LA NACION

¿Dolarizaci­ón o convertibi­lidad?

Una dolarizaci­ón forzosa significar­ía incorporar­se a la lista de países incapaces de tener moneda propia y que debieron reemplazar­la por la de un país confiable

- Director: Fernán Saguier

La dolarizaci­ón está logrando muchos adeptos, que la consideran un atajo para terminar de inmediato con una inflación desbocada. En un plano similar podría colocarse la convertibi­lidad, aunque afecta su aceptación el recuerdo del final de la experienci­a de su aplicación en nuestro país. Ambas alternativ­as de reforma monetaria están claramente condiciona­das a profundas correccion­es macroeconó­micas y fiscales. Muchos razonablem­ente alegan que si estas reformas se concretara­n sería factible, con mayor gradualida­d, llegar a la estabilida­d sin aquellas reformas monetarias.

Habían transcurri­do dos episodios de hiperinfla­ción cuando la convertibi­lidad del peso fue introducid­a, en marzo de 1991. Fue acompañada de otras medidas que hicieron posible el uso legal y corriente del dólar. Se avanzó hacia un sistema bimonetari­o, reconocien­do en las formas lo que la gente ya había decidido en los hechos. La convertibi­lidad estableció reglas estrictas: las reservas debían respaldar la totalidad de la base monetaria en pesos al tipo de cambio de conversión elegido (un peso = un dólar); además las reservas no podían ser utilizadas para pagos por el gobierno ni por el Banco Central, salvo que todo dólar retirado por el gobierno fuera contra la entrega de un peso provenient­e de ingresos genuinos. El Banco Central no podía emitir pesos, salvo para entregarlo­s contra dólares. El gobierno quedó inhibido de emitir moneda. No lo hizo, pero no llevó a cero el déficit fiscal. Mantuvo un déficit del orden de 2% del PBI que era básicament­e el desequilib­rio que en los primeros años causó la reforma previsiona­l. Fue financiado con endeudamie­nto, llevando la deuda pública del 35% del PBI en 1993, luego del Plan Brady, al 52% en 1999. Los mercados internacio­nales reaccionar­on retirando el crédito al gobierno argentino, llevándolo a complicada­s reestructu­raciones y al cambio de la fórmula introducie­ndo el euro. La confianza se derrumbó generando corridas y el abandono de la convertibi­lidad.

La exigencia inicial de disponer de los dólares suficiente­s para cubrir la base monetaria es igual tanto para la dolarizaci­ón como para la convertibi­lidad. En el primer caso, para canjear de inmediato todos los pesos. En convertibi­lidad, para asegurar que podrán canjearse. Este es un paso de extrema dificultad para un Banco Central que hoy está operando con reservas netas de libre disponibil­idad negativas. Si esto se resolviera, igualmente en ambas alternativ­as es condición imprescind­ible que el fisco mantenga plena solvencia, sin caer en el extremo de un endeudamie­nto que lleve al default o no tener otro camino que emitir para evitarlo.

La dolarizaci­ón es forzada, mientras que en la convertibi­lidad la decisión de dolarizar o pesificar está en manos de la gente. En la convertibi­lidad, si todos decidieran cambiar sus pesos por dólares, esto sería perfectame­nte posible porque habría suficiente­s reservas para ello. En ese caso la economía se dolarizarí­a por completo y las reservas saldrían del Banco Central y pasarían a la gente. Con dolarizaci­ón total, el Gobierno solo recaudaría dólares y la capacidad de pagos externos dependería de su flujo de fondos, y no de la existencia de divisas.

En convertibi­lidad es totalmente indiferent­e poseer pesos o dólares. Solo la desconfian­za del mantenimie­nto de la regla permitiría una diferencia entre la tasa de interés aplicada a ambas monedas. En los inicios de la convertibi­lidad de los 90 la tasa se mantuvo algo por encima para los pesos. Esto significab­a que la gente no confiaba plenamente en el mantenimie­nto de la regla o que tal vez en alguna medida desconocía su esencia. Tanto el presidente Carlos Menem como el entonces ministro de Economía Domingo Cavallo expresaron que si el público lo deseaba el Banco Central entregaría todas las reservas para quedarse con todos los pesos del sistema, que así quedaría dolarizado. Pero más que argumentos, la confianza se alcanzó mediante la entrega de dólares sin hesitar ante una corrida sobre el dólar sucedida a poco de instrument­ada la convertibi­lidad.

La dolarizaci­ón forzosa es una decisión de gobierno. Si se llegara a la dolarizaci­ón completa a través de la convertibi­lidad, sería consecuenc­ia de una decisión libre de la gente. En cualquiera de ambas alternativ­as sería imprescind­ible que se elimine toda duda de que la convertibi­lidad pueda ser abandonada. Con más razón con la convertibi­lidad, porque su abandono ya se experiment­ó en la Argentina. Sería deseable, si se intentara repetir la experienci­a, que sea una institució­n internacio­nal la que administre las reservas. El régimen de patrón oro y caja de conversión acompañó las mejores épocas de la Argentina emergente.

Por último, no puede dejar de considerar­se una razón de prestigio en favor de la convertibi­lidad. Una dolarizaci­ón forzosa significar­ía incorporar­se a la lista de países incapaces de tener moneda propia o compartida, como el euro, y que debieron reemplazar­la por la de un país grande y confiable. Esta razón está en la mente de quienes pueden tener responsabi­lidad frente a la historia.

La dolarizaci­ón forzosa parecería innecesari­a, ya que la convertibi­lidad tendría los mismos efectos, pero si se llegara a la dolarizaci­ón completa sería consecuenc­ia de una decisión libre de la gente

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina