Por qué el modelo de Bukele no va a funcionar en otros países de la región
Los electores de El Salvador le dieron a su presidente de mano dura contra la delincuencia una indicación clara: mantener el curso. El presidente Nayib Bukele se adjudicó una victoria aplastante en las recientes elecciones. El ascenso sin precedente de Bukele se explica debido a un factor: el sorprendente descenso en la tasa de delincuencia de El Salvador. Desde que asumió en 2019, la tasa de homicidios intencionales ha bajado de 38 por cada 100.000 ese año a 7,8 en 2022, muy por debajo del promedio en América Latina (del 16,4 para el mismo año).
Las medidas enérgicas que Bukele ha impulsado para combatir el crimen organizado prácticamente han desmantelado a las pandillas que aterrorizaron a la población durante décadas. También ha cobrado un precio oneroso a los derechos humanos, las libertades civiles y la democracia de los salvadoreños. Desde marzo de 2022, cuando Bukele declaró un estado de excepción que dejó suspendidas algunas libertades civiles básicas, las fuerzas de seguridad han encarcelado aproximadamente a 75.000 personas. Uno de cada 45 adultos en el país está en prisión.
Ante esta efectividad, otros líderes de la región han debatido la posibilidad de adoptar muchas de las mismas medidas drásticas para combatir la violencia delictiva en su país. Sin embargo, aunque estuvieran dispuestos a seguir los mismos procedimientos que ha seguido el gobierno de Bukele –calles más seguras empleando métodos opuestos a la democracia– quizá no conseguirían los mismos resultados. Las condiciones que hicieron posible el éxito de Bukele y su notoriedad política son únicas de El Salvador y no son exportables.
Como politólogos con experiencia en el estudio de la política latinoamericana le hemos dado seguimiento al creciente grupo de seguidores de Bukele en la región. En el vecino Honduras, la presidenta de izquierda, Xiomara Castro, declaró “la guerra a la extorsión” contra las pandillas a finales de 2022. Al igual que en El Salvador, Castro decretó el estado de excepción, pero, aunque la tasa de homicidios ha bajado, las pandillas todavía conservan mucho poder.
Más al sur, Ecuador se tambalea por su propio brote de violencia de las bandas. Cuando uno de nosotros fue de visita el año pasado, varias personas entrevistadas señalaron que les encantaría que “alguien como Bukele” llegara a poner orden. Incluso en Chile, que ha sido una democracia más sólida y un país más seguro que El Salvador, pero en donde la criminalidad va en aumento, Bukele cuenta con un porcentaje de aprobación del 78%.
No es ningún misterio por qué el modelo de medidas estrictas contra el crimen de Bukele es tan atractivo en América Latina. En 2021, según un grupo de investigación mexicano, en la región se encontraban 38 de las 50 ciudades más peligrosas del mundo.
Pero quienes copian las medidas de Bukele no han considerado un punto clave: no es probable que las condiciones que le permitieron controlar a las pandillas en El Salvador se presenten en otras partes de América Latina.
Las pandillas de El Salvador son únicas y están lejos de ser como las organizaciones criminales más sólidas de la región. Durante décadas, unas cuantas pandillas se enfrentaron entre sí para conseguir el control de territorios y ganaron poder social y político. Pero, a diferencia de los cárteles en México, Colombia y Brasil, las pandillas de El Salvador no han sido actores importantes en el comercio global de drogas y habían estado más bien enfocadas en la extorsión. En comparación con estos otros grupos, contaban con finanzas limitadas y no tenían tanto armamento.
Bukele comenzó a desactivar a las pandillas mediante negociaciones con sus líderes (algo que el gobierno niega). Después, cuando comenzó a detener a sus soldados de a pie en redadas masivas que llevaron a muchas personas inocentes a las prisiones, las pandillas colapsaron.
En otras partes de América Latina las organizaciones criminales tienen más dinero, más conexiones internacionales y están mucho mejor armadas de lo que estaban las pandillas de El Salvador. Además, El Salvador tenía fuerzas de seguridad más profesionales, que se comprometieron a acabar con las pandillas cuando Bukele las convocó, en comparación con algunos de sus vecinos. Un ejemplo es Honduras, donde, se ha reportado, la corrupción propiciada por las pandillas entre las fuerzas de seguridad es un problema muy profundo. Esta situación contribuyó al fracaso de las acciones inspiradas en Bukele emprendidas por Castro. En otros países, como México, los grupos delictivos han logrado cooptar a miembros de alto rango del ejército y la policía.
Por último, Bukele enfrenta una oposición política muy disminuida, pues los dos partidos políticos tradicionales del país se han debilitado significativamente y no son capaces de contener las acciones del presidente para establecer control sobre las instituciones. En muchos otros países de América Latina existen fuerzas de oposición que ayudarían a exigir una rendición de cuentas a un Poder Ejecutivo que pretendiera extender su control.
Si otros Bukeles en potencia intentan copiar lo que él ha hecho, es más probable que solo imiten el lado sombrío del modelo de El Salvador y no sus logros.
Los gobiernos podrían verse sumidos en el caos si se multiplican los grupos delictivos o contraatacan con violencia. Además, en el proceso podrían quitarle espacios a la sociedad civil y a la prensa, reducir la transparencia, llenar con más detenidos las prisiones, que ya están abarrotadas, y debilitar a los tribunales.
A pesar de su éxito, el modelo de Bukele tiene un costo muy elevado. Los imitadores deben tener cuidado: seguir el modelo de El Salvador no solo no funcionará, sino que, en el camino, intentar hacerlo podría causarle daños perdurables a la democracia.ß
El éxito de Bukele se debe a condiciones de El Salvador que no resultan exportables
El costo del modelo es muy elevado; seguirlo podría causar daños a la democracia