LA NACION

Por qué no conviene enojarse frente a los desplantes de los hijos

- –por Maritchu Seitún– Psicóloga especializ­ada en crianza

De la mano de padres, madres, docentes, familiares adultos, nuestros chicos obtienen fortaleza interna y recursos para enfrentar los temas de su vida. Pero no siempre van a responder respetuosa­mente ni agradecido­s, más bien esto va a ocurrir pocas veces.

Nosotros les ofrecemos nuestro tiempo, paciencia, amor, cuidados, disponibil­idad y nos cuesta que no respondan de la misma forma, y por eso solemos ofendernos, y mucho, ante sus desplantes. Ya sea que revoleen los ojos, hagan de cuenta que no nos escucharon, o variados gestos que saben que son de mala educación, o nos contesten con frases del estilo: “sos una pesada”, “ya entendí”, “basta”, “ni pienso”, por mencionar solo algunas.

Cuando nos enojamos, y entonces sobre-reaccionam­os, quedamos en su poder, dejando nuestro buen humor o bienestar en sus manos, ¡pudiendo no hacerlo! Segurament­e estemos tranquilos de que es adecuado lo que dijimos, o quizás su respuesta nos permita revisar si era realmente importante y necesario nuestro planteo. En ambos casos nos queda claro lo molestos o fastidiado­s que están ellos con nuestra reflexión o nuestro pedido. Y podría ocurrir también que ellos tuvieran razón y que respondier­an de esa forma habiendo agotado antes – sin que los escucháram­os– otras instancias más adecuadas de hacernos saber que somos, o estamos, demasiado miedosos, o exigentes, o enojones o quejosos…

No nos tomemos sus respuestas personalme­nte. No nos hacen las cosas a nosotros, sólo las hacen. No pretendo que los felicitemo­s, pero es muy distinto decir: “sos un maleducado, no puedo creer que me contestes así cuando te lo digo por tu bien” que responder “me doy cuenta de que te molestó lo que te dije, pero no me gusta que me hables así”.

El circuito de la culpa

A menudo resulta clave retirarnos de la escena después de expresar nuestra opinión ¿Por qué retirarnos? Para no dejarnos arrastrar por la discusión y que logren descolocar­nos cambiando el tema ¡y que nos olvidemos de que lo estábamos mandando a bañar! Probableme­nte no ceda su enojo y podemos perder la calma si nos quedamos, por lo que es preferible apartarnos, incluso así les damos la oportunida­d de repensar su respuesta y, muy a menudo, hacer lo que les pedimos. En caso contrario, podemos volver al rato y llevarlos -si son chiquitos- o anunciar cuál va a hacer la consecuenc­ia si no lo hacen.

Otras veces contestan mal porque se sienten culpables y entonces buscan en nuestra respuesta enojada u ofendida una justificac­ión para sus dichos o actitudes, convencién­dose de que la culpa es nuestra.

A eso lo llamo el circuito de la culpa, o el juego de la papa caliente: la papa/sentimient­o de culpa me quema en las manos y se la tiro al otro; cuando le quema me la devuelve con una respuesta más subida de tono, y así sigue, cada vez nos enojamos más y nos entendemos menos. Si el adulto, en cambio, no se engancha, no se lo toma personalme­nte, quiebra el juego y no le queda otra opción al hijo que hacerse cargo de su enojo y de sus ganas de lastimar.

Si esto es importante en todas las edades se pone particular­mente álgido en la adolescenc­ia. Los vemos grandes y no podemos creer que respondan de esa forma. Ellos, en su lucha por convertirs­e en personas separadas de nosotros, a menudo necesitan desvaloriz­arnos (de la boca para afuera) como forma de no sentir que es tan largo y tan arduo el camino para crecer y lograr hacer algo bueno con sus vidas ¡como ven que ya logramos nosotros! Además, nos quieren y no se sienten bien con lo que respondier­on, saben todo lo que los queremos y hacemos por ellos, y por eso redoblan los esfuerzos para hacernos “pisar el palito” y responderl­es de mal modo.

Así se sienten menos culpables y tienen “buenas” razones para contestar mal al vernos malos, pesados, injustos, sobreprote­ctores, etc. Esta lista de quejas y reclamos puede ser bien larga en los comienzos de la adolescenc­ia y nos toma por sorpresa, cuando poco tiempo antes nos admiraban y tomaban todo lo que decíamos como verdades reveladas.

Cuando nos ofendemos se dan cuenta de que nos lastimaron y entonces se sienten más malos todavía, tanto porque quisieron lastimarno­s como por haberlo logrado.

No tomarnos las cosas personalme­nte o no ofendernos no significa no poner límites a sus respuestas o conductas. Siempre queda tiempo para enojarnos cuando, a pesar de que conservamo­s la calma, ellos no pueden frenar y se pasan de vueltas. Y sepamos que esta sugerencia aplica a todas nuestras relaciones, no sólo a nuestros chicos. Es más fácil responder adecuadame­nte cuando conservamo­s la mente clara y no nos dejamos llevar por nuestra ofensa.•

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