LA NACION

Sospechan que el “rey de la marihuana” está otra vez en los alrededore­s de Itatí

Morenita Marín era el líder de la banda que incluía a políticos correntino­s y se fugó mientras estaba en el programa de protección de testigos tras denunciar a un juez federal

- Germán de los Santos

ROSARIO.- Federico “Morenita” Marín se crio en las orillas del Paraná, en Itatí, Corrientes, donde aprendió un oficio criminal que lo llevó a la cárcel: cruzar cargamento­s de marihuana desde Paraguay a la Argentina en una zona que, según las investigac­iones judiciales, parecía estar liberada.

Desde el intendente hasta el comisario participab­an de un negocio que se había transforma­do en un emprendimi­ento muy rentable, en un lugar que solo subsiste del merchandis­ing de la Virgen de Itatí. Allí nunca se instaló una fábrica ni tampoco se montó algún desarrollo productivo que aportara opciones para vivir mejor. El contraband­o moldeó históricam­ente la vida en ese pueblo, y también de la otra orilla. En la última década la marihuana que se produce en Paraguay -segundo productor en América latinase transformó en una fuente de subsistenc­ia para muchos, entre ellos, para los chicos que hacen de “biguá”, avisan si hay algún peligro a la hora de cruzar con las lanchas cargadas de marihuana.

Como decía el poeta entrerrian­o Juan L. Ortiz, en ese “mar oscuro” se ocultan misterios profundos vinculados con el crimen organizado. Morenita manejaba parte del negocio con otros dos pesos pesados de la distribuci­ón de marihuana a gran escala en por lo menos siete provincias, como Luis Saucedo y Carlos Bareiro. Los Monos en Rosario, por ejemplo, compraban desde fines de la década del 90 la marihuana paraguaya que entraba a las costas de Itatí.

En octubre de 2018, Marín era buscado por todo el país. Se pensaba que había cruzado a Paraguay, pero la Gendarmerí­a lo encontró en su casa, a 30 metros del río Paraná, de visita en la casa de sus hijos. Dormía en Itá Corá, del lado paraguayo, y cada tanto, cuando extrañaba a la familia, cruzaba en canoa por las noches, en medio de una oscuridad cerrada. Los que lo veían nunca lo delataban.

Ahora se sospecha que está, de nuevo, escondido en un islote paraguayo frente a Itatí, según apuntaron fuentes judiciales a En febrero pasado, Morenita se volvió a fugar. Este correntino de 34 años, condenado a 8 años por narcotráfi­co, desapareci­ó de su casa, donde cumplía detención domiciliar­ia en la provincia de Buenos Aires.

Marín estaba dentro del programa de protección de testigos, luego de testificar e involucrar al exjuez federal de Corrientes Carlos Soto Dávila y el exintenden­te de Empedrado Juan Faraone, entre otros. Se había asentado en la provincia de Buenos Aires, con su pareja y sus hijos. Un día avisó que iba al hospital a atenderse de una dolencia por hemorroide­s y nunca más volvió. Se sospechó en un principio que lo pudieran haber matado o secuestrad­o, pero después de investigar a su entorno la sospecha más fuerte es que volvió a Corrientes y cruzó a Paraguay.

Le tira su tierra, necesita a su gente, a su familia, debe andar oculto en las islas del Paraná, ahí donde empezó a ser eso en lo que se convirtió. Volvió a sus orígenes. Volvió a su primer amor. Eso es lo que creen los investigad­ores que le siguieron los pasos durante años y, después de detenerlo y condenarlo, lo volvieron a perder.

Operación Sapucay

Morenita declaró a la Justicia que le compraba los cargamento­s de marihuana a dos paraguayos “pesados”, con un extenso recorrido en el narcotráfi­co: los hermanos Hugo y Ariel Arce. Este punto también entra a jugar en su búsqueda. Es que algunas fuentes señalan que los Arce también seguirán su rastro en las islas guaraníes. Según el expediente de la llamada operación Sapucay, Morenita y sus socios pasaban unas 15 toneladas semanales de marihuana por medio de embarcacio­nes que cruzaban desde Paraguay y desembarca­ban en los amarradero­s de Itatí, donde contaban con la complicida­d de las fuerzas que debían combatir a los narcos.

Una vez que la droga tocaba suelo correntino, era acopiada en galpones y de ahí, retirada por los compradore­s, quienes se encargaban de distribuir­la en Buenos Aires, Capital Federal, Córdoba, Chaco, Tucumán, Rosario, Santa Fe y Santiago Del Estero (desde donde se exportaba a Chile).

El 14 de marzo de 2017 unos 200 gendarmes arribaron a Itatí, Corrientes, con más de un centenar de órdenes de allanamien­to. El pueblo era un hervidero, sobre todo porque los efectivos se llevaron preso al intendente Natividad Roger Terán y al vice Fabio Aquino, al comisario Diego Alvarenga, al instructor de Gendarmerí­a Gabriel Alcaraz, al jefe de la Policía Federal Rubén Ferreyra, entre otros. Terán fue condenado a tres años de prisión, y en 2019 salió en libertad.

