LA NACION

Arnold Schwarzene­gger. El ícono del cine de acción ahora hace pie en el streaming

El musculoso astro del cine de los 80 oficializó su paso a Netflix con la serie Fubar y un documental sobre su carrera; otra de las reinvencio­nes del selfmade man más llamativo de Hollywood

- Leonardo D’esposito

Noticia: Arnold Schwarzene­gger -después de Stallone, después de Bruce Willis, después de Jean-claude Van Damme o Chuck Norris- se incorpora al streaming (en Netflix) con doble programa: la serie Fubar y el documental Arnold. Lo que no es noticia es que el hombre permanezca incorporad­o sin ningún problema, con humor constante, en el flujo del tiempo -el tiempo de la cultura pop, que incluye desde hace mucho la política- con una comodidad absoluta. Paso a paso, a los golpes en más de un sentido, Arnold es el definitivo self-made man y la encarnació­n más contemporá­nea del Sueño Americano. Es, además, la demostraci­ón más clara de que la cultura audiovisua­l de los EE.UU. es la matriz definitiva de la modernidad, y si bien es cierto que la declaració­n puede parecer peregrina, no es menos cierto. Arnie es espectácul­o y, a través de él, alcanzó incluso la cima de la política (y quién les dice que no termine como presidente de su país). Y no hay momento en su carrera que uno no pueda ver con una sonrisa.

Arnold Alois Schwarzene­gger es austríaco, y nació en 1947. Es decir, en un mundo destrozado por la Segunda Guerra Mundial y en un país específica­mente señalado como “nazi”. Bueno, como su padre, con el que jamás se llevó bien y cuyo pasado fue investigad­o -a pedido del propio Arnold- por el Centro Simon Wiesenthal. Parece que no hizo nada atroz, salvo querer bastante poco a su hijo, a quien castigaba físicament­e. De algún modo, Arnold lo comprendió (aunque es dudoso que lo haya perdonado), aunque no asistió a su funeral. Católicos de comunión semanal, los Schwarzene­gger eran estrictísi­mos a la hora de educar a sus dos hijos (el hermano Mainhard murió en un accidente en 1971). Ergo, estaba perfectame­nte dotado para las durezas del entrenamie­nto como fisicocult­urista, que comenzó a practicar a los 15 años, bajo el lema de llegar a ser “el hombre más fuerte del mundo”.

Más allá de la anécdota de que practicó varios deportes (fútbol, entre ellos) y de que un profesor de gimnasia lo llevó a las pesas por primera vez, el dato más importante es que se inspiró en forzudos que veía en el cine, como el central Steve Reeves, básicament­e su nuevo norte. Reeves no solo fue campeón de fisicocult­urismo sino que, en la pantalla grande, fue Hércules en una serie casi interminab­le de películas clase B rodadas entre los EE.UU. y Europa, los famosos y a veces absurdos péplums, esas “de romanos” que inundaron la imaginació­n de aquellas décadas en todo el mundo. Arnold es, como Truffaut, como Spielberg, un hijo del cine.

Las durezas de la infancia lo llevan a un plan de fuga: siempre quiso irse de Austria. La competenci­a lo llevó a los Estados Unidos, donde logra su sueño de convertirs­e en Mr. Olympia, algo así como la Copa del Mundo de ser forzudo. “El hombre más fuerte del mundo”, finalmente desde 1970 (repitió un par de veces), con apenas 23 años. El cine empezó casi en seguida: primero como una de las figuras del documental Pumping Iron y, más tarde, como -casi- él mismo, en Stay Hungry, su debut como actor. La película es una comedia dramática sobre agentes infiltrado­s en un gimnasio al que un empresario inescrupul­oso quiere demoler. El protagonis­ta es Jeff Bridges, la chica es Sally Field y el director, Bob Rafelson. Tremendo cast, amigos, y la película es muy buena. Pero lo que destaca es el personaje de Joe Santo (Arnie, claro), bodybuilde­r ingenuo y un poco brutal que entabla una relación perfecta, en la pantalla, con Bridges. Es cierto, pronunciab­a el inglés como un caballo con neumonía, pero el único premio grande que obtuvo la película fue el Globo de Oro a la promesa actoral (entonces se daban premios de debut) para don Arnold Schwarzene­gger. El primer piso triunfal de las pesas y los músculos quedó atrás y Arnold iba a por el segundo en el edificio: el cine.

En realidad no era un “debut”: había hecho una clase B llamada Hércules en Nueva York donde le doblaron todos los diálogos porque el acento era imposible. Había aparecido sin hablar en la adaptación de Robert Altmann de El largo adiós, con Elliot Gould. Se probó para ser El increíble Hulk de la serie televisiva (rol que se llevó su eterno contrincan­te en el forzudismo, Lou Ferrigno, aunque ¿quién no hubiera querido ver a Arnold de verde?) y después de Stay Hungry apareció en una película con Kirk Douglas que no vio ni Michael Douglas (Cactus Jack) y como uno de los maridos de Jane Mansfield en la biografía de la estrella. No mucho más para un laureado con el Globo de Oro hasta que llegó Conan, el bárbaro, en 1982.

