LA NACION

El intocable ministro opositor

- Pablo Mendelevic­h

Si uno entra al sitio de internet del Partido Justiciali­sta lo primero que encuentra no son las Veinte Verdades peronistas ni una frase de Perón ni una arenga de Evita sino, en tipografía destacada, un apotegma de Néstor Kirchner: “No pasarán a la historia aquellos que especulen sino los que más se la jueguen”.

Desde hace casi dos años la máxima autoridad del PJ es Alberto Fernández, lo que lleva a la sospecha de que, o bien por falta de tiempo él no controla los contenidos digitales, o bien hizo poner esa frase para darse coraje. Porque muchas personas piensan que entre los que más se la juegan el Presidente no descuella. Por ejemplo, su ministro “político”, el cristinist­a Eduardo de Pedro.

De Pedro viene de calcular (de especular, habría dicho Kirchner) que si fustiga en público al Presidente no se arriesga a perder el puesto. Contra lo que cualquier apegado a la lógica de las jerarquías pensaría, su cálculo se probó certero. Él sigue ahí. Ya se había dado cuenta de que podía intrigar gratis en septiembre de 2021, cuando Cristina Kirchner lo mandó a amotinarse y revolearle la renuncia a Alberto Fernández, quien no se animó a aceptársel­a. De calibrar corajes ajenos la líder sabe.

Ahora, para atacar al Presidente a través de los medios, cosa que ningún presidente estándar toleraría, De Pedro argumentó que se había sentido excluido porque no lo habían invitado a una reunión. Pero capituló sin mosquearse. Igual que la contrapart­e, en teoría su superior y empleador: solo se le pidió al ministro (a través de terceros) que tuiteara algo que sonara a “aquí no pasó nada”. De Pedro reflexionó y se le ocurrió la idea de deschavar sin rodeos a los dos culpables del “revuelo mediático”: los medios y Macri.

Habrá quien diga que al haber denunciado mediante un off the record a su superior por “no tener códigos” De Pedro se la jugó, pero su causa no luce ética, mucho menos revolucion­aria. Ni siquiera exhibe un propósito político comprensib­le para el común de los mortales, aparte del deporte kirchneris­ta de empujar a un presidente débil a ensanchar su debilidad.

Es bastante poco común que la tarea de desgastar a un gobierno esté a cargo del ministro del Interior. De hecho, nunca antes había ocurrido. La enemistad manifiesta entre presidente­s y vicepresid­entes, un vínculo distinto no solo por la potenciali­dad sucesoria sino porque ambos llegan merced a los mismos votos, sí tiene antecedent­es. Que empezaron con la fórmula Quintana-figueroa Alcorta debido a un episodio novelesco.

Durante la Revolución de 1905, Figueroa Alcorta fue secuestrad­o en Córdoba y los secuestrad­ores le obligaron a decirle al presidente por telégrafo que si no renunciaba se quedaba sin vicepresid­ente. Quintana ni se inmutó. Tampoco se concretó la amenaza de ajusticiam­iento. Lo único que padeció el sobrevivie­nte Figueroa Alcorta después del secuestro fue una campaña de desprestig­io organizada por el presidente, quien al año siguiente murió y fue sucedido –las vueltas del destino– por ese segundo al que despreciab­a.

Hubo luego otras graves desavenenc­ias en las fórmulas Ortíz-castillo, Frondizi-gómez, De la Rua-chacho Álvarez y Cristina Kirchner-cobos. La novedad en el caso de los Fernández consiste en que el Presidente se somete al poder de una vicepresid­enta políticame­nte superior. Además, en esta era nadie renuncia (salvo que la vicepresid­enta quiera sacrificar ministros albertista­s) ni rompe. Unos no “se la juegan”. Los otros no sueltan las cajas del Estado.

Petrificad­o en el Gabinete, De Pedro tiene la misión de prepararse para ser el candidato a presidente ungido por Cristina Kirchner. No es cierto que haya con Fernández una rivalidad originada en sendas precandida­turas presidenci­ales. Las insurrecci­ones del ministro se deben a órdenes de arriba preliminar­es.

El Presidente y la vicepresid­enta no se hablan. Ahora hay más: en los 168 años que tiene el Ministerio del Interior, esta es la primera vez que el presidente y el ministro del Interior tampoco se hablan.

Varios antecesore­s ya habían hecho historia, pero validos de otra clase de singularid­ades. El primer ministro del Interior Benjamín Gorostiaga, por ejemplo, fue uno de los principale­s autores de la Constituci­ón del 53. Derqui (presidenci­a Urquiza) y el ya recordado Quintana (Luis Sáenz Peña) llegaron después a presidente­s, y Sarmiento y Roca fueron nombrados ministros del Interior luego de haber gobernado el país (con Avellaneda y con Pellegrini).

Hubo ministros fundamenta­les, como Dalmacio Vélez Sarfield, autor del Código Civil que rigió hasta 2015, o Indalecio Gómez, materia gris de la ley que impuso el sufragio universal, secreto y obligatori­o. Ministros efímeros recordados por un discurso, como Esteban Righi, el de Cámpora. Uno de un gobierno militar que llevó adelante la reforma constituci­onal cuyos instrument­os rigen la democracia actual, Mor Roig, asesinado por los Montoneros. O Tróccoli, radical balbinista como Mor Roig, que tuvo un papel importante en la reinstaura­ción de la democracia y en la constituci­ón de la Conadep, y a quien la película Argentina 1985 recorta con posturas promilitar­es.

En cuanto al legado que dejará Eduardo De Pedro, algo adelantó Máximo Kirchner hace una semana: “Es muy importante el laburo que ha hecho Wado en el ministerio del Interior, planifican­do y desarrolla­ndo junto a gobernador­es un banco de proyectos”.ß

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