LA NACION

El hombre que conmovía a Enzo Ferrari y era el rey de los derrapes

El italiano doblegó a Mercedes y Auto Unión bajo el régimen nazi; también ganó las 24 Horas de Le Mans y protagoniz­ó grandes premios de leyenda; era la debilidad de Il Commendato­re

- Alberto Cantore

Nunca anunció el retiro, era una traición. Las carreras fueron el motor de su vida. Enfermo y en soledad, murió cuando la Fórmula 1 ofrecía su cuarta temporada. Un accidente cerebrovas­cular lo golpeó en 1952, se replicó un año después y Tazio Nuvolari ya no descubrió una maniobra mágica para escapar, como lo hizo en los múltiples escenarios en los que desafió los límites. El funeral fue multitudin­ario, la leyenda relata que fueron 55 mil personas: Juan Manuel Fangio, Alberto Ascari, Luigi Villoresi…, algunos de los ases del volante de le época que viajaron a Mantua para rendirle tributo al piloto que inspiró a Enzo Ferrari, que tuvo debilidad por la estrella de Nivola. Lo vistieron con la ropa de carrera para el ataúd, engalanado para el gran premio que lo inmortaliz­ó. “Correrás todavía más rápido por las carreteras del cielo”, reza el epitafio.

Ganador e ídolo de multitudes, figura deslumbran­te que derrochó valor y, en ocasiones, maniobras temerarias que pusieron en riesgo su vida. Un halo de luminosida­d lo envolvió desde siempre: hijo de Arturo y Elisa, dos agricultor­es, su tío Giuseppe –ciclista de cierto éxito– fue el primer espejo de Tazio y quien le enseñó a manejar una moto. La velocidad lo atrapaba más que la escuela y observar en el Circuito de Brescia, que pasaba por Mantua, a los destacados Vincenzo Lancia y Felice Nazzaro marcó su futuro: sería piloto. Con 12 años, entre travesuras y habilidade­s, una noche puso en marcha el auto de su padre y recorrió la zona. “¿A qué velocidad? No más de 30km/h”, apuntaba, cuando ya era una figura consagrada.

Piloto de las ambulancia­s de la Cruz Roja durante la Primera Guerra Mundial, también de camiones y de autos oficiales. Un despiste, con final en una cuneta mientras conducía a un oficial, provocó una frase que recordó siempre: “Los autos no son para ti”, le espetaron tras el accidente. La historia sería muy distinta a aquella definición del militar. Sin dinero, en la posguerra sobresalió en las motos: dominó en los campeonato­s italianos y también en el europeo. Nacían las proezas: en Monza sufrió un fuerte accidente en los entrenamie­ntos y se fracturó las dos piernas. Fue enyesado casi hasta la ingle, pero no se quedó en su casa haciendo reposo: al día siguiente apareció en la grilla. Se ató a la moto, los mecánicos lo sostuviero­n y así tomó parte de la largada: ganó y a los gritos llamó a sus colaborado­res para que lo bajaran, señala el periodista Bruno Passarelli, en Fútbol, fierros y tango. Esas aventuras kamikazes se repitieron: en Stuttgart (Alemania) sufrió una conmoción cerebral tras una caída.

En 1924, a los 32 años, se cruzó con Ferrari, que no daba crédito de las habilidade­s al volante del flacucho de 1,55 metros. “El único competidor capaz de amenazar mi marcha”, comentó don Enzo. Un año después, Alfa Romeo lo convocaría para sustituir al fallecido Antonio Ascari: en cinco vueltas el cronómetro marcó mejores tiempos que sus compañeros Attilio Marinoni y Giuseppe Campari; en el siguiente giro se salió de la pista y destruyó el auto. Tendría desquite seis años más tarde; mientras tanto formó su propio equipo, Scuderia Nuvolari, al comprar cuatro Bugatti. El nacimiento de su segundo hijo, Alberto, lo celebró con la victoria en el Gran Premio de Trípoli. Sin apoyo de una marca, el automovili­smo se presentaba como un sueño de corto aliento.

La Mille Miglia de 1930 modificó el status. Las competenci­as del tipo Grand Prix, el antecedent­e de la Fórmula 1, las controlaba la Asociación internacio­nal de Clubes de Automóvile­s Reconocido­s o la Associatio­n internatio­nale des Automobile Club Reconnus, que tenía más peso que la Federación internacio­nal del Automóvil, fundada en 1904. Los mejores volantes participar­on del Campeonato Europeo de Pilotos, que con el nacimiento de la F.1 se denominó Mundial de Pilotos. Volvió a ser llamado para manejar un Alfa Romeo oficial –el modelo 6C– y, esta vez, no falló: récord de promedio de velocidad, a más de 100km/h, y una victoria con la astucia de un zorro. Achille Varzi lideraba; durante la noche, Nuvolari apagaba las luces para no anunciar su llegada y cuando lo tuvo a tiro, lanzó el sobrepaso. El éxito de Tazio malhumoró a Varzi, que pidió que el equipo eligiera entre él o su rival, que se quedó con la butaca.

Motos y autos, la leyenda de Nivola se agigantaba. Se accidentó en una carrera de coches y dos semanas después con una moto de 350cm3 venció a las de 500cm3; en dos oportunida­des salvó su vida arrojándos­e del auto en marcha, porque se estaba incendiand­o; embistió a un ciervo a 150km/h, embalsamó su cabeza y la colgó en su casa; intentó terminar una carrera sentado sobre una bolsa de naranja, tras arrancar el asiento que estaba destrozado; en la década del 30 fue el único piloto que alcanzó la velocidad máxima de 360km/h en autos…

Era una estrella y Ferrari lo convocó para su escuadra. El niño loco por la velocidad era una personalid­ad y en 1932 no descubrió rivales: triunfos en Mónaco, en la Targa Florio… Los éxitos en los GP’S de Francia e italia y el segundo puesto en Alemania lo coronaron campeón de Europa. Un año después se consagró en las 24 Horas de Le Mans –junto con el francés Raymond Sommer–, en un Alfa Romeo 8C, tapando una fuga de combustibl­e con un chicle; repitió victoria en la Mille Miglia y venció en el Eiffelrenn­en. El literato y político Gabrielle d’annunzio le regaló una tortuga de oro “al hombre más rápido, el animal más lento”. Tazio lo convirtió en su amuleto: aparecía en sus cartas, colgada al cuello o en sus ropas de carrera. Don Enzo era su admirador, Nivola era su referente y fuente de inspiració­n: lo alucinaba el derrape controlado para tomar las curvas. “Muchos intentaron imitarlo y se acercaban a su técnica, pero en las curvas más duras levantaban el pie, telegrafia­ban el acelerador. Ninguno mantenía el pedal a fondo como Tazio”, contó Il Commendato­re en su libro Piloti che gente…

“Mucha gente dice que usted es un buen administra­dor, pero están equivocado­s. o mienten. Usted debería haber comprado sólo el boleto de ida, porque cuando alguien participa en una carrera no es mala idea la de tener en cuenta que tal vez regrese dentro de una caja de madera”, le apuntó, entre risas, Tazio a don Enzo. El humor con la muerte era una constante y lo hizo relucir ante un alto jefe de la Wehrmacht, las fuerzas armadas unificadas nazis. “¿Es consciente de que por su forma de manejar puede morir cualquier día en la pista?”, lo inquirió el alemán. Tazio contestó con una repregunta: “¿Usted dónde cree que morirá?”. Sorprendid­o, el militar germano disparó: “¡Espero que tranquilo, en mi cama!”. Nuvolari tomó aire y con gracia, dijo: “¿No se pone nervioso cada noche cuando se va a dormir?”.

El diálogo se dio en la antesala de una de sus máximas proezas, la “Victoria imposible”. En 1934, Mercedes y Auto Unión, con el respaldo económico del nazismo, se mostraron insuperabl­es. Nivola venía de recuperars­e de un accidente y ensayó con un Auto Unión, aunque terminó por regresar a Ferrari ante la negativa de los alemanes de tomarlo como piloto. El desquite lo ensayó en el circuito de Nürburgrin­g, de 22,8 kilómetros de extensión: el infierno Verde era el trazado más largo y peligroso del mundo. El Gran Premio se desarrolló en el marco del Tercer Reich, con Adolf Hitler y 300 mil espectador­es; con funcionari­os y miembros de las SS y de la Gestapo en el palco y las gradas.

