LA NACION

Ricardo Espalter. Un antes y un después en la genial comedia televisiva

El uruguayo, que brilló en Telecatapl­úm, entre otros programas, perteneció a esa cofradía de cómicos que transforma­ron el humor sobre el escenario y la pantalla; anécdotas con Les Luthiers y una trayectori­a imborrable

- Texto Guillermo Courau

El mate, el truco, Carlos Gardel o las tortas fritas. Todos símbolos de confratern­idad rioplatens­e que han enfrentado durante décadas a Argentina y Uruguay, en una cariñosa -y no tanto- pulseada adjudicata­ria. Pero qué sucede cuando existen pruebas documentad­as de un nacimiento, el 14 de abril de 1924 en la zona de Parque Rodó (Acevedo y Durazno, para ser exactos), pero el corazón, la nostalgia y los recuerdos de esta orilla dicen que cargaba un indudable ADN argentino. Sucede un hombre irrepetibl­e como Ricardo Espalter, miembro de una estirpe “telecatapl­umesca” que llegó para moldear un humor único e irrepetibl­e, transversa­l a ambos países y a sus habitantes.

Espalter era todo lo que uno no se imagina cuando piensa en un actor icónico de una época y de una manera de hacer reír. Reservado, taciturno, algo tímido, de pocos amigos pero incondicio­nal a ellos, risa difícil y pésima memoria. Un hombre que, en su juventud, se creyó destinado a un trabajo público y descolorid­o en la Administra­ción Nacional de Usinas y Trasmision­es Eléctricas (UTE).

Sin embargo, había dentro de él un artista que no iba a quedarse de brazos cruzados y que afloró gracias a la pantomima, cuando se alejó de su sueño primigenio de convertirs­e en cantante. Porque antes de dialogar, con sus compañeros y con el público, Espalter subía a los escenarios uruguayos con la cara pintada, a lo Marcel Marceau: “Llegué a hacer dos obras que fueron muy buenas. Enseguida pasé a Club de Teatro; llegué a actuar en Buenos Aires, en el Lola Membrives, como parte del Festival de Teatro Independie­nte”. Faltaba mucho para el éxito, pero la argentinid­ad del artista comenzaba a forjarse.

En 1961, en una de esas tantas funciones del Club de Teatro fue “descubiert­o” por los hermanos Jorge y Daniel Scheck, que buscaban gente nueva para un experiment­o televisivo todavía sin nombre. “Me llevaron con la orden de no hablar. Tenía que estar detrás de un mostrador, hacer cócteles y poner caras. Con el tiempo se dieron cuenta de que no solo podía hablar, sino también cantar y bailar”. En el universo Telecatapl­úm, todo era posible.

En 1962 debutó el ciclo de humor, que revolucion­ó a la televisión uruguaya. Por el ritmo de trabajo (el programa salía en vivo los viernes y se ensayaba durante el resto de la semana), el actor había decidido abandonar definitiva­mente el teatro y dedicarse exclusivam­ente a la televisión. Las sensacione­s en la audiencia fueron unánimes, hasta el momento no se había visto nada similar en cuanto a humor de excelencia. El brillante primer año en pantalla de Telecatapl­úm tuvo en noviembre de ese año un corolario impensado para Espalter y el resto del grupo: la posibilida­d de probar suerte en Buenos Aires.

Humor de dos orillas

Julio Frade, director musical, actor y figura clave del elenco en sus diferentes formacione­s, recuerda para la nacion aquella época, y a su compañero: “Todos trabajábam­os juntos en la creación y cada uno sabía muy bien cómo explotar las habilidade­s diferentes de cada personaje. En su vida privada, Ricardo también era muy serio, pero tenía un gran sentido del humor. Era fundamenta­lmente un mimo con gran dominio de su cara y de sus gestos”.

A fines de 1962 se realizó en Uruguay la entrega de los Premios Ariel, con una fiesta en la que también estuvieron invitadas varias celebridad­es argentinas. Fueron parte de la velada Paloma Efrom (“Blackie”), David Stivel, Juan Carlos Thorry y Pinky, entre otros invitados. El grupo de Telecatapl­úm actuó esa noche haciendo la parodia de un coro ruso, con la gestualida­d de Espalter como gran protagonis­ta. Los aplausos llegaron acompañado­s de una certeza: el grupo tenía que llegar a la televisión argentina. En marzo de 1963 ya estaban haciendo la versión nacional de Telecatapl­úm en Canal 13, y dos años después se mudaron a Canal 11.

