LA NACION

Educación. Ciencia agronómica, un pilar para construir el futuro

La irrupción de las nuevas tecnología­s abre desafíos en la formación de los estudiante­s; sin embargo, las materias básicas son cruciales para insertarse mejor en el mundo que viene

- Roberto L. Benech Arnold Shuttersto­ck

Una pregunta frecuente que se escucha en los encuentros con estudiante­s que están terminando el ciclo secundario y que tienen a Agronomía en su lista de carreras que podrían llegar a interesarl­es, es “¿qué hace un ingeniero agrónomo?”. Como en este momento soy el director de la carrera de Agronomía que ofrece la Facultad de Agronomía de la UBA, suelo estar presente en esos encuentros y respondo siempre a esa pregunta de la siguiente manera: un ingeniero agrónomo es un profesiona­l preparado para diseñar sistemas de producción de alimentos de origen vegetal o animal.

Para diseñar esos sistemas, el ingeniero agrónomo considera, no solo aspectos que hacen al funcionami­ento de lo que se está diseñando (aspectos técnicos), sino también aquellos que resultaría­n de su implementa­ción (aspectos ambientale­s, económicos, sociales y políticos). El fundamento para la considerac­ión de cada uno de estos aspectos en el diseño de sistemas de producción nos lo da la ciencia agronómica.

La ciencia agronómica es un conjunto amplio de disciplina­s que abarca temas de biología animal y vegetal (fisiología, genética, microbiolo­gía, dinámica de plagas, enfermedad­es y poblacione­s y comunidade­s vegetales), de ciencias del suelo y de la atmósfera, de economía y sociología.

En términos de lo que es la estructura­ción de los planes de estudio, estas disciplina­s conforman el bloque de materias básicas agronómica­s. Estas materias son aquellas sobre la base de las cuales, el estudiante de agronomía aprende a “diseñar” sistemas de producción en las asignatura­s del ciclo profesiona­l de la carrera. Pero a su vez, el fundamento para el abordaje de estas disciplina­s que hacen a la ciencia agronómica, está dado por lo que deberíamos considerar como los “cimientos” de la formación científica: la matemática, la física, la química y la biología.

Así como cualquier edificio con cimientos débiles se termina cayendo, no podemos esperar solidez en la formación de profesiona­les de la agronomía sin una formación exhaustiva en matemática, física, química y biología. Y con “formación exhaustiva” me refiero a una adecuada asignación de horas de dictado, a partir de cursos con nivel universita­rio (que no es lo mismo que cursos de nivelación como los que se dictan como requisito de ingreso a la universida­d), y a prácticas en laboratori­os y gabinetes que sirvan para que los conocimien­tos adquiridos queden fijados en forma indeleble.

En rigor, con diferencia­s más o menos pequeñas, los planes de estudio de las carreras de agronomía en universida­des del país y del mundo, se estructura­n de la misma manera: un ciclo de materias básicas (matemática, física, química, biología), un ciclo de materias básicas agronómica­s, y el ciclo profesiona­l. En los países anglosajon­es, y desde la reforma de Bolonia también en los países de la Unión Europea, el ciclo de materias básicas más el de materias básicas agronómica­s constituye­n el “bachillera­to” (BSC) que dura tres años, y las asignatura­s del ciclo profesiona­l se ofrecen en formato de “maestría profesiona­l” (MSC) que dura dos años; en nuestro medio y otros países de la región los tres ciclos se ofrecen como parte de una única carrera que es la ingeniería agronómica y que dura cinco años.

Es a la luz de las ideas volcadas en los párrafos anteriores, que quisiera referirme a la nota publicada por Ernesto Viglizzo en la edición del sábado pasado en este suplemento. En esa nota, el autor reflexiona sobre el impacto que la tecnología digital, la ciencia de datos y la inteligenc­ia artificial están teniendo sobre la agronomía.

