Los reinados en democracia
Cuando pensábamos que la persistencia en el poder indicaba bajo nivel de democracia en sangre, se abre la polémica por Joseph Biden y su expectativa de reelección a los 81 años. Que vendría a ser su tercer periodo en la Casa Blanca y la consagración de su cincuentenario desde que ingresó al Senado por Delaware.
En tiempos de corrección política el atajo simplón es plantear las críticas que recibe el presidente de los Estados Unidos como una cuestión de discriminación a la ancianidad. Después de todo, argumentan sus partidarios, su oponente más notorio, Donald Trump también está cerca de los ochenta años.
Es cierto que hay antecedentes de longevidad en el poder. Pero se trata de reyes que esperan hasta último momento para ungir el sucesor. O no son ejemplos precisamente de democracias consolidadas (Camerún, Palestina, Irán, China). Los dos casos tienen en común la idea de que no hay ninguna otra persona, ni siquiera el príncipe que salió de sus entrañas, que pueda reemplazar a su excelencia. Algo opuesto al espíritu de alternancia democrática.
La pregunta correcta en el caso de Biden no sería si una persona puede postularse a la presidencia a los 81 años, sino por qué no puede dejar el poder alguien que ha pasado los últimos cincuenta en Washington DC.
A lo que se agrega la duda de cómo fue que el Partido Demócrata, que se jactaba de su progresismo, vuelve a ofrecer en su boleta electoral a una persona del status quo. Así volvería a caer en el error de 2016, cuando al clamor de hartazgo social salieron a justificar desde el género a Hillary Clinton cuando era obvio que pesaba más su rancio pedigrí político que lo de llegar a ser la primera mujer en gobernar la Casa Blanca.
Por cuestiones como estas es que Estados Unidos no está en el selectísimo 14% de democracias plenas, según el último Democracy
Index. Este estudio pondera las mediciones sobre calidad democrática y le
dio al país del norte 7,85 puntos, con puntajes bajos en funcionamiento de gobierno y cultura política. Este guarismo lo ubica en el tercio de las democracias imperfectas, entre las que se encuentra la Argentina, que en 2023 midió 6,62 puntos, con nota bajísima en los mismos rubros.
En la nota de gobierno puede que influya quién está en el poder, pero los indicadores de cultura política miden la calidad de quienes lo pusieron.
Concluye el informe que publica anualmente The Economist Intelligence
Unit que “Estados Unidos clama por un cambio. Si las elecciones se reducen, como parece probable, a una contienda entre el presidente Joe Biden y el expresidente Donald Trump el país que alguna vez fue un faro de democracia probablemente se hundirá aún más en la polarización y el desencanto”. Quizás haga falta subrayar que los dos candidatos estuvieron en el poder mientras ese clima se fue consolidando.
Los oportunistas de las campañas políticas adoran lavar a los candidatos en el agua bendita de las grandes causas. Pero si democracia es el sistema de gobierno en donde cualquiera tiene derecho a elegir y ser elegido, el ventajismo es incompatible con ese principio de igualdad.
Especialmente si se pretende convertir edad, género, etnia, o cualquiera de los enjuagues identitarios, en privilegios.
Ni qué decir de quienes, desde la democracia, hacen uso de prerrogativas de monarca y pasan sus prerrogativas a cónyuges o entenados.
Una cultura política robusta y responsable evaluaría a los candidatos por su aptitud para ejercer el cargo y exigiría transparencia en la condición física y mental de quienes aspiran a manejar el destino de sus conciudadanos.
Tarde comprobamos que muchos de esos dizque grandes líderes del siglo XXI no estarían en condiciones de pasar, siquiera, el psicotécnico que se le exige a un cajero de supermercado. ß