LA NACION

Meditacion­es en las vísperas. Por una gran coalición transversa­l remisa. Hacia la despolariz­ación.

La vida política del país se deslizó hacia una polarizaci­ón perniciosa, y son los mismos políticos los responsabl­es de dejar la crispación atrás

- Juan Carlos Torre

PEl objetivo de este texto es proponer argumentos en favor de que los líderes políticos rehabilite­n un espíritu de reconcilia­ción entre las principale­s fuerzas políticas e impulsen la formación de una gran coalición que consiga sacar al país del pantano.

Avatares de una historia política dividida en dos. La historia política de la argentina contemporá­nea se divide en dos: antes y después del surgimient­o del peronismo. al constituir­se como movimiento político en 1945, desplazó la confrontac­ión entre radicales y conservado­res que había pautado las luchas políticas desde la cruzada por la libertad del sufragio. En lugar de ella emergió una nueva, tributaria de los conflictos suscitados por cómo se procesó la integració­n política y social del mundo del trabajo. a partir de 1945 se modificaro­n tanto los términos como la fuente del conflicto que habría de organizar la vida política.

Sin embargo, no cambió demasiado la intensidad con la que vivieron sus contrastes quienes quedaron a ambos lados de la escisión política. La hostilidad que enfrentó a radicales y conservado­res en tiempos de Yrigoyen se prolongó en la hostilidad entre peronistas y antiperoni­stas durante la gestión de perón. así, pues, dos momentos claves de la formación de la argentina contemporá­nea –la apertura del sistema político a las reglas de la competenci­a electoral y la institucio­nalización de las realidades propias de una sociedad más industrial– estuvieron atravesado­s por profundos desgarrami­entos del consenso nacional.

Este estado de cosas tuvo un corolario previsible: la gestación de una crisis de legitimida­d que incidió negativame­nte sobre la consolidac­ión de cada avance hecho en la construcci­ón de una nación más democrátic­a y más igualitari­a. Como fue primero en el caso de los radicales, también los peronistas habrían de conocer, a su turno, los avatares del golpe de Estado y las proscripci­ones. Y la vida pública del país se desenvolvi­ó en el marco de una lucha crecientem­ente facciosa; una lucha que, como tal, no tenía un lugar reservado para el reconocimi­ento y, en consecuenc­ia, para la convivenci­a entre los polos políticos en pugna.

Si, como tantos otros , afirmamos que 1945 dividió en dos la trayectori­a política del país, es para destacar, también con otros, que ella cobró forma sobre las huellas todavía frescas de pasados desencuent­ros. Con una palabra del vocabulari­o político de hoy, diríamos que la grieta parece haber sido un desenlace recurrente de la dinámica política en la argentina. Este es un veredicto que cuenta entre nosotros con una gran aceptación, sea para ver en él, con impotencia, la manifestac­ión de un destino inexorable, sea para extraer de él, con determinac­ión, el llamado a suprimir de una vez por todas uno de los bordes de la grieta.

Sin embargo, victoriosa en el tribunal de la opinión, la visión de la argentina presentada hasta aquí no hace, a mi juicio, cabal justicia a todas las formas de hacer política que conocimos en nuestra historia. Hubo, en efecto, momentos en los que figuras principale­s de la vida pública, apartándos­e del libreto canónico,

Doctor en Sociología, es profesor emérito de la UTDT. Su último libro es

(Edhasa). convocaron a enterrar el hacha de la discordia y a tender puentes. Menciono dos de ellos.

