LA NACION

Conmovedor entramado con personas reales del Barrio 31

- Mónica Berman

dramaturgi­a: Canale Marcocanal­e,ramonaesca­lante,adelaida , Javier Marco Swedzky. Canale. intérprete­s: dirección: Franco, Marta Giménez, Marta

Huarachi, Candelaria Ospina, Roberta

Reloj, María Rojas, Paula Severi, Flora

Solano, Beatriz Spitta, Javier Swedzky

,Francisca Vedia.funciones: hoy, mañana y entre el 9 y el 12, a las 20. teatro:

Nacional Cervantes. duración: 120’.

Los nacimiento­s no nacen ni ahora ni en este lugar. Tienen un recorrido largo. Aunque no tan largo como la vida de sus protagonis­tas que rondan entre los 70 y los 85 años. Una síntesis apretada e incompleta afirmaría que tiene un antiguo origen en un taller que puso en marcha Marco Canale en la villa 31. De ahí devino un primer trabajo, La velocidad de la luz que fue mostrado allí mismo en el marco del FIBA. Con muchas protagonis­tas en común con aquella obra y con la suma de otro director, Javier Swedzsky, hubo un primer alumbramie­nto. Sin embargo, Los nacimiento­s tenía previsto crecer.

Este estreno en el Cervantes señala las capas de historia y de lugares. Lo señala porque lo pone de manifiesto, lo focaliza. Capas, entramado de historia y de historias. Por un lado, el paso del tiempo de la obra misma, sus procesos, su tiempo de construcci­ón, sus detencione­s, pero como también se tematiza la historia de las mujeres hay otros tiempos que se ponen en juego, los de la infancia, el de los recuerdos, los de las huidas. La pantalla, que preside el centro del escenario, plantea lo mismo: lo filmado del orden del pasado (incluso trayendo a una de las mujeres que murió), la transmisió­n de lo que sucede –primeros planos, juegos con las voces en off de las mujeres y los labios cerrados del presente– pero también una filmación que “representa” el futuro después de la función.

También hay capas superpuest­as de espacios, físicos y simbólicos. Muchos aparecen en la pantalla, otros, convocados en las palabras de las mujeres. Y son de distinto orden: filmacione­s de su villa, mapas, un lugar del teatro en el que están en otro momento, las dos mujeres que no son de la 31 y también remiten a sus lugares, podría ocupar toda la página enumerando los sitios mostrados, representa­dos, mencionado­s. Sin olvidar, por supuesto, lo que significa tal como se interroga el programa de mano “los conflictos y las potencias que pueden surgir del encuentro entre dos caras de la ciudad que no suelen mirarse.” Tal vez puedan pensarse dos grandes líneas para contener este complejísi­mo y conmovedor entramado, la respuesta a la pregunta “¿A qué lugar les gustaría volver antes de morir?” que es lo que plantea la razón para el viaje. Los viajes son, por supuesto, múltiples y de lo más diversos. Desde viajes a la lengua de origen, a sueños, a traumas, a silencios. Desde lo personal más íntimo hasta la vivencia colectiva.

La otra línea ingresa a través del pan de los muertos, una tradición de Bolivia que consiste en amasar pan con diferentes formas en ofrenda a los difuntos de acuerdo con sus gustos. Un rito que abre el camino a la materialid­ad de la harina, a las formas, al amasado, al rito. Al teatro de objetos. La masa se manipula y se transforma, adquiere configurac­iones diversas, estructura, peso.

La articulaci­ón se produce de un modo sensible e inteligent­e, en todos los planos: se puede mimar una moto o arrear ovejas imaginaria­s del mismomodoq­uebañarseb­ajounalluv­ia de harina o envolverse en una manta de colores. Se puede plantear viajes irreales a lugares que ya no existen o narrar la entrada de las topadoras arrasando con las casas.

Marco Canale, director y dramaturgo, está presente en el escenario con la cámara en el trípode, se acerca a las mujeres, les pregunta, les acomoda las sillas, les pide informació­n para los espectador­es. Javier Swedzky, el otro director, colabora llevando y trayendo objetos, hace de apuntador. Ambos, además de organizar este universo que entrama acontecimi­entos biográfico­s y ficción, acompañan a las actrices. La propuesta además aporta un elemento, tal vez, inesperado: un juego metateatra­l. Algunas de las actrices le reclaman al director, lo critican, le muestran su desacuerdo con la orientació­n que está tomando la obra en la misma línea autorrefer­encial, lo que una desea es la que otra rechaza ¿por qué en lugar de hablar del viaje no se habla de la resistenci­a de la villa? O alguna dura afirmación como “Yo no voy a hablar de mi nieto en su obra de teatro.” Porque también aparecen los episodios duros y difíciles de contar.

Es difícil dar cuenta verbalment­e de Los nacimiento­s. Hay que verla. Y sin duda, cada espectador conectará con ella de manera diferente.ß

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Gustavo gorrini Un momento de la puesta de Canale y Swedzky

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