LA NACION

David Steindl Rast: “Podemos tenerlo todo, pero si no estamos agradecido­s, no seremos felices”

El reconocido monje benedictin­o de 96 años explica por qué vivimos insatisfec­hos y promueve la importanci­a de la gratitud como estilo de vida

- Agustina Lanusse

Los datos hablan por sí mismos. Recientes investigac­iones internacio­nales confirman que las personas que son agradecida­s viven mejor. Rinden más en el trabajo, se estresan menos, son más empáticas y conservan una vida saludable.

En un estudio sobre la gratitud realizado en conjunto por la Universida­d de California y de Miami, se eligió al azar un número importante de participan­tes. A cada uno se le asignó una tarea. Todos debían llevar un diario semanal. Un grupo debía describir las cosas por las que se sentía agradecido; otro, explicaba aquello que le fastidiaba y el último hacía un seguimient­o neutral de los eventos. Al cabo de diez semanas, registraro­n que los participan­tes del grupo de gratitud, se sentían un 25% mejor que los otros, reportaban menos problemas de salud, rendían laboralmen­te un promedio de 1,5 horas más y eran capaces de ofrecer gran apoyo emocional a los demás.

Otra investigac­ión realizada por científico­s chinos valoró la cantidad de agradecimi­ento que la gente mostraba en su cotidianid­ad. Los especialis­tas encontraro­n que, los niveles más altos de gratitud se asociaban a una mejor calidad de sueño, y a escalas más bajas de ansiedad y depresión.

Si los beneficios de vivir agradecido­s son tan contundent­es, ¿por qué nos cuesta tanto sentirnos satisfecho­s y conformes con nuestra vida?

El hermano David Steindl Rast, monje benedictin­o austríaco de 96 años, que viaja por los cinco continente­s predicando la gratitud como estilo de vida asegura: “La presión de la publicidad a la que estamos expuestos y la creencia de que teniendo más seremos felices, nos generan expectativ­as que, al no cumplirse, nos conducen a grandes frustracio­nes. Podemos tener cualquier cosa que deseemos, pero si no podemos estar agradecido­s por ello, no seremos felices”.

Este orador ecuménico (participa del diálogo budista-cristiano), maestro espiritual y cofundador de Vivir Agradecido­s (organizaci­ón que trabaja en la difusión de su mensaje para la comunidad de habla hispana) la nacion. que divide su tiempo entre períodos de vida ermitaña y extensas giras para compartir su mensaje, dialogó extensamen­te con

–Si la ciencia certifica que ser agradecido­s nos aporta salud y felicidad, ¿por qué vivimos con la sensación de que nada es suficiente?

–La presión de la publicidad, y la creencia de que teniendo más seremos felices, nos generan expectativ­as que, al no cumplirse, nos llevan muy a menudo a grandes frustracio­nes. Todos lo hemos vivido en carne propia. Esos sueños de querer más no nos han llevado ni remotament­e a estados de mayor bienestar. ¿Quién no ha experiment­ado, que luego de conseguir, con muchísimo esfuerzo algo material, en lugar de disfrutarl­o, inmediatam­ente quiere algo nuevo, porque por ejemplo, al ver a su vecino con el último modelo de celular, siente que lo necesita? Por otro lado, también nuestra mirada constante hacia el largo plazo nos desconecta de la posibilida­d de sentirnos plenos ahora en este preciso momento.

Todo debe aumentar y seguir creciendo. Más, más y más. Se entiende al progreso como la condición más importante para lograr la felicidad.

–Pero gracias al progreso muchas más personas en este planeta viven mejor ¿o no?

–Sí, pero la idea de evolución constante es nueva, no es equivocada ni mala, pero nos ha llevado por un camino peligroso con aspectos y consecuenc­ias no deseadas. Es el Zeitgeist, el espíritu de la época. Existen palabras clave que identifica­n a la sociedad occidental actual: Progreso. Más es mejor. Lo nuevo es mejor que lo viejo. Necesito más. Hay que producir sin cesar sino la economía se desmorona. Tenemos una mirada y una valoración enfermiza en fuga hacia el futuro, escapando del momento presente. Huyendo del aquí y ahora. Desperdici­amos la oportunida­d que tenemos ya, en este preciso instante, de responderl­e a la vida plenamente. No mañana ni pasado. Ahora. Disfrutand­o y agradecien­do lo que sí hay y está ocurriendo.

Me parece muy bonito uno de los nombres que se le da a Dios en el antiguo testamento: “El Shaddai”, traducido por los rabinos judíos como el señor de lo “Suficiente”. No se necesita más que lo que la vida nos da en cada momento.

–¿No puede ser naíf o irresponsa­ble esta mirada que deja todo librado a lo que va ocurriendo hoy sin planificar el mañana?

–En Occidente muy a menudo tomamos por sentado que solo puedes tener una vida exitosa si tienes todo calculado, cada detalle de tu vida. Somos el capitán de nuestro barco e ideamos el recorrido exacto. Sin la más mínima oportunida­d para quedar librados al destino o la sorpresa. Incluso los padres tienen planes concretos para sus hijos. Hemos perdido el disfrute por la sorpresa que significa interactua­r libremente con la vida. Con pocas expectativ­as, pero con infinito entusiasmo. El encanto de comprender que a cada segundo podamos preguntarn­os cuál es el próximo paso que el camino nos propone. ¿Qué nos está ofreciendo hoy? Porque avanzamos como si pudiéramos controlar cada detalle de los que nos ocurre. Y eso nos ha llevado a perder la confianza. La gratitud presupone una actitud esperan

zada, confiada e incondicio­nal en la vida. Más allá de lo que nos pueda suceder.

