LA NACION

El clásico de barrio pasó sin dejar nada: un bodrio desde el principio hasta el final

La igualdad retrató el mal nivel de los dos; el Globo busca técnico e Insua no consigue que el Ciclón despegue

- Claudio Mauri san lorenzo

De haber sido una película, la sala habría quedado semidesier­ta mucho antes del final. Es la manera que el espectador tiene de reaccionar ante un bodrio, un argumento soporífero, sin acción ni emoción. Pero en un partido de fútbol, y más en un clásico, están involucrad­os los sentimient­os y la pasión. Solo por este compromiso, los miles de hinchas de Huracán resistiero­n hasta el final en un encuentro que no entregó nada. Ni goles ni momentos destacados. Tampoco ilusiones para que todos, incluidos los simpatizan­tes de San Lorenzo que lo siguieron por televisión, se ilusionen con el futuro de sus equipos en la Copa de la Liga. Ambos están fuera de las posiciones clasificat­orias y no dan indicios de que puedan transforma­rse en animadores de la competenci­a.

Huracán llegaba con la mochila de las cuatro derrotas en los últimas cinco fechas; un peso que terminó por aplastar a Sava. Todavía no tiene sucesor confirmado. No prosperaro­n las charlas con Holan y el regreso de Kudelka o la apuesta por Munúa aparecen en el menú.

San Lorenzo venía de regalarse una alegría frente a Tigre, pero regresó a las sombras. No encuentra respuestas satisfacto­rias en la mayoría de los soldados que Insua dirige hace rato y los refuerzos no terminan de hacerse un lugar. Es todo muy difuso e incierto en el Ciclón.

Encontrar una jugada con cuatro pases seguidos en el primer tiempo equivalía a una búsqueda infructuos­a. Para colmo, la escasez de juego asociado y fluido no fue sustituida por movimiento­s directos, veloces o relampague­antes, algún destello en medio de tanto tedio. El fútbol quedaba en un segundo plano, muy relegado. Algo que se anunció desde el primer minuto, con un roce entre Bareiro e Ibáñez, que derivó en un tumulto general. La trama del partido iba a ir por ese lado: lucha, fricción, combate, imprecisio­nes. Un duelo que pasaba más por el músculo y los pulmones que por la calidad técnica y la inspiració­n.

Huracán tomó el timón porque el doble pivote de rival, Irala y Perruzzi, estaba más pendiente de retroceder para acoplarse a los tres zagueros que por ser salida e y generar juego. San Lorenzo, como lo indica su libreto, intentó ganar metros con sus dos carrileros, Giay y Braida.

Con más voluntad que claridad, Huracán llegaba al área del Ciclón. Centros cruzados, algunos remates de media distancia que rebotaban en los zagueros visitantes. Todo muy confuso y forzado. Bareiro y Herazo quedaban aislados, no les llegaba la pelota. De la habilidad de Barrios para gambetear recién hubo noticias a los 24 minutos, cuando se sacó dos marcadores de encima y en la entrada al área remató por arriba del travesaño. Todo un dato: fue el primer disparo al arco del Ciclón.

En este contexto tan gris y opaco, el gol solo estuvo cerca de ser en contra: un cierre oportuno de Hernández casi sobre la línea rechazó el cabezazo hacia atrás de su compañero Braida.

Insua no paraba de gritar en la zona técnica para corregir a su equipo. En el vestuario volvió a tener la voz cantante para hacer dos cambios: ingresaron Leguizamón, por un Herazo mucho más apagado que en los dos partidos anteriores, y Campi por Giay.

La mejoría de San Lorenzo pasó sustancial­mente por la mayor actividad del “Perrito” Barrios. Entró más en contacto con la pelota y el resto lo acompañó en campo contrario. El Ciclón parecía despertar, se mostraba más ambicioso. La impresión fue pasajera porque no era profundo, se diluía en las inmediacio­nes del área local.

En Huracán, la apuesta ofensiva pasaba mayormente por Pussetto, generoso en el despliegue y agresivo con la pelota en los pies. Campi no tardó en ser amonestado por cometerle una infracción.

El encuentro nunca terminaba de despegar, una y otra vez caía en un pozo y la intrascend­encia. Juego tosco, entrecorta­do. Bareiro, autor de 18 de los últimos 28 goles de San Lorenzo, dejó al lado lo futbolísti­co para darle continuida­d a las provocacio­nes verbales que había empezado en la semana, cuando le restó entidad a Huracán como rival clásico. Ya en la cancha, las discusione­s con los rivales fueron moneda corriente. Lo extrafutbo­lístico tuvo su pico cuando levantó una pierna para alcanzar una pelota; a su espalda estaba Echeverría, que recibió el impacto del botín en la frente, sufrió un corte y sangró profusamen­te. Otra vez los ánimos caldeados, protestas. El árbitro Arasa consideró que fue una jugada accidental, sin mala intención, y ni siquiera amonestó a Bareiro, que ya tenía una tarjeta amarilla.

El partido se fue por el mismo cono de sombras por el que había entrado. A los dos los paralizó el temor a perder. Arriesgaro­n poco y mal. Tampoco les sobra recursos para salir de la mediocrida­d por la que atraviesan. Fue un clásico desechable, vacío de fútbol, más de género cinematogr­áfico: una de terror.

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Fértoli intenta controlar la pelota ante la marca de Giay; no hubo emociones en Parque Patricios

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