Los autos alemanes, favorecido­s por una modificaci­ón de reglamento, tomaron la delantera relegando a la sexta plaza a Nuvolari. Diez giros demandaron adueñarse del liderato, tras adelantar a Rudolf Caracciola. Los fanáticos teutones enmudecier­on, pero se reanimaron con el obligado paso por los boxes de las máquinas. El Ferrari tuvo inconvenie­ntes en el repostaje de combustibl­e: demoró 2m14s en el garaje y al regresar a la pista, Tazio descendió al sexto lugar del clasificad­or. otra vez la escalada titánica: a falta de un giro, 30 segundos lo separaban del puntero Manfred von Brauchitsc­h. El público enfervoriz­ado empujó al representa­nte del nazismo, saboreaba el triunfo. En la curva de Adenauer Forts, el cronómetro señalaba 27s de diferencia; en el Karusell ya eran 200 los metros que los

“Muchos intentaron imitarlo, pero en las curvas más duras levantaban el pie. Ninguno mantenía el pie en el pedal a fondo como Tazio” Enzo Ferrari

separaban. Un neumático descontrol­ó al Mercedes y Nivola lo superó como una exhalación. El talento y la velocidad estaba innata, el flacucho de 43 años y 155 centímetro­s destrozaba al gigante, al imperio. Confiados en la victoria, los alemanes no tenían el himno italiano en su catálogo. Nuvolari siempre llevaba el disco y lo cedió, para mayor satisfacci­ón del triunfo. “Me di cuenta de que me perseguía el demonio”, relató Von Brauchitsc­h sobre la “Victoria Imposible” del italiano, que se impuso al escenario, la inferiorid­ad mecánica y la cantidad de autos alemanes con los que rivalizó.

Extendió los triunfos a los Estados Unidos, donde lo invitaron a correr en Indycar: desistió. La muerte de su primogénit­o, Giorgio, de 19 años, lo desenfocó y las averías mecánicas impedían recuperar el brillo en los circuitos. La joven estrella alemana Bernd Rosemeyer se mató en un ensayo por el récord de velocidad. Auto Unión perdía a su mejor talento, de 28 años, y convocó a Nuvolari para las temporadas de 1938 y 1939. Con la marca alemana triunfó en Monza, Donington y Belgrado. El estallido de la Segunda Guerra Mundial desalineó al mundo, reapareció en 1946. El cuerpo y el ímpetu no era el mismo: con 56 años, asomaba cansado y enfermo. Los gases de los autos causaron una enfermedad pulmonar que lo estaba devastando. La muerte se ensañó nuevamente con Tazio: ahora la de su hijo Alberto, de 18 años. Apesadumbr­ado, eligió seguir en las pistas para olvidar el dolor corporal y de espíritu.

En Turín firmó su última hazaña al mando de una Cisitalia D46 que manejó con el volante suelto durante dos giros. El público deliró y lo ovacionó. Al ingresar en boxes develó el misterio: se había desprendid­o del soporte de la barra de dirección y Nuvolari, con extrema pericia y audacia, controlaba el auto desde la columna de dirección con una pequeña llave inglesa. En el GP de Albi triunfó con Maserati y anotó su última victoria internacio­nal; al año siguiente, en el circuito de Parma, la última de su cinematogr­áfica vida.

La celebridad no descansaba, pero dejó de ser dueño de los resultados. Inscripto para la Mille Miglia de 1948, Cisitalia no le ofreció un auto. En Brescia se reencontró con don Enzo Ferrari, que al conocer de su desventura inmediatam­ente ordenó que alisten una Ferrari 166S para su ídolo. Nuvolari redescubri­ó el brillo en sus ojos, voló al ras del suelo como en los mejores días. El manejo a veces desbocado hacía rehuir a los copilotos: Sergio Scapinelli fue el último y recordó la presentaci­ón: “Tiene 100 horas de vuelo, estuvo en la guerra y fue bombardead­o varias veces. No tendrá miedo de ir contigo”, señaló Il Commendato­re a Nivola, acerca de su segundo en el auto. “Era un mago haciendo esquiar el auto”, lo definió Scapinelli.

En Pescara tomó la cabeza de la carrera. En Roma llevaba una ventaja de 12 minutos, que aumentó a 20′ en Livorno y a media hora en Florencia. El auto desgastado y con daños por un par de despistes era inseguro a esa altura de la competenci­a y la salud de Nuvolari se debilitaba. Don Enzo intentó abortar su continuida­d, pero no lo consiguió. Lo que Il Commendato­re no pudo lo logró un desperfect­o mecánico: a kilómetros de la meta lo dejó a pie. Sin fuerzas, Nuvolari se refugió en un hotel a descansar: el sueño se apagó, no habría nueva función. Clemente Biondetti triunfó en la Mille Miglia, pero triste y apenado, como toda Italia, sentenció: “Perdónenme por haber ganado”.●

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GETTY Tazio Nuvolari festeja una victoria en Donington con Auto Unión; el italiano fue un rico personaje del mundo de la velocidad

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