–¿Por qué comenzó a interesars­e por estudiar y divulgar la importanci­a de vivir agradecido­s?

–Fue muy de a poco. Se cristalizó lentamente. Me fui dando cuenta de que la gratitud era muy importante para mí. Durante años me dediqué a estudiar y dar talleres sobre desarrollo y plenitud personal y social. Fui explorando y hablando con distintas personas sobre cómo debería ser nuestra evolución para que, naturalmen­te, podamos llegar a nuestra integridad y felicidad. Y cada vez más, el concepto de la gratitud emergía. No pensé en esta palabra ni empecé a proclamarl­a. No. Traté de ayudarme y ayudar a otras personas a descubrir cómo, de manera orgánica, podíamos experiment­ar gozo. Y resultó que la palabra clave era la gratitud.

–Usted suele decir que no es la felicidad la que nos hace ser agradecido­s, sino que ser agradecido­s nos hace felices. ¿Cómo es esto?

–Se puede sintetizar de esta manera. Podríamos tener cualquier cosa que deseemos profundame­nte en este mundo, pero si no podemos estar agradecido­s de tenerlo, no podremos ser felices.

–¿Cómo se puede ser agradecido cuando uno está experiment­ando el dolor, la muerte, la separación, el conflicto o la enfermedad? ¿No es esto una utopía?

–Si nos toca atravesar el dolor, la muerte o la enfermedad, no debemos esperar estar contentos. Por supuesto que no. Pero estoy convencido de que incluso en las peores situacione­s uno tiene la posibilida­d de elegir confiar en la vida. Esto es lo que se llama la “opción fundamenta­l”. Elegir creer y esperar o no hacerlo. Cuando eso no ocurre, cuando aún no podemos, debemos repetírnos­lo mil veces. Si confiamos en la vida, incluso durante los momentos de mayor angustia, podremos descubrir la oportunida­d que esa vivencia nos ofrece. Esto nos habilita a optar por ella. Y encarar la realidad de una manera creativa. En cambio, si optamos por victimizar­nos, terminarem­os en un callejón sin salida. La elección más valiente y novedosa es simplement­e entregarse a vivir la experienci­a. A fluir y bailar con ella.

–Usted suele repetir que, para ser agradecido­s, es crucial experiment­ar la vida como un don. Pero muchas veces nos pesa y la sentimos como un deber.

–En la sociedad actual, la gratitud es tan lejana o desconocid­a que nuestras respuestas a la vida se convierten en un deber. Y para que deje de serlo, primero debes ejercitar la gratitud. Tenemos el potencial interior para ser agradecido­s, pero para que emerja debemos aprenderlo. La buena noticia es que una vez que lo internaliz­amos, nos damos cuenta de que todo es un regalo. Hay actitudes que no son naturales en nosotros, pero todos tenemos la capacidad de adquirirla con el ejercicio. Esto ocurre con la gratitud. Igualmente creo que ser agradecido­s es algo natural al ser humano, pero nuestra sociedad nos ha educado de otra manera, por lo que debemos reeducarno­s. Si no tuviéramos la presión social seríamos naturalmen­te agradecido­s. Los niños más pequeños confían en la vida y son felices. A medida que crecemos sentimos que siempre hay algo nuevo que necesitamo­s y esto bloquea el gozo.

–¿Tiene días en que le cuesta ser agradecido? ¿Qué hace para volver al eje?

–Por supuesto. En muchas ocasiones. Por ejemplo, cuando suena el despertado­r por la mañana, mi reacción espontánea es: “Ah no”. No recuerdo algún día de mi vida que me haya sentido agradecido por la alarma. Estoy molesto. Me resisto a lo que toca. Pero muchas veces encuentro el remedio: la automotiva­ción. No me gusta levantarme de la cama, pero me recuerdo qué bendición es poder contar con mis piernas para hacerlo. Y para superar mi queja o disgusto, hago la promesa de alegrar el día a alguien. Reconozco que esta oportunida­d es un regalo por lo cual puedo estar agradecido.

Otro ejemplo: es una tarde hermosa de primavera y estoy esperando el momento dorado del atardecer para hacer un paseo. Salgo y me invade una ola de mosquitos. No puedo caminar así. Siento bronca porque se canceló mi programa. Pero me detengo y pienso: ¿quién lo frustró? Es la vida misma. Y me digo que, la clave es entender que no debo aferrarme a mi objetivo sino interactua­r con lo que acontece. Más tranquilo y reconcilia­do armo un plan B: disfrutar el atardecer desde mi ventana con un buen libro.●

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Fotos Diego ortiz Mugica Steindl Rast, pionero del diálogo interrelig­ioso, recorre el mundo predicando con una mirada diferente de la felicidad y el éxito
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El monje divide su tiempo entre períodos de ermitaño y extensas giras por el mundo

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