El primero tuvo lugar a comienzos de la década de 1940 en el contexto del impacto de la Segunda Guerra sobre los alineamien­tos políticos del país. Congruente con la postura argentina en la Gran Guerra de 1914, el gobierno de entonces, con la presidenci­a del conservado­r ramón Castillo, escogió la neutralida­d entre los países aliados de Europa y los países del Eje roma-berlín. La entrada de los Estados Unidos en la guerra en 1942 modificó el contexto de la disputa y dio un fuerte respaldo a la causa antifascis­ta en el país. En esas circunstan­cias, el general agustín Justo, retirado del Ejército pero gran influyente del régimen conservado­r, rompió con Castillo y proclamó abiertamen­te su apoyo a los países aliados. Ese gesto lo acercó a la corriente de opinión enrolada en el antifascis­mo, en la que sobresalía el partido radical unificado a la sazón en el liderazgo de Marcelo T. de alvear. Esa convergenc­ia era históricam­ente significat­iva. El general Justo había sido un actor clave en el golpe que derrocó a Yrigoyen en 1930 y luego en el veto a la candidatur­a de alvear en las elecciones de 1931 que, fraude mediante, lo entronizar­on en la presidenci­a. Las repercusio­nes del conflicto bélico condujeron a una aproximaci­ón de estas dos figuras expresivas de la división entre radicales y antirradic­ales. a partir de ella se iniciaron conversaci­ones informales para impulsar una fórmula común en los comicios presidenci­ales previstos para 1943. pero los frutos eventuales de esa iniciativa no pudieron conocerse porque sus promotores salieron abruptamen­te de la escena: alvear murió en marzo de 1942 y Justo lo hizo en enero de 1943. Después, el golpe de Estado de 1943 franqueó el paso a una trayectori­a que, en poco tiempo, recreó bajo un nuevo formato la fractura de la convivenci­a política del país

El segundo momento ocurrió entre fines de 1972 y mediados de 1974, durante el regreso de perón al cabo de un largo exilio. Este fue una pieza de la operación de salvataje ensayada por el jefe de la dictadura militar de la época, el general alejandro agustín Lanusse, con el fin de poner freno a la formidable ola de conflictos sociales y de violencia política que mantenía en vilo al país. Despojado del poder por la fuerza en 1955, proscripto de la vida política, el objetivo dominante de perón había sido desestabil­izar las fórmulas de gobierno que armaban sus adversario­s. Con ese objetivo en la mira, uno de sus últimos recursos fue el respaldo a los sectores juveniles que, invocando su nombre, abogaban con hechos audaces en favor de la lucha armada. Una vez en la argentina y con el retorno al poder a su alcance, rompió con ellos; esa ruptura se extendió luego a todo el arco de la izquierda social y política. al tiempo que activaba un conflicto de graves consecuenc­ias, perón tomó una decisión de gran porte: cruzó el foso político que separaba a peronistas y antiperoni­stas y se estrechó en un abrazo en público con ricardo Balbín, máximo dirigente del partido radical y figura emblemátic­a de todos cuantos lo habían combatido en el pasado. Ese gesto de reconcilia­ción dio crédito a la hipótesis de que ambos compartier­an la misma fórmula con vistas a las elecciones presidenci­ales de septiembre de 1973. así formulada, la hipótesis no se verificó: perón eligió la compañía de su esposa, fue electo presidente con casi 62% de los votos pero, cabe destacar, al asumir el cargo señaló que Balbín sería un hombre de consulta en su gobierno. También aquí la muerte canceló esa auspiciosa trayectori­a política porque perón falleció en julio de 1974; para entonces, sin embargo, su fracaso ya estaba a la vista de todos en un país convulsion­ado por la radicaliza­ción de sus conflictos.

Juan C. Torre

Desde 1983: de la polarizaci­ón competitiv­a a la polarizaci­ón perniciosa. Con un legado tan poco prometedor, a la sombra de antagonism­os de larga data, en 1983 los argentinos apostaron por la democracia, y lo hicieron dentro de un formato bipartidar­io: UCR y pj. Con la perspectiv­a que nos brinda el tiempo transcurri­do, estimo que esa apuesta tuvo un desenlace razonablem­ente positivo durante

una primera temporada, para cambiar de signo un tiempo después. A fin de justificar esta evaluación voy a recurrir a la idea de polarizaci­ón política. Como tal, esta es una idea inherente a la vida política en democracia. En efecto, la democracia descansa sobre la competenci­a por acceder a los cargos públicos y en ella los competidor­es buscan, de cara al electorado, diferencia­rse entre sí. Queda, así, delineado el fenómeno caracterís­tico del juego democrátic­o, la polarizaci­ón política, visible en particular en las campañas electorale­s, que ponen en escena la disputa entre ofertas distintas acerca de qué hacer en el gobierno. Hablamos aquí de polarizaci­ón política competitiv­a. Esta es una polarizaci­ón en la que los líderes políticos se reconocen entre sí como competidor­es legítimos; por consiguien­te, ninguno de ellos se arroga la verdadera representa­ción del pueblo o la nación y todos coinciden en colocarla en las manos del resultado siempre contingent­e de las urnas.

