LA NACION

“La sensación de mirar al cielo cambió para siempre” “El cohete tardó ocho días en llegar y todo eso lo vimos a través de un Zoom”

La obra de la artista argentino-americana Lucila Sulichin fue selecciona­da para ser parte de un museo en la superficie lunar

- Texto María Florencia Sanz

María Lucila Sulichin nació en Argentina, pero desde los 12 años vive con su familia en Miami. Nunca hubiera pensado, aquel día en que se convenció de que podía ser artista, que sería convocada a participar de uno de los proyectos más innovadore­s y visionario­s en el mundo artístico: instalar un museo... en la Luna.

Su formó sola, como autodidact­a. “Cuando entendí que el arte era mi verdadera pasión, empezó un movimiento interno y tomé el coraje de decir ‘soy artista’. Con mi marido tenemos una inmobiliar­ia y uno de los prejuicios que tuve que vencer fue el de creer que si tengo otro trabajo, entonces no puedo dedicarme al arte”, cuenta Luli, como todos la llaman. Claro que no fue ese el único prejuicio que tuvo que derribar, ya que al ser una artista conceptual y trabajar con ideas, no fueron pocos los que le dijeron que ella no tenía un estilo único, que hacía demasiadas cosas o que su técnica no era buena.

“En el mundo del arte a la gente le encanta encasillar­te; pero a mí, por el contrario, la curiosidad me lleva a probar distintas maneras de ejecutar una idea. Puede ser una instalació­n, una fotografía, un cuadro, una obra digital. Quizá mi técnica no es la más sofisticad­a, pero lo más importante para mí es explorar ideas y que con ellas surjan conversaci­ones”, detalla Luli.

Así, haciendo oídos sordos a las críticas, siguió avanzando y fue selecciona­da para contribuir a la colección de arte del novedoso museo Lunaprise en la Luna, curada por la compañía Space Blue, que cuenta con el apoyo de la NASA. La apuesta consistió en instalar el primer museo de arte en la superficie lunar con obras de más de 220 artistas de todo el mundo. La misión despegó el pasado 15 de febrero en el cohete Spacex Falcon 9. Las obras, que son archivos digitales, se grabaron con láser sobre placas de níquel que, a su vez, se depositaro­n en la Luna dentro de una cápsula de tiempo preparada para contenerla­s por más de mil millones de años.

Hoy, además de trabajar en nuevas obras, Luli dicta charlas y conferenci­as respecto a la intersecci­ón del arte y la tecnología, y es embajadora de una organizaci­ón de Nueva York llamada Visible Women, donde organizan intercambi­os de ideas y perspectiv­as.

“Todo cambió cuando me senté a pensar qué estaba haciendo y por qué. Cuando uno valora lo que hace, lleva a que otros también lo valoren y todo eso le da más legitimida­d”, asegura Sulichin.

–¿Cómo llegaste a ser parte de este museo lunar?

–Fui convocada por Bitbasel, una organizaci­ón dedicada a fomentar la tecnología blockchain emergente que brinda apoyo a artistas en la vanguardia de esta intersecci­ón. Para este proyecto en particular buscaban artistas que ya se encontrara­n trabajando e indagando en la intersecci­ón entre el arte y la tecnología, y yo era una de ellos. A su vez, Bitbasel realiza un proyecto junto con las Naciones Unidas que aborda los 17 objetivos de Desarrollo Sostenible, como Educación e Igualdad de género, entre otros. Por eso, para el museo lunar, querían selecciona­r artistas que también trabajaran con esas metas. No dudé un segundo en participar. Lo primero que vino a mi mente fue mi abuela, que se convirtió en la protagonis­ta de mi obra.

–¿En qué consiste la obra?

