El clásico de barrio pasó sin dejar nada: un bodrio desde el principio hasta el final
La igualdad retrató el mal nivel de los dos; el Globo busca técnico e Insua no consigue que el Ciclón despegue
De haber sido una película, la sala habría quedado semidesierta mucho antes del final. Es la manera que el espectador tiene de reaccionar ante un bodrio, un argumento soporífero, sin acción ni emoción. Pero en un partido de fútbol, y más en un clásico, están involucrados los sentimientos y la pasión. Solo por este compromiso, los miles de hinchas de Huracán resistieron hasta el final en un encuentro que no entregó nada. Ni goles ni momentos destacados. Tampoco ilusiones para que todos, incluidos los simpatizantes de San Lorenzo que lo siguieron por televisión, se ilusionen con el futuro de sus equipos en la Copa de la Liga. Ambos están fuera de las posiciones clasificatorias y no dan indicios de que puedan transformarse en animadores de la competencia.
Huracán llegaba con la mochila de las cuatro derrotas en los últimas cinco fechas; un peso que terminó por aplastar a Sava. Todavía no tiene sucesor confirmado. No prosperaron las charlas con Holan y el regreso de Kudelka o la apuesta por Munúa aparecen en el menú.
San Lorenzo venía de regalarse una alegría frente a Tigre, pero regresó a las sombras. No encuentra respuestas satisfactorias en la mayoría de los soldados que Insua dirige hace rato y los refuerzos no terminan de hacerse un lugar. Es todo muy difuso e incierto en el Ciclón.
Encontrar una jugada con cuatro pases seguidos en el primer tiempo equivalía a una búsqueda infructuosa. Para colmo, la escasez de juego asociado y fluido no fue sustituida por movimientos directos, veloces o relampagueantes, algún destello en medio de tanto tedio. El fútbol quedaba en un segundo plano, muy relegado. Algo que se anunció desde el primer minuto, con un roce entre Bareiro e Ibáñez, que derivó en un tumulto general. La trama del partido iba a ir por ese lado: lucha, fricción, combate, imprecisiones. Un duelo que pasaba más por el músculo y los pulmones que por la calidad técnica y la inspiración.
Huracán tomó el timón porque el doble pivote de rival, Irala y Perruzzi, estaba más pendiente de retroceder para acoplarse a los tres zagueros que por ser salida e y generar juego. San Lorenzo, como lo indica su libreto, intentó ganar metros con sus dos carrileros, Giay y Braida.
Con más voluntad que claridad, Huracán llegaba al área del Ciclón. Centros cruzados, algunos remates de media distancia que rebotaban en los zagueros visitantes. Todo muy confuso y forzado. Bareiro y Herazo quedaban aislados, no les llegaba la pelota. De la habilidad de Barrios para gambetear recién hubo noticias a los 24 minutos, cuando se sacó dos marcadores de encima y en la entrada al área remató por arriba del travesaño. Todo un dato: fue el primer disparo al arco del Ciclón.
En este contexto tan gris y opaco, el gol solo estuvo cerca de ser en contra: un cierre oportuno de Hernández casi sobre la línea rechazó el cabezazo hacia atrás de su compañero Braida.
Insua no paraba de gritar en la zona técnica para corregir a su equipo. En el vestuario volvió a tener la voz cantante para hacer dos cambios: ingresaron Leguizamón, por un Herazo mucho más apagado que en los dos partidos anteriores, y Campi por Giay.
La mejoría de San Lorenzo pasó sustancialmente por la mayor actividad del “Perrito” Barrios. Entró más en contacto con la pelota y el resto lo acompañó en campo contrario. El Ciclón parecía despertar, se mostraba más ambicioso. La impresión fue pasajera porque no era profundo, se diluía en las inmediaciones del área local.
En Huracán, la apuesta ofensiva pasaba mayormente por Pussetto, generoso en el despliegue y agresivo con la pelota en los pies. Campi no tardó en ser amonestado por cometerle una infracción.
El encuentro nunca terminaba de despegar, una y otra vez caía en un pozo y la intrascendencia. Juego tosco, entrecortado. Bareiro, autor de 18 de los últimos 28 goles de San Lorenzo, dejó al lado lo futbolístico para darle continuidad a las provocaciones verbales que había empezado en la semana, cuando le restó entidad a Huracán como rival clásico. Ya en la cancha, las discusiones con los rivales fueron moneda corriente. Lo extrafutbolístico tuvo su pico cuando levantó una pierna para alcanzar una pelota; a su espalda estaba Echeverría, que recibió el impacto del botín en la frente, sufrió un corte y sangró profusamente. Otra vez los ánimos caldeados, protestas. El árbitro Arasa consideró que fue una jugada accidental, sin mala intención, y ni siquiera amonestó a Bareiro, que ya tenía una tarjeta amarilla.
El partido se fue por el mismo cono de sombras por el que había entrado. A los dos los paralizó el temor a perder. Arriesgaron poco y mal. Tampoco les sobra recursos para salir de la mediocridad por la que atraviesan. Fue un clásico desechable, vacío de fútbol, más de género cinematográfico: una de terror.