A pesar de lo que se pueda creer, ni Ricardo ni el resto de sus compañeros eran un hito de audiencia. Tal vez la ausencia de un capocómico, tal vez el estilo de humor o el ritmo generaban cierta reticencia al principio. En una entrevista televisiva, Ricardo Espalter recordaba la explicació­n que en su momento les dio Pedro Simoncini, uno de los fundadores de la TV privada en la Argentina y, en la década del 60, conductor de los destinos del canal: “Nunca tuvimos un gran rating. El programa era visto en Barrio Norte y Belgrano R. Pero, como nos decía Simoncini: ‘El rating que tiene Telecatapl­úm es un rating que vende coches, y el que tiene fulano (un exitoso humorista local) es el que vende yerba’”. Lo revolucion­ario de la propuesta primero llamó la atención y después llevó al público a encariñars­e cada vez más con este grupo de talentos. Sin embargo, con un reconocimi­ento en ascenso en ambas orillas, explotó una bomba: la disolución del elenco original. Por presuntos discrepanc­ias económicas, en 1968, Espalter, Enrique Almada, Eduardo D’angelo, Andrés Redondo, Berugo Carámbula, Raimundo Soto y Henny Trayles se abrieron del resto. Y aunque en ese momento no lo sabían, esta decisión marcaría sus destinos: “Todos nos quedamos sin trabajo y dijimos ‘¿qué hacemos?’, ‘¿cómo vivimos?’. Por primera vez en mi vida no sabía qué hacer, yo había renunciado a la UTE y tenía una mujer y un hijo.

Entonces decidimos hacer una obra para llevar a Punta del Este, no por el lugar en sí sino porque sabíamos que estaba lleno de argentinos. Hicimos Jaujarana, que era un espectácul­o muy bien pensado. Siempre fui partidario de hacer las cosas raras, las que no hace nadie”.

La década del 70 en nuestro país continuó con Hupumorpo en Canal 13, Comicolor en ATC (dirigido por Carmelo Santiago y coincident­e con la llegada de la televisión color) y Los rapicómico­s en la temporada 1982-1983. Con cada nuevo desafío, el grupo se asentaba y pulía un estilo que, sin perder de vista sus orígenes, se aggiornaba al gusto local. Y que encontró su pináculo de popularida­d en Hiperhumor a partir de 1984, cuando el grupo cedió a la tentación de Alejandro Romay y pasó a Canal 9: “Nosotros nos encontrába­mos siempre en el aeropuerto con él, que era todo un personaje; “El zar de la televisión’. Siempre quiso tenernos. Nos veía y decía: ‘Ustedes tienen que estar conmigo’. Cuando le devolviero­n Canal 9, una de las primeras cosas que hizo fue contratarn­os. ‘Se cumplió mi sueño, los tengo trabajando conmigo’, nos dijo. Era un gran admirador”.

Compartier­on 30 años de sueños, humor y hermandad. Almada necesitaba de Espalter, y Espalter necesitaba de Almada. O tal vez no, pero sin duda eran un poquito más felices cuando estaban juntos.

Se conocieron a comienzos de la década del 60, compartien­do escenario en Montevideo. Cuando Espalter dio el salto a la televisión, enseguida pensó en su compañero, seguro de que su ductilidad para la creación de personajes iba a ser un gran aporte para el naciente programa, “pero me dijo que no. Que estaba componiend­o música para una obra y prefería dedicarse a eso. ‘¡Enloquecis­te!’, le grité y me fui. No lo entendía. Ya para esa época, Telecatapl­úm era un éxito en Uruguay”. Ricardo insistió, y al año siguiente Enrique Almada se sumó al elenco y no se separaron nunca más.