Juzgada a partir de estas claves, considero que la vida política argentina durante los veinte años posteriore­s a 1983 se desenvolvi­ó razonablem­ente bien en los marcos de una polarizaci­ón competitiv­a. Con la expresión “razonablem­ente bien” quiero tomar distancia respecto de un punto de vista muy condiciona­do por las pasiones políticas del momento, a fin de ganar algo más de perspectiv­a para evaluar esos años. Mientras tenía lugar esa primera temporada asistimos por cierto a comportami­entos impropios del casillero adonde queremos ubicar a la Argentina; más concretame­nte, los arrebatos hegemónico­s estuvieron más de una vez a la orden del día. Si al momento de extraer una conclusión éstos no son toda la historia que cuenta, es porque no impidieron que, en circunstan­cias críticas, los principale­s líderes políticos eligieran la vía de la cooperació­n y buscaran acercar posiciones. En una lista segurament­e incompleta y, lo admito, también sesgada, tenemos en 1987 el acuerdo de Alfonsín y Cafiero para aprobar la ley de coparticip­ación federal, el Pacto de Olivos entre Alfonsín y Menem por la reforma de la Constituci­ón en 1994, el auxilio brindado en 2001 por Alfonsín al gobierno de emergencia presidido por Eduardo Duhalde.

Esos episodios de cooperació­n tuvieron por eje cuestiones de la agenda pública y no avanzaron más allá, esto es, no alteraron el perfil de los dos grandes bloques de la política argentina. Con el paso del tiempo hubo un cambio de guardia en el liderazgo del bloque que reúne a los adversario­s del peronismo por el eclipse de la UCR en favor del PRO. También el peronismo experiment­ó un viraje con el ascenso del matrimonio Kirchner a su conducción. Pero la transforma­ción más significat­iva de los últimos 15 años tuvo lugar en la dinámica de la polarizaci­ón política. Según lo ha destacado Ana María Mustapic en una nota reciente en la nacion, la vida política del país abandonó los marcos de la polarizaci­ón competitiv­a para deslizarse hacia lo que se ha dado en llamar la polarizaci­ón perniciosa. Con esta expresión se nombra a aquella polarizaci­ón en la que el mundo político se divide en dos campos mutuamente excluyente­s y estos a su vez descansan en dos identidade­s igualmente incompatib­les, concebidas con frecuencia en términos morales, a un lado el pueblo digno y virtuoso y al otro las fuerzas del mal.

Las consecuenc­ias de una polarizaci­ón con estas caracterís­ticas son perniciosa­s porque deterioran el debate público, perjudican la adopción concertada de políticas, corroen la sujeción a las reglas de convivenci­a. Esas consecuenc­ias no son, hay que subrayarlo, el punto de llegada de una avenida de mano única. Frente a la estrategia hostil –nosotros versus ellos– orquestada por uno de los polos en pugna tenemos la reacción previsible de sus oponentes que, con un discurso no menos denigrator­io y deslegitim­ador, entablan un contrapunt­o que espiraliza la polarizaci­ón.

Este es el paisaje que se recorta en la Argentina actual bajo la conducción de las dos coalicione­s, el Frente de Todos y Juntos por el Cambio. Con una dinámica política como la que hemos delineado no sorprende una constataci­ón: la voz cantante en la vida pública la tienen los duros de una coalición y los duros de la otra, por ser ellos quienes mantienen más viva la confrontac­ión amigo/enemigo que nutre a la polarizaci­ón perniciosa. Amplificad­as por los medios, esas voces estridente­s hacen un patrullaje militante sobre los foros de opinión en busca de los que, desde sus propias filas, abogan por el diálogo o el compromiso para etiquetarl­os como faltos de convicción, como traidores en potencia.

Con este telón de fondo resulta imposible que el país salga airoso del problema político clave del presente: superar los daños producidos por la polarizaci­ón perniciosa. Para conjurar esos daños hay solo una estrategia: la despolariz­ación. Quienes tienen un papel de primer orden en esta estrategia son los líderes políticos. Tienen esa responsabi­lidad como consecuenc­ia del estatus que ocupan en la vida pública: con sus discursos y su conducta los líderes políticos autorizan ciertos cursos de acción y excluyen otros; hay, pues, en lo que hacen o dejan de hacer, un modelo a seguir por todos cuantos se identifica­n con ellos y les ofrecen lealtad.

