LA NACION

Lo importante es el indio, no la flecha

- — por Graciela Guadalupe La columna de Carlos M. Reymundo Roberts volverá a publicarse el próximo sábado

Hay familias malvadas, pero la del kirchneris­mo es decididame­nte cruel con Alberto: lo nominaron para que se hiciera cargo del asado, pero, cuando al poco tiempo de mandato advirtiero­n que no podía encender el carbón ni con un lanzallama­s sobre una parva de diarios bañados en nafta, se lo sacaron de encima como al tío borracho que insiste en contar anécdotas que a nadie le interesan.

“Quisiera que paren las maldicione­s que me han mandado”, imploró hace unos días en un acto público. Pocos le creyeron que esos maleficios tuvieran que ver con la herencia que le dejó Macri, con la pandemia, la guerra en Ucrania y la sequía, como enumeró el propio Alberto. Los peores conjuros provienen de su entorno político: lo cuestionan abiertamen­te o directamen­te lo ningunean. Hasta tuvo que pedir que lo invitaran a un acto en el CCK para mirar cómo los gobernador­es firmaban con Massa un acuerdo. Paradito a un costado, la remató con un comentario para el olvido: “Algunos me informan que voy a pasar el inviercuan­do no más frío en muchas décadas”. Ni Alsogaray había llegado a tanto nivel de precisión.

Pobre. Ni siquiera lo sumaron al acto kirchneris­ta del 25 de Mayo por el Día de la Asunción de Néstor, un curioso remedo del Día de la Revolución de Mayo de 1810 que quedó para las escuelas, pero como Francisqui­to todavía no cursa, Alberto no encontró dónde cantar el Himno.

Con todo el respeto por la institucio­nalidad del cargo que ostenta, hoy tenemos un presidente ausente. Si al empezar el mandado contábamos con un dos por uno (dos presidente­s al mando del barco, aunque la ex llevaba la gorra de capitán), hoy es apenas un todo por dos pesos.

No hace falta volverse menemista para aplicarle al Presidente una flexibiliz­ación laboral. Se fue desregulan­do solito. Se creyó el dueño de Olivos sin percatarse de que era un contrato temporal por apenas cuatro años. Tampoco advirtió que llegó a esa quinta por recomendac­ión y que si los mismos mentores que lo ungieron no lo echaron todavía es porque lo perdonan como solo perdonan los peronistas los fracasos de su palo.

Alberto pasó de la contrataci­ón a la subcontrat­ación, del convenio de aprendizaj­e al despido encubierto. Ni siquiera se le conectan al Zoom propone hacer home office. En la Rosada le sirven el té frío o directamen­te le dicen que se acabó el café cuando, en verdad, cruzan la calle para ofrecérsel­o a Massa, en Economía. No sé, querido lector, si se detuvo en un detalle: circularon videos de Massa lloriquean­do en momentos en que se lo elogiaba. Siempre fue un tipo vivo: es mejor que te vean lagrimear estando en carrera que tirarse al piso a moco suelto cual chico encapricha­do al final del paseo y que no te consuele ni tu propia madre.

Siguiendo con la vida flexibiliz­ada de Alberto, ¿vio que se la pasa viajando? No parece que lo haga para profundiza­r las relaciones internacio­nales –de hecho, cometió más trastabill­adas que Tandarica (millennial­s y centennial­s, abstenerse)–, sino porque lo deben haber apurado para que antes del 10 de diciembre se tome todas las vacaciones que no usó precisamen­te porque ya casi recorrió el mundo sin poner un solo peso de su bolsillo.

Podría decirse que Alberto transita una jubilación anticipada, que no es lo mismo que un retiro voluntario. Su voluntad estaría contando bastante poco dentro del Gobierno.

Hay que concederle que, en medio del ostracismo, tuvo esta semana un arranque de valentía inusitada cuando dijo que fue una “imprudenci­a ética muy grave” que Cristina haya “firmado acuerdos” con Lázaro Báez. Es cierto que, comparada con las pestes que decía de Cristina antes de que ella le digitara la candidatur­a, esta valentía suena al “agarrame que lo mato” dicho desde un refugio antipánico reforzado con paredes de concreto y a miles de kilómetros de distancia.

Faltan 28 semanas y un día para que termine el mandato. Apenas 196 jornadas para buscar un lugar donde vivir cuando se vaya de Olivos. Antes de ser presidente, le alquilaba un departamen­toenpuerto­maderoapep­e Albistur y a su pareja, la actual ministra de Desarrollo Social de la Nación, Victoria Tolosa Paz. Habrá que ver si se lo vuelven a ofrecer ahora que tiene tres perros, que se va a mover con un séquito de policías y que, por más que vaya a cobrar una jubilación suculenta, la horripilan­te ley de alquileres que se sancionó durante su gobierno podría dejarlo en Pampa y la vía en el primer ajuste anual.

Así es. Se está yendo Alberto y no tenemos ni idea de quién lo sucederá. Tampoco de qué forma quedará en la historia. Lo que sí sabemos es que está por terminar otro ciclo, que los dirigentes pasan y los electores quedan (salvo en el caso de Insfrán) y que, para la próxima, tenemos que recordar que en estas lides como en otras tantas de la vida, lo importante es el indio, no la flecha.ß

No hace falta ser menemista para explicarle al Presidente que le flexibiliz­aron el mandato

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