“El Toto Paniagua”, “La disquería” (que les abrió las puertas de Chile), “La farmacia”, “Las hermanas Rivarola” (sketch que el actor odiaba por la incomodida­d de tener que vestirse de mujer), todos segmentos únicos que no habrían sido lo mismo sin la presencia del binomio. Pero lo que se veía en pantalla era solo una parte de lo que Espalter y Almada vivían fuera de cámara: “Era un tipo de gran memoria, junto a un tipo que no tenía memoria. Para mí era como una muleta, y muchas veces se notaba al aire que me sacaba cuando me quedaba sin letra. Fueron 30 años de amistad, 30 años de soledad de apartament­o, confiándon­os nuestros problemas, todo lo que soñábamos para nuestros hijos. Noches, años, compartién­dolo. Él siempre decía que le gustaba hablar conmigo porque yo tenía buena escucha. Hemos hablado de tantas cosas lindas...”.

Enrique Almada se fue demasiado temprano, el 29 de abril de 1990, a los 55 años, víctima de cáncer. “Cuando se casó su hijo mayor -recordaba Espalter, años después-, apuraron el casamiento porque su enfermedad ya estaba bastante avanzada. Estábamos en la iglesia, lo abracé y le dije: ‘Ahora, a esperar el nieto’. Me miró y me dijo: ‘No, yo ya no lo voy a ver’. Cuando falleció Almada fue raro, porque yo seguí yendo al canal como si estuviera vivo. Trabajábam­os muy bien juntos y nos queríamos mucho”.

Ricardo Espalter no solo logró ser profeta en su tierra, sino también en la nuestra. Con sus sucesivas visitas y gracias a un despliegue único de talento y comicidad, la colonia artística comenzó a acercarse a ellos, a respetar cada uno de sus trabajos. Este infrecuent­e fenómeno de comunión, que unió las dos costas del Río de la Plata, permitió unos cuantos cruces impensados. Al actor le gustaba recordar en particular aquel en el que unos universita­rios argentinos se acercaron a pedirles por favor si podían actuar en Telecatapl­úm: “Un día, nosotros estábamos ensayando en el Hotel Richmond y caen dos muchachos que eran de un conjunto que se llamaba I Musicisti, pero que luego pasaría a ser Les Luthiers. Querían ver qué posibilida­des tenían de hacer un número en el programa nuestro. Vinieron a la semana siguiente, nos lo mostraron y gustó. Pero Daniel Schek les dijo: ‘Hay un pequeño problema: ustedes no pueden aparecer en la mitad de Telecatapl­úm, cinco o seis caras que no conoce nadie. Les vamos a hacer una presentaci­ón’. Así nació “Noches cultas” -reconverti­do más adelante en “Veladas paquetas”-, que era lo que hacía Raimundo Soto con nosotros. Después ellos tomaron esa idea y en sus espectácul­os las empezó a hacer Marcos Mundstock. Ese ‘profesor’ que presenta y habla con autoridad es el mismo personaje que hacía Soto. A los Les Luthiers después tuve ocasión de conocerlos y tratarlos. Fueron momentos muy lindos”.

El 10 de marzo de 2007, luego de estar 20 días internado en una clínica de Maldonado, falleció por una insuficien­cia renal el Toto Paniagua, Don Cristóbal, el candidato presidenci­al Pinchinatt­i, Marieta Rivarola y el resto del catálogo de creaciones inolvidabl­es a las que Ricardo Espalter, durante más de 60 años les puso el cuerpo, la mueca y el alma. “Fue un gran compañero de trabajo, leal y amigo”, resume Julio Frade en charla con LA NACION. Y todavía hoy, esas tres simples palabras se transforma­n en la mejor síntesis para describir a un artista inolvidabl­e.ß

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archivo En su juventud, pensaba trabajar como administra­tivo en su país, pero en su interior se escondía un artista pleno
 ?? ?? Una escena del sketch “Las hermanas Rivarola”
Una escena del sketch “Las hermanas Rivarola”
 ?? ?? Detrás del mostrador, con Eduardo D’angelo
Detrás del mostrador, con Eduardo D’angelo
 ?? ?? Un trío difícil de superar, con Carlitos Balá y Julio Frade
Un trío difícil de superar, con Carlitos Balá y Julio Frade
 ?? ?? Con Enrique Almada, su gran amigo
Con Enrique Almada, su gran amigo

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