LA NACION

Facundo Díaz Acosta. Del colchón a jugar su primer Roland Garros

“Llegué a no sentirme tenista”, cuenta hoy el eje de aquel singular entrenamie­nto en la pandemia; la caída en París y las enseñanzas

- Sebastián Torok

PARÍS.– Durante el angustiant­e encierro por la pandemia, en agosto de 2020, la imagen del tenista Facundo Díaz Acosta peloteando contra un colchón colocado en un espacio reducido de la entrada de su casa de La Lucila, Vicente López, publicada en la tada de La NACION, generó impacto en el mundo del deporte e indignació­n en una gran porción de la sociedad en general. ¿Cómo era posible que el jugador de 19 años, uno de los proyectos más valiosos, debiera enfrentar esa situación tragicómic­a en una actividad profesiona­l tan inofensiva para un potencial contagio de Covid-19?

El zurdo, que se había destacado en los Juegos Olímpicos de la Juventud de Buenos Aires 2018 (obteniendo la medalla plateada en singles y la dorada en dobles junto con Sebastián Báez), quedó indefenso en un desprolijo tironeo que incluyó al Ministerio de Turismo y Deportes y a la Asociación Argentina de Tenis, que no lo protegió. Viviendo en la provincia de Buenos Aires, Díaz Acosta quedó como uno de los jugadores que no logró el permiso para practicar. Sin pasaporte europeo, tampoco pudo viajar al Viejo Continente. Tampoco pudo moverse al interior del país. Y fue uno de los tenistas que la AAT no logró incluir en la lista de “elegibles olímpicos” que obtuvieron la autorizaci­ón para entrenarse en CABA después de que el Gobierno aprobara los protocolos sanitarios y emitiera un permiso especial para los atletas.

La realidad lo sacudió. Perdió las ganas. “Dejé de sentirme tenista”, le confiesa hoy a La NACION. Lo dice en la sala de prensa de Roland Garros, después de haber jugado su primer cuadro principal de Grand Slam. Casi tres años más tarde de aquella pesadilla, el actual 137° del ranking mundial (por entonces era 402°) recuperó la energía y la motivación para seguir compitiend­o.

“La pandemia fue durísima para todos, obviamente. En lo personal me afectó la carrera. El disfrutar de los entrenamie­ntos, de los partidos, de los viajes…, quedó todo atrás. Cuando volví a jugar las derrotas me dolían mucho más. No me sentía tenista. Cuando nos autorizaro­n a viajar, me iba tres semanas y ya quería volver: extrañaba, quería estar en casa. Hasta que me acomodé un poco y aprendí a no deprimirme tanto cuando perdía. Al fin y al cabo, estoy haciendo lo que me gusta, estoy viajando, estoy jugando torneos buenos. Hoy me siento mucho más jugador y contento del lugar que ocupo”, añade Díaz Acosta. Tras ganar dos ruedas en la clasificac­ión del Abierto de Francia, cayó en el obstáculo previo al main draw, pero luego tuvo la fortuna de entrar como lucky loser, precisamen­te. Jugó por primera vez un partido a cinco sets y perdió ante el australian­o Jason Kubler (69°) por 1-6, 6-3, 6-4, 3-6 y 6-1, en 3h24m.

“Aquellos días fueron dramáticos”, insiste el jugador que desde 2013 se entrena en la academia de Mariano Monachesi y Mariano Hood, en Liceo Naval. “Fue una locura todo lo que pasó. Me costó más dejar de entrenar en las primeras semanas de la cuarentena que después, porque se hizo todo tan rutinario que me acostumbré a levantarme a cualquier hora, a entrenar a medias porque era muy difícil hacerlo bien en mi casa, me achanché, justo estaba terminado el colegio. Repito: no me sentía jugador, para nada”, expresa. Y narra que tras aquella imagen tomada por el fotógrafo de La

NACION Santiago Filipuzzi, su teléfono se llenó de mensajes. “Mucha gente me empezó a alentar para que siguiera jugando y estuvo bueno, porque recibir mensajes positivos en el momento malo que vivíamos todos me energizó. Me vino bien. Al poco tiempo después ya se volvió a abrir, a jugar y me puse muy contento de empezar a hacerlo de nuevo. Pero me costó mucho la adaptación”, apunta Díaz Acosta.

Acostumbra­do a competir en el Challenger Tour y en los (ex) Futures, la segunda y tercera categoría del tenis profesiona­l, asevera que de Roland Garros se despide “distinto, con aprendizaj­es”. Se lamentó no haber podido sostener el nivel del primer set ante Kubler, pero también lo afectó una molestia en el aductor derecho que lo obligará a hacerse una resonancia en lo inmediato para decidir cómo seguirá su calendario. “Fue raro el partido –explicó, tras su desafío en el court 8 del Bois de Boulogne–. Arranqué bien, él no tanto y fue muy rápido el primer set. Fue raro que en media hora ya estuviera 6-1. Era irreal, porque él no estaba jugando cerca de su mejor nivel. Cuando empezó a levantar me jugaron los nervios, empezó a pesar la atmósfera, mi primer Grand Slam, mi primer partido a cinco sets…, pero en el global me voy contento. Me voy distinto de cómo llegué. Aprendí a valorar del lugar en el que estoy. Nunca había jugado un partido a cinco sets y antes de entrar tenía dudas sobre cómo iba a responder física y mentalment­e, y al final, por más que haya perdido, me la banqué bien”.

Díaz Acosta entiende que su actualidad (y ranking) no le permite jugar todos los Grand Slam. Para el próximo Wimbledon ya se quedó afuera del ingreso directo al cuadro principal, pero confía en lograr ese estatus para fines de agosto, en el US Open, el último grande del calendario. “Por momentos me costó caer y ver dónde estaba –reconoce–. Pero mi objetivo era disfrutar, tomar experienci­a en estos torneos y no me voy a olvidar de mi primer Roland Garros. Ya desde el primer día de la qualy había mucha gente, muchos argentinos…, ir caminando y ver la masa de gente yendo para todos lados fue increíble. En los torneos que juego, los Challenger­s, es otra vida, el día y la noche. Hoy mi realidad no es esta, por eso ahora traté de ver partidos, de recorrer el club, de aprender. Pero sobre todo me voy convencido de ser tenista: quiero pertenecer a este mundo”.•

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GETTY Aquella foto de Díaz Acosta, con el colchón en el frente de su casa, y ayer, en París
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