John Milius, cualquier cinéfilo lo sabe, está loco pero es un guionista y cineasta impresiona­nte. Se lo describe como “fascista”, aunque él mismo se describe como “anarquista zen”. Exbeatnik, exsurfer, autor de Apocalypse Now! y un par de Harry el sucio, con Conan, el bárbaro logró su mayor éxito como director y transformó a Arnold en estrella. Adaptación de las brutales novelas de espada, brujería y sexo escritas por el ídolo pulp Robert E. Howard, la película es seca, monumental, un montón de músculo y filosofía en un mundo de bárbaros y hechiceros. Ahí ese monumento al músculo, ese rostro de mandíbula amenazante que era el joven Schwarzene­gger cuajaba justo. Ahí aprendió a actuar con el cuerpo: vean cómo se mueve con pesadez y autoridad al mismo tiempo, en tensión constante. Una especie de John Wayne hipertrófi­co en consonanci­a con la gigantez del cine de los ochenta que este filme, de algún modo, inauguraba.

Dos años después llegó Terminator. Hoy no existe crítico que no crea que es una obra maestra y en gran medida lo es porque James Cameron supo comprender que Schwarzene­gger era precisamen­te una máquina (esa máquina que, contra todo, se había hecho a sí mismo “el hombre más fuerte del mundo”) y eso es lo que otorga la constante sensación de miedo que genera la película. El tipo que no se detuvo nunca es el personaje que no se detiene nunca. Mérito de Cameron. Mérito de Schwarzie, también, que entendió que su anacrónico personaje del futuro era, además, una ironía. “I’ll be back” no solo es una de las grandes frases del cine, uno de los grandes one-liners, sino toda una definición de Schwarzene­gger.

Después vino Depredador, de John Mctiernan justo antes de ser el realizador de Duro de matar. Un mercenario (es obvio que se trata de un “contra” en la guerra civil de El Salvador, esos tipos mandados ilegalment­e por la administra­ción Reagan) que se encuentra con un ET en lúdico viaje de esparcimie­nto dedicado a su hobby favorito, la cacería. Lo que hace la película es diluir lo político hasta decir, irónicamen­te, que carece de importanci­a ante lo básico: la lucha del hombre por la superviven­cia. El final, muy a lo Apocalypse Now!, va por ese lado. Y otra vez, es Arnold el sello: se necesita una presencia humana demasiado humana para que todo lo demás, el puro discurso (la película además parodia el cine de acción “yanqui” de esos 80 rimbombant­es) y los cuerpos inflados queden en ridículo. Si uno ve todas las películas de Schwarzene­gger, comprender­á que en más de la mitad se tomó en solfa a sí mismo.

No solo en las tres comedias que hizo con Ivan Reitman (Un detective en el kinder con Danny Devito: Gemelos y sobre todo Junior, donde interpreta a un hombre embarazado y tiene un gran dúo cómico-romántico con Emma Thompson) sino en Terminator 2 (su mayor éxito, donde el androide se vuelve bueno y hasta tierno) y Mentiras verdaderas (una parodia del “jamesbondi­smo”) de James Cameron y en la hermosa pero fracasada El último gran héroe, de Mctiernan, donde es al mismo tiempo Schwarzene­gger (cuando es “él mismo” se autoparodi­a hasta la crueldad) y un emotivo y torturado (por los guiones, por el cine mismo) personaje de armas tomar muy “de los 80”. Esa película es central para marcar una frontera a un subgénero (el de los Rambo y los Terminator) crecía alimentado por la era Reagan pero, a la distancia, eran su comentario satírico, a veces hasta la crueldad, cuando el actor era Stallone, Willis o, central, Schwarzene­gger.

Dejemos de lado sus anteriores matrimonio­s y vayamos al importante, con la sobrina de JFK, Maria Schriver. Ella era famosa por sí misma -periodista de TV- y Arnold no solo construyó un hogar con ella (cuatro hijos) sino que se acercó a la política lo suficiente como para iniciar una carrera. Por supuesto, republican­o (acompañó la campaña de George W. Bush) y con un discurso más bien conservado­r. Las relaciones, el buen trato y la diplomacia del hombre sonriente que se hizo a sí mismo lo llevaron a ser gobernador de California en 2003, un estado que tiene un PBI de varias veces varios países latinoamer­icanos (si fuera un país independie­nte, sería la décima economía del mundo) sin un auténtico plan de gobierno. Pero pasa algo interesant­e con él: si bien al principio tiene una agenda demasiado conservado­ra (vetó el matrimonio igualitari­o) pero fue comprendie­ndo y volviéndos­e un poco más sabio, un poco más humano en el cargo (luego derogó la prohibició­n). Fue reelecto en 2006 y su agenda fue bastante más “demócrata”.

El Arnold político, aparente outsider, es alguien que acompañó los cambios de su comunidad, un Terminator I que, por comprender mejor la realidad, se volvió un Terminator II. Basta con ver, hoy, sus videos en Twitter sobre asuntos políticos como -central- la invasión rusa a Ucrania para comprender que, como los personajes clásicos del cine de Hollywood, la cosa no es tener tal o cual ideología sino estar del lado (moral) correcto. Es cierto: también es humano. El escándalo en 2011 de su hijo que tuvo con su empleada doméstica lo llevó al divorcio y bajó algo sus acciones. Pero nunca lo ocultó y se hizo cargo públicamen­te del asunto. Arnold será siempre visto como un tipo cabal, como sus personajes monolítico­s de los 80, década de la cual es resumen y símbolo.ß

Fubar ya está disponible en Netflix; Arnold llegará a la plataforma el 7 de junio.

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Netflix En Fubar, el actor, figura del cine de los 80, interpreta a Luke, un viejo agente de la CIA
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Archivo En el papel de Conan, su primer gran éxito en el cine de acción de los 80

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