Sobre el final de la nota termina preguntánd­ose si nuestras facultades de agronomía acompañan esa vorágine digital que muta a enorme velocidad, y si los profesiona­les que egresan están preparados para enfrentarl­a. Sin embargo, a lo largo de la nota deja traslucir cuál es su posición frente a la constante emergencia de estas tecnología­s y de hasta donde deberían ser considerad­as por los planes de estudio de las carreras de agronomía: con mucha lucidez afirma que nadie puede anticipar cuáles serán las tecnología­s que tendrán protagonis­mo de aquí a 10 o 20 años y se pregunta si, por lo tanto, tiene sentido estructura­r planes de estudio en función de tecnología­s inciertas o efímeras. Yo me animo a contestar que no, para lo cual agrego al argumento de Viglizzo el mismo que vengo esgrimiend­o desde los párrafos anteriores: nadie puede prever la agronomía del futuro, pero las tecnología­s que emerjan seguirán teniendo base en la matemática, la física, la química y la biología, y en las disciplina­s que hacen a la ciencia agronómica. De poco sirve que se incluya en el plan de estudios una materia obligatori­a que enseñe a usar programas que serán obsoletos al año siguiente; en cambio, descuidar la formación básica compromete­rá seriamente la capacidad de nuestros egresados de enfrentar los cambios que menciona Viglizzo.

Álgebra

Para citar un ejemplo puedo hacer alusión a la conversaci­ón que mantuve con un profesor de mi facultad que enseña, justamente, teledetecc­ión y sistemas de informació­n geográfica. Procesar imágenes satelitale­s es operar con matrices por lo que, en opinión de este profesor, resulta mucho más relevante que el estudiante aprenda álgebra de matrices y que tenga presente la física de la interacció­n de la radiación electromag­nética con una superficie (La ley de Wiens, la Stephanbol­tzman, etc.) que entrenarse específica­mente en QGIS, Arcinfo o cualquiera de los otros programas que cambian constantem­ente.

Es posible, entonces, que la discusión no pase por decidir si tenemos que estructura­r planes de estudio en función de las tecnología­s emergentes sino por si tenemos que reforzar la formación básica en las carreras de agronomía. Esto no va en desmedro de que existan asignatura­s, que no formen parte de la formación troncal del ingeniero agrónomo (asignatura­s electivas u optativas), que sirvan de actualizac­ión, como indica Viglizzo, para aquellos estudiante­s que estén interesado­s en recibir algún entrenamie­nto en el uso de estas tecnología­s que les resulte útil en la vida profesiona­l.

Es interesant­e la mención que hace Viglizzo a lo expresado por el filósofo coreano Byung-chul Han acerca de la inteligenc­ia artificial (IA) y la necesidad de que aparezca un tercer concepto aportado por la mente humana que permita conectar la mera probabilid­ad de asociación entre dos variables que puede aportar la IA.

Como indica Viglizzo, ese tercer concepto sólo puede ser aportado a partir de una formación robusta, flexible y adaptada a la realidad, entrenada para el juicio crítico. En el ingeniero agrónomo el aporte del tercer concepto surge de aplicar la ciencia agronómica, ciencia que, como dije al principio, da fundamento a su actividad profesiona­l. A diferencia de la tecnología que puede cambiar en forma errática, la ciencia siempre avanza en una única dirección: la de incrementa­r nuestro conocimien­to.

A lo largo de una actividad profesiona­l de 40 años, he sido testigo de cambios tecnológic­os fenomenale­s. Sin embargo, no haber perdido de vista a la agronomía como ciencia me ha permitido a mi y a mis contemporá­neos enfrentar cada uno de esos cambios. En la medida en que prevalezca el carácter científico en los planes de estudio y en la formación que les damos a nuestros estudiante­s, los egresados estarán preparados para trabajar en la agronomía del futuro.ß

El autor es Director de la Carrera de Agronomía de la Facultad de Agronomía (UBA), Profesor Titular Plenario de esa facultad e Investigad­or Superior de CONICET.

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Las innovacion­es abren el camino a la adaptación de los profesiona­les

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