LA NACION

Cannes se confirma como “festival de festivales”

La muestra francesa dejó grandes presentaci­ones, glamour y algunas polémicas

- Pablo De Vita

CANNES. –En una ceremonia sin sorpresas, salvo el orden de los factores, el producto final devenido del análisis de las posibilida­des y perspectiv­as de los films en competenci­a no presentó grandes sobresalto­s, salvo en las posiciones del palmarés. Así, The Zone of Interest, de Jonathan Glazer, debió resignar el favoritism­o por la Palma de Oro en beneficio de la francesa Anatomía de una caída, de Justine Triet, y conformars­e con el no menos poderoso Grand Prix du Jury en una noche en la que el otro favorito, el ya legendario Aki Kaurismäki, conquistó el Premio del Jurado y también vio desvanecer­se la posibilida­d de quedarse -por primera vez- con la Palma de Oro con su romántica Las hojas muertas.

Ese registro estadístic­o también le da a la directora Justine Triet la oportunida­d de ser la tercera mujer en ganar la Palma de Oro en toda la larga existencia de Cannes, luego de que Jane Campion inaugurara esa posibilida­d con La lección de piano, hace treinta años, y que recién fuera revalidada por la controvers­ial Titane, hace tan solo dos. De hecho, la directora de esa película, Julia Ducournau, fue una de las integrante­s del jurado presidido por el sueco Ruben Östlund y que también contó con el argentino Damián Szifron. Las estadístic­as olvidan a la pionera sueca Bodil Ipsen, que, en codirecció­n con Lau Lauritzen, ganó por primera vez el premio con La tierra será roja, en 1945.

Fue el cierre de doce días en los cuales Cannes revalidó sus cartas de “festival de festivales” entregando lo que será el curso del cine mundial hasta fin de año. Un festival que exhibió grandes películas, fue escenario de varias polémicas, asistió a algunos entredicho­s y tuvo una organizaci­ón que -de la mano del rígido control de seguridad implementa­do tanto para ingresar al Marché du Film como a las proyeccion­es- vio sucumbir la puntualida­d aunque se citara a los espectador­es con cuarenta y cinco minutos de antelación para tener tiempo de exhibir bolsos y pasar detectores de metales en la alocada carrera por conseguir luego una buena ubicación.

En esa misma línea, el festival resignó la entrega de impresos a los acreditado­s -de acuerdo a normas europeas de cuidado del medio ambiente- y también la caracterís­tica bolsa o bolso que otorgan este tipo de encuentros junto con la acreditaci­ón. Todo se vendía en la tienda oficial y todo lo imprescind­ible estaba en el plástico que iba colgado del cuello: el código QR que validaba las entradas, la categoría de la acreditaci­ón (no son todas iguales) que permitía más o menos posibilida­des de acceso e incluso el código de conexión a Internet en el enorme Palais du Festival.

Esa existencia, entre memorabili­a cinéfila y modernidad técnica, pareciera ser la constante que domina el festival en una ciudad que no sabe cómo contener el enorme aluvión cinéfilo que sobreviene cada año, cada vez con más fuerza. Además, porque Cannes no desea resignar su lucha por un cine en salas, entonces no se busca ninguna participac­ión online más allá de la transmisió­n oficial de las ceremonias de apertura, cierre, las alfombras rojas y las conferenci­as de prensa a las que puede acceder presencial­mente un ínfimo puñado de la prensa acreditada.

De acuerdo con las cifras explicitad­as por su director, Thierry Frémaux, este año el Marché du Film tuvo 12.000 acreditado­s, a los que se sumaron 4500 periodista­s y no debe olvidarse todo lo demás: invitados especiales, staff, técnicos, personal de seguridad. En cualquier caso, una cifra inmensa para una ciudad de tan sólo 75.000 habitantes.

