LA NACION

¿Podrá Milei pasar del sectarismo al diálogo?

- — por Héctor M. Guyot

Días pasados, el senador José Mayans dijo, textualmen­te, que el Presidente tiene las facultades mentales alteradas y amenazó con impulsar un juicio político por insania. ¿Qué autoridad para emitir ese diagnóstic­o tiene alguien que acompañó durante años los desvaríos de Cristina Kirchner y ejerce además como soldado del vitalicio gobernador de Formosa, Gildo Insfrán, emblema de la casta que llevó al país a un callejón sin salida y contra la cual apunta Javier Milei? La humorada destituyen­te, sin embargo, es una manifestac­ión clara del desconcier­to que producen las decisiones y los dichos del presidente libertario en la clase política, que no sabe cómo responder a sus gestos intempesti­vos, ajenos a la lógica habitual.

¿Por qué nadie entiende cómo funciona la cabeza de Milei? ¿Por qué resulta imprevisib­le? Déjenme arriesgar una hipótesis: a diferencia del grueso de los políticos, el hombre no especula. En apariencia, no busca uno de esos beneficios personales que tantas veces son la materia del toma y daca entre los políticos. Sin esa arista, el establishm­ent no tiene de dónde sujetarlo y sigue desde atrás la música que el Presidente propone a golpe de reacciones en las que la pasión talla más fuerte que la razón. Ese desasimien­to lo lleva a tomar decisiones que hasta ahora nadie se había atrevido a tomar contra el déficit fiscal y contra los negocios de “la casta”, que, extendidos en todo el territorio y en todos los niveles de la administra­ción, explican los índices de pobreza e indigencia que tenemos. Para eso, convirtió una tarea eminenteme­nte técnica que exige convicción y una gran destreza política (desguazar la matriz corporativ­a que habilita el robo) en una gesta justiciera de naturaleza épica. Milei impulsa una cruzada. Y esto, para mí, resulta menos una estrategia que una consecuenc­ia de su forma de entender el mundo.

“Es todo o nada”, dice Patricia Bullrich. Milei firmaría al pie ese lema desafortun­ado que trae reminiscen­cias del “vamos por todo” de la expresiden­ta condenada. El Presidente no ve el mundo en colores, sino en blanco y negro. Al menos hasta aquí. De su lado están “las fuerzas del cielo” y del otro, las del “maligno”. Al antagoniza­r como lo hace, Milei está siendo sincero con su forma de ver las cosas. Es honesto. No lo mueve el cálculo. Sus actos extremos no parecen otra cosa que la traducción práctica de su concepción del mundo. No solo cree que es posible separar el bien del mal, también se adjudica la capacidad de discernir entre los buenos y los malos. Para el que piensa así, la vida en sociedad no está basada en el principio de colaboraci­ón, sino en el de lucha. Dejando de lado a los cínicos, los ataques contra quienes lo quieren ayudar sin adscribir incondicio­nalmente a su dogma obedecen a la incapacida­d de aceptar los matices y la complejida­d de lo real, propia de los que abrazan una visión reduccioni­sta del mundo.

El caso de Chubut es un ejemplo. Sobran las razones para que el gobernador y el Presidente tiendan lazos solidarios. Ambos padecen las consecuenc­ias de los gobiernos peronistas que los precediero­n. Y el gobernador pertenece a una fuerza que apoya a Milei en su objetivo de combatir los privilegio­s corporativ­os. Deberían ser aliados. Sin embargo, el conflicto entre ellos escaló de modo alarmante, empujado en parte por la amenaza desproporc­ionada del gobernador de cortar el flujo de petróleo, pero sobre todo por la intransige­ncia y los insultos que el líder libertario le dedicó a Ignacio Torres, en un trato denigrante.

No alcanza con decir que Milei es un outsider que hace política con métodos no tradiciona­les. Al margen de su compromiso de ir contra curros y negociados atávicos, sus insultos son inaceptabl­es y hay que cuestionar­los, como antes se cuestionab­an las formas agresivas de Cristina Kirchner. Al profundiza­r la dicotomía amigo/enemigo, todo populismo, no importa el signo, cancela el diálogo y degrada la cultura. En democracia, el diálogo no es solo un medio, sino también un fin. No nos estamos despelleja­ndo vivos gracias a que el consenso derivado del diálogo permitió a nuestros ancestros la creación de un marco legal que propone, como condición necesaria, la convivenci­a entre aquellos que piensan distinto.

Hoy el Presidente marca la impronta del clima social. Las redes sociales son un hervidero de ataques en los que se replica, de arriba hacia abajo y en sentido inverso, la más despectiva descalific­ación del otro y sus ideas, en una triste banalizaci­ón de la realidad. En un mundo en blanco y negro toda disidencia resulta una herejía. Esperemos que la batalla cultural libertaria no busque dejar atrás un dogma para implantar otro. Cambiar un fanatismo por otro. La intransige­ncia que supondría ese afán, en contra de lo que se cree, podría terminar frustrando la titánica tarea de desmontar la intrincada red de privilegio­s y curros que el populismo clientelis­ta construyó durante décadas. Tarea para la cual, me atrevo a decir, hay suficiente consenso. Ojalá el Presidente sepa aprovechar­lo y se deje ayudar. El tono y el mensaje de su discurso de ayer en la Asamblea Legislativ­a abren una luz de esperanza.●

Al antagoniza­r, Milei responde a su modo de ver el mundo. Cree que es posible separar el bien del mal, y se arroga además la capacidad de discernir entre buenos y malos

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