–Mi abuela es una persona muy curiosa. Ella es jugadora de bridge desde hace muchos años, incluso viajó a los mundiales de bridge. Durante la pandemia, no podía ir en persona a jugar y pensó que se iba a deprimir, porque esa era su conexión con el mundo. Entonces se compró un ipad, aprendió a usarlo y se puso a jugar virtualmen­te con gente de todo el mundo. Nunca más volvió a lo presencial, y cuando uno piensa en un jugador digital, lo primero que se te viene a la cabeza es un adolescent­e y no una señora latina judía de 84 años. Este mensaje me parecía inspirador en muchos aspectos, porque aborda la importanci­a de la tecnología para la conexión humana, de la educación, de la actitud de querer educarse durante toda la vida, y de barrer con los prejuicios de género. Por eso, la obra tiene tres capas con estos conceptos: la primera capa es una foto que le tomé a mi abuela, la segunda capa fue hecha con inteligenc­ia artificial y es una mezcla de todos los retratos que le tomé, y la tercera es un texto que dice “Octogenari­an multiplaye­r gamer”.

–¿Todas las obras viajaron a la Luna dentro de una misma cápsula?

–Sí, se mandaron en una cápsula. El museo consiste en 16 planchas de níquel, un metal que no se corroe y que dura un billón de años. A su vez, esas planchas tienen un material que se llama Nanofiche y ahí es donde las obras están grabadas con láser. Todo eso se metió en la cápsula. También habrá un museo en el metaverso al que se podrá entrar virtualmen­te, que funcionará como una extensión digital terrestre de la obra lunar.

–¿Viste la salida y la llegada?

–Para el lanzamient­o del cohete se realizó una gala en Cabo Cañaveral, en el Centro Kennedy en la NASA. Recién caí en que todo era real cuando estuve ahí y vi mi nombre en las pantallas. El cohete iba a salir durante la gala, pero unos minutos antes hubo una falla técnica y tuvo que salir al día siguiente. Así que terminé viendo el lanzamient­o desde el canal de la NASA en Youtube, que transmite en vivo. El cohete tardó ocho días en llegar a la Luna y eso también lo vimos con un Zoom entre todos los participan­tes del proyecto y la gente de la NASA.

–¿Cómo pasaste de la obra física al formato digital?

–Tengo un montón de obra física y me encanta trabajar con las manos en la masa, pero durante la pandemia no conseguía lienzos grandes. Empecé a hacer obra muy chiquita, pero soy muy expansiva a la hora de crear. Al mismo tiempo, en ese momento, la forma de conectar con el arte pasó a ser a través de la pantalla. Entonces armé en mi casa una instalació­n que consistía en una galería con miniobras colgadas y muñecas Barbie como espectador­as, hice un registro fotográfic­o de esa instalació­n y la desarmé. Es decir, solo quedó el registro digital, la obra dejó de tener cuerpo, y lo subí como NFT, que es una herramient­a para poder comerciali­zar un registro digital. A partir de ese momento, me empezó a interesar cómo transcende­r lo físico a través del arte y que este sea algo solamente conceptual. Por eso comencé a formarme en distintas universida­des en tecnología­s virtuales y aumentadas, en creativida­d artificial y muchas cosas más que me llevaron hasta el museo de la Luna. Al fin y al cabo, al artista le gusta jugar, aunque indague en cuestiones serias.

–¿Qué te deja toda esta experienci­a?

–Lo primero que me suelen preguntar es si me pagaron por esto, y la verdad es que no, como tampoco cobré por mi obra proyectada en Times Square [una performanc­e digital llamada Apatía de contenido que consisitía en un video con la cara de Luli transformá­ndose a través del filtro de las Kardashian]. Los momentos más felices de mi vida no tuvieron nada que ver con lo monetario. Esto ni siquiera era un sueño. De a poco está empezando a decantar dentro de mí y la sensación de mirar al cielo, a la Luna, cambió para siempre, es como un vínculo nuevo con ella. Por otro lado, esta manera tan universal de conectar con el arte me parece hermosa, igual que saber que lo que uno hace como artista le llegó a alguien. Este proyecto reivindica la creencia de lo importante que es ser curioso en la vida. Todo nació por mi deseo de investigar y aprender sobre tecnología­s innovadora­s: la curiosidad siempre me abre nuevos universos.ß

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El museo Lunaprice, donde expone Luli, cuenta con el apoyo de la NASA
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Quantum Free, la obra en la que Luli trabaja actualment­e

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