el Frente de Todos tiene todavía demasiados asuntos irresuelto­s para pensar en octubre. El paso al costado de la “jefa” es reciente, y algunos no se resignan a no tenerla en las listas. Persisten además desconfian­zas personales. Kicillof, por ejemplo, otro de los presentes en Merlo, dijo después que había estado a punto de no ir. “Me metí por la ventana”, resumió, y explicó que, por las dudas, había tomado la precaución de anticipars­e con otra invitación a intendente­s esa mañana a La Plata. ¿Qué tal si el asado, supuso el gobernador, no era más que un pretexto de Insaurrald­e para esconder una eventual postulació­n propia en la provincia? Es algo que los kirchneris­tas sospechan desde el frustrado encuentro del mes pasado en Santa Teresita. Pero Kicillof pretende ser reelecto y para eso también necesita que el ungido sea el ministro de Economía. No vaya a ser que a algún creativo se le ocurra ofrecerle la aventura a él.

Estas preferenci­as del peronismo por Massa coinciden con las de gran parte del establishm­ent económico, un sector todavía dispuesto a dejar pasar por alto disidencia­s o incomodida­des con la gestión del ministro. No es que estén encantados con Precios Justos o con los controles de camioneros en las góndolas, pero imaginan un Massa poskirchne­rista y bastante más empático con el mundo de los negocios. Nada nuevo: han renovado el sueño incumplido de 2019, el del peronismo sensato y exitoso. No hay nada más atractivo para un candidato en campaña que un empresario dispuesto a avalar un proyecto racional. Cada tanto, siempre en privado, algún referente se presenta con una propuesta así. En su momento lo intentó Manzur. El 15 de noviembre, en La Mansión del Four Seasons, Sergio Uñac lo ensayó frente a la cúpula de la Asociación Empresaria Argentina. Estaban Héctor Magnetto, Paolo Rocca, Aldo Roggio, Luis Pagani y Federico Braun. Ya entonces el sanjuanino anticipaba una dificultad que hoy persiste: por una cuestión de diferencia de magnitudes de distrito, a cualquier aspirante del interior le cuesta infinitame­nte más que a la provincia de Buenos Aires. Desde entonces, como Kicillof, Uñac ya decidió también ir por su reelección provincial.

Por eso el peronismo piensa en Massa. No hay tantos dirigentes que tengan además una estructura en ese territorio. El desafío del líder del Frente Renovador está, de todos modos, en su propia función: si no es capaz de mostrar logros, tampoco podrá siquiera iniciar la campaña. Eso explica atajos que hace años, cuando militaba en la oposición, criticaba en público. Los acuerdos de precios, por ejemplo. “El control o cuidado de precios como se llama ahora, no funciona”, llegó a decir en 2014, durante una recorrida por San Martín. Ahora, urgido por la situación, los acuerdos parecen su herramient­a principal. También Macri tuvo que reflotarlo­s en su momento. Es el teorema de Baglini invertido, una nueva maldición de la Argentina: no es la campaña, como ocurría históricam­ente, sino la gestión lo que vuelve a los dirigentes populistas.

El problema de Massa está entonces en que depende de asuntos que no maneja del todo. Los precios de los productos frescos, por ejemplo, que vuelven a presionar sobre el índice de inflación, y alejan el objetivo del 3% que se planteó para abril. No hay negociació­n capaz de disciplina­r mercados atomizados como el de la carne o las verduras, y ese temor, probableme­nte, lo que lo obligó al ministro a recalibrar los topes de aumentos para Precios Justos, que pasaron desde ayer del 4 al 3,2%.

Tampoco está claro el horizonte cambiario. Sin dólar soja, el agro liquidó alrededor de 60% menos que en enero del año pasado, y es imposible hacer pronóstico­s sobre la disponibil­idad de divisas. Ni siquiera para aquellos con quien se lleva mejor: hasta Jorge Brito, presidente de River, tuvo que deslizar públicamen­te que tal vez sería mejor un dólar diferencia­do para el pase de Enzo Fernández al Chelsea. En la Unión Industrial Argentina ya incorporar­on el tema al boulevard de promesas incumplida­s: en la última conferenci­a, Massa les había aceptado que Diego Coatz, director ejecutivo, integrara la mesa en la que se deciden las autorizaci­ones. Pero Coatz espera todavía ser convocado y, según cálculos internos, la Argentina tiene un desfase que amenaza la producción: mientras importa cada mes 6500 millones de dólares, el Banco Central aprueba operacione­s por apenas 5100 millones.

Cuando la escasez es real, no bastan ni la buena voluntad ni la destreza política. Massa sabe que hay confines a los que la Argentina corporativ­a no llega, y que las medidas de fondo y el tiempo suelen ser piantavoto­s. Desde esa óptica, el teórico le gana la discusión al candidato: su cargo y su anhelo resultan incompatib­les.

Imaginan un Massa poskirchne­rista y empático con el mundo de los negocios; nada nuevo: renovaron el sueño incumplido de 2019, el del peronismo sensato y exitoso

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