Y esa enorme masa humana que por doce días coloniza Cannes se hace sentir en los bares y restaurant­es, en las larguísima­s filas de acceso a los cines y en las calles que parecen una prolongaci­ón escenográf­ica de ese glamour natural en las grandes figuras y adquirido para todos los demás: la escena repetida en una ciudad donde comer es de caro a carísimo. Enormes filas de gente vestida de etiqueta en los locales de comidas rápidas pugnando por una poco sofisticad­a hamburgues­a o la carrera a le dernier train (el último tren) en dirección a Antibes o Juan les Pins, dos localidade­s vecinas a precios moderados en infinito contraste con las grandes limusinas, los yates amarrados en el puerto compitiend­o en fiestas y sofisticac­ión, o los vestuarist­as y asesores de imagen corriendo por las calles con pilas de vestidos que luego, en muchos casos, engalanan una alfombra roja plena de apetecible frivolidad para curiosos y fanáticos.

Todo esto convierte al Festival de Cine de Cannes en mucho más que un festival y lo transforma en una gran vidriera del espectácul­o que supo amalgamar una alquimia imposible para que conviva el cine de autor más exigente junto al cine mainstream de Hollywood y figuras televisiva­s y mediáticas por igual. Pero todo ese universo mediático, por fortuna y hasta el momento, no invade a su poderosa selección que es para el paladar cinéfilo más exigente.

Así, Cannes entregó en este 76° encuentro una de las competenci­as más equilibrad­as y con los grandes nombres del cine que uno pueda imaginar: Ken Loach, Wim Wenders, Nuri Bilge Ceylan, Hirokazu Kore-Eda, Nani Moretti (todos ganadores de la Palma de Oro); además de Aki Kaurismäki, Wes Anderson, Jonathan Glazer, Alice Rohrwacher, Todd Haynes, Marco Bellocchio, Catherine Breillat, Jessica Hausner, Catherine Corsini y muchísimos más.

A ellos debe sumarse el nombre de la francesa Justine Triet, que con su thriller judicial Anatomía de una caída fue quien subió al escenario para recibir, de manos de nada menos que Jane Fonda, la Palma de Oro con su ajustada mirada a las institucio­nes, comenzando por la matrimonia­l, y que tenía en la actriz alemana Sandra Hüller a la gran candidata para el premio a la mejor actriz (en un raro caso, tenía doble chance, por esta película y por The Zone of Interest), pero que debió resignar su suerte en favor de Merve Dizdar por About Dry Grasses, de Nuri Bilge Ceylan.

En tanto, el premio al mejor actor fue para Köji Yakusho por Perfect Days (que también se quedó con el premio Signis), y que marca el regreso de Wim Wenders (77 años) al gran cine de calidad que supo acuñar con las ya clásicas Las alas del deseo o la ganadora de la Palma de Oro, París, Texas.

A esos premios con sabor a Lejano Oriente se añaden los de Yuji Sakamoto como mejor guion por Monster, de Hirokazu Kore-Eda, y quizás el premio más polémico del festival, consideran­do que grandes trabajos de Bellocchio o aclamados como el de Rohrwacher se fueron con las manos vacías: el lauro a mejor director para Tran Anh-Hüng, por The Pot-au-feu.

El cine argentino se fue también con las manos vacías de las competenci­as de short films y de Un certain regard, pero con excelentes críticas y repercusió­n tanto para el cortometra­je Nada de todo esto, de Patricio Martínez y Francisco Cantón; como para el largo Los delincuent­es, de Rodrigo Moreno.

Las buenas noticias fueron el premio Fipresci de la crítica internacio­nal para la coproducci­ón chilenoarg­entina Los colonos, del chileno Felipe Gálvez, y la reelección del productor y titular del histórico sello Argentina Sono Film, Luis Alberto Scalella, para otro mandato al frente de la poderosa Federación Internacio­nal de Productore­s de Films (FIAPF), que es la que otorga la categoría “A” a los festivales internacio­nales de los cuales Cannes es su marca más distintiva.•

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AFP Justine Triet ganó la Palma de Oro con Anatomía de una caída

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