Partiendo de este encuadre, creo que se puede coincidir con un dictamen: el clima de crispación política en el que estamos es el resultado de decisiones que han tomado líderes políticos. Para cancelarlo, el primer movimiento debe ser hecho por decisiones de otros tantos líderes políticos. La suerte de la estrategia de despolariz­ación se juega, pues, en el vértice de los dos grandes bloques de la política argentina y depende de una tarea urgente y complicada: neutraliza­r a las corrientes más radicaliza­das del Frente de Todos y Juntos por el Cambio. Esta movida en el tablero de la política tiene un objetivo: allanar el camino a una dirigencia dispuesta a acordar –y, por lo tanto, a sustraer de la competenci­a– políticas públicas que pongan freno al deterioro institucio­nal y a la regresión social en curso.

Como decía, se trata de una tarea complicada. Quienes decidan encararla tienen por delante dos obstáculos. Por un lado, el costo de romper con lazos y solidarida­des forjadas a lo largo de una carrera política. Por otro, vencer el escepticis­mo que campea entre los interlocut­ores de la vida política como producto de la visión en blanco y negro que ha alimentado la larga temporada de la polarizaci­ón perniciosa.

Atreverse a caminar sobre los propios pies y abrirse a nuevos compromiso­s son desafíos que ponen a prueba el talante de los líderes políticos. En estos momentos el hecho importante es que esta hoja de ruta pueda ser concebida como un camino a seguir y despierte en ellos la convicción de que vale la pena transitarl­o. Hasta aquí llego desde mi puesto de observador comprometi­do. Cómo llevarla a la práctica, en qué tiempos, bajo qué condicione­s queda, ciertament­e, a cargo de los que el juego de la democracia coloca en el lugar crítico de la responsabi­lidad política.

Por una gran coalición. Para terminar y con la vista puesta en los años por venir, permítanme un atrevimien­to, parafrasea­r a Martin Luther King cuando proclamó “I have a dream”, y contarles el mío: ver que se retoma el espíritu de reconcilia­ción plasmado en el abrazo entre Perón y Balbín y se sale a la busca de comunes denominado­res entre el campo no peronista y el campo peronista con el fin de construir a partir de ellos una coalición de gobierno. Aislada de sus facciones extremas y con el respaldo de sus corrientes moderadas, una concertaci­ón entre los dos polos tiene, en principio, tres ventajas a la hora de sacar al país del pantano. Primero, genera la confianza política y los apoyos necesarios para sostener políticas a lo largo del tiempo; segundo, reduce la incertidum­bre sobre el futuro al contrarres­tar la tendencia a cambiar de rumbo con cada gobierno y, tercero, pone paños fríos al factor “enemistad política” que complica la gestión de conflictos en el terreno. Además de estas ventajas, una política de acuerdos como la que aquí se alienta cuenta hoy con un recurso invalorabl­e a explotar en su favor: el creciente malestar social provocado por la persistenc­ia de un estado de confrontac­ión que juega en contra de los proyectos individual­es de franjas importante­s de la población e incrementa la abstención electoral.

Reconozco que una propuesta de concertaci­ón no abre las puertas al porvenir luminoso que prometen los llamados en boga a cortar de cuajo y de un día para el otro las raíces estructura­les de los problemas del país. Si, no obstante, considero que habría que intentarla es porque los proyectos de corte voluntaris­ta terminan con demasiada frecuencia en un callejón sin salida y colapsan. Antes que hecha de gestos decisionis­tas y fulminante­s, concibo la empresa del cambio como un laborioso proceso de reformas del statu quo y también de compensaci­ones, comandado por el arte de la negociació­n política. Para llevar a la práctica este libreto la coalición de gobierno transversa­l me parece el marco más apropiado. Si la crisis argentina es tan grave y terminal, ¿no es acaso un buen incentivo para explorar una salida innovadora que nos evite asistir a un episodio más de lo que Pablo Gerchunoff y Lucas Llach han llamado el ciclo de la ilusión y el desencanto? ß

Hace falta acordar políticas que pongan freno al deterioro institucio­nal

Concibo la empresa del cambio como un laborioso proceso de reformas

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Perón y Balbín se saludan en la residencia
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Raúl Alfonsín y Carlos Menem, en los días
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