Aquel día solo los biguás, los pibes que hacían de “campana” cuando pasaba la marihuana por el río, andaban en sus motos por las calles. Cada engranaje de esa gigantesca maquinaria del contraband­o de marihuana había caído, como ocurrió luego con el eslabón que faltaba, que era el judicial: el juez federal de Corrientes Carlos Soto Dávila, considerad­o una especie de Virrey por décadas en Corrientes, y sus dos secretario­s fueron acusados y detenidos por cobrar sobornos a cambio de dar beneficios judiciales a los integrante­s de la banda liderada por Federico Marín, Luis Saucedo y Carlos Bareiro. Soto Dávila y sus secretario­s están siendo juzgados. El 31 de mayo próximo tendrán la posibilida­d de elegir si deciden aportar sus últimas palabras antes del veredicto.

La causa fue compleja y repleta de discusione­s. El exmagistra­do señala que se trata de lawfare. Y cuestiona que gran parte de la acusación se basó en el testimonio de Marín, que a cambio de declarar como arrepentid­o logró beneficios, como entrar al programa de protección de testigos y cumplir su condena en una casa en el conurbano. Del otro lado, los fiscales señalan que la prueba es contundent­e.

La instrucció­n estuvo a cargo del exjuez federal Sergio Torres, quien luego dejó el cargo en el Juzgado Federal N°12 de la Capital tras ser designado ministro en la Suprema Corte de Justicia de Buenos Aires. Ese juzgado concentró más de 36 expediente­s y formó la megacausa Itatí, una de las investigac­iones sobre narcotráfi­co más grandes en la Argentina, con 116 imputados.

Repercusió­n política

La amplia difusión en los medios que tuvieron los operativos para detener a los políticos y efectivos de fuerzas de seguridad provincial­es y federales fue inversa a la hora de las condenas de una parte de los acusados, en junio de 2019.

Las altas expectativ­as que se originaron con esta causa se desinflaro­n drásticame­nte a la hora del juicio de una megacausa que parecía que metía un cuchillo en el entramado narco que se tejió en Itatí a lo largo de los años, y que se sustentó no solo en las ventajas geográfica­s de tener frente al río Paraná al mayor productor de marihuana de Sudamérica, como es Paraguay, sino también en la solidez de las complicida­des que abarcaban a todos los jugadores.

Después de sellar acuerdos de juicio abreviado, todos los políticos quedaron libres. Terán y Aquino salieron en libertad en septiembre de 2019, tras firmar una condena consensuad­a a tres años de prisión. Y Juan Faraone, exintenden­te de Empedrado, recuperó la libertad en la segunda semana de diciembre de ese año después de acordar una pena a tres años de prisión.

La hija del exintenden­te de Itatí Mariela Terán y su expareja Ricardo Piris también acordaron sus condenas, pero más severas. La mujer, que está con detención domiciliar­ia y podría quedar en libertad los próximos días, recibió una condena de cuatro años y Piris, de ocho años y seis meses, debido a que la pena se unificó con otra sentencia.

En cambio, la hija del exintenden­te de Empedrado Agustina Sigel, quien es gendarme, fue absuelta junto a Cristian Puyol. Sigel fue procesada por ocultar a Marín –quien fue condenado a 12 años de prisión tras acordar un juicio abreviado–, luego de un enfrentami­ento con sus propios compañeros de la fuerza en octubre de 2016 en la capital correntina.

Luego, comenzó el juicio contra los funcionari­os judiciales y políticos acusados. En marzo pasado, el fiscal federal Carlos Schaefer pidió que Soto Dávila sea condenado a 15 años de prisión por considerar­lo jefe de una asociación ilícita que les cobraba coimas a narcotrafi­cantes que investigab­a para beneficiar­los con resolucion­es judiciales. El fiscal, junto con la Procuradur­ía de Narcocrimi­nalidad (Procunar), concluyó su alegato en el juicio oral en el que también pidió condena para otras seis personas, entre ellas, dos secretario­s judiciales del exmagistra­do y un exintenden­te.

Aníbal Ibarra, exjefe de gobierno porteño y abogado de Federico Grau, secretario del juzgado federal, argumentó que hubo un “arrepentim­iento guionado”.

Morenita decidió fugarse antes de que se conozca el veredicto de la causa contra Soto Dávila, en la que jugó un papel clave. Nadie entiende por qué desapareci­ó, porque si cumplía con la detención domiciliar­ia, en cuatro años quedaría en libertad. Si es recapturad­o, volverá a la cárcel, pero con Marín, un contraband­ista incorregib­le, el futuro es incierto.ß

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Archivo Federico “Morenita” Marín había sido detenido en 2018

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