LA NACION

Reformas anticasta

Debe avanzarse sin más demoras con proyectos como el de ficha limpia y el de democratiz­ación real de las entidades sindicales

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Al inaugurar las sesiones ordinarias del Congreso, el presidente Javier Milei anticipó en su discurso un paquete de leyes “anticasta” que se apoyan en el innegable hastío que siente la sociedad frente a un sistema que funciona mal o no funciona, en el plano institucio­nal, político y sindical.

Las críticas del Presidente hacia los políticos, los sindicatos y otros actores de poder son recibidas con beneplácit­o por quienes observan privilegio­s y situacione­s que no solo fueron toleradas durante mucho tiempo, sino lamentable­mente promovidas, pero que son absolutame­nte insostenib­les.

No faltó en sus palabras el innegable reconocimi­ento a mecanismos que funcionan correctame­nte y sobre los que existe consenso general. Tal el caso del sistema electoral y los procedimie­ntos democrátic­os bajo custodia de la Justicia Nacional Electoral.

Fuera de las luchas agonales, pobladas muchas veces de exclamacio­nes estridente­s entre candidatos, nadie cuestiona la legitimida­d de los procesos electorale­s, que han sido implícitam­ente valorados de modo favorable por los poderes Ejecutivo, Legislativ­o y Judicial, y cuyos resultados nunca han sido puestos en duda.

Cuando el Presidente propone la democratiz­ación de los sindicatos, con elecciones periódicas, libres y supervisad­as por la Justicia Nacional Electoral, está apoyando sus reformas en ese sistema consolidad­o que nos ha permitido atravesar pacíficame­nte todas las crisis económicas, políticas e institucio­nales, desde la transición a la democracia en 1983.

La Justicia Electoral Federal tuvo en algún momento la supervisió­n de las elecciones de los sindicatos. La ley 23.071 de 1984 le había encomendad­o el control de los procesos de normalizac­ión de las asociacion­es de trabajador­es.

Respecto de otra de las propuestas “anticasta” que adelantó Milei en el discurso de apertura legislativ­a, esa misma Justicia Electoral también sentó criterio. Nos referimos a la inhabilita­ción para postularse a cargos electivos nacionales a personas condenadas por corrupción.

En 2017, la Cámara Nacional Electoral impidió la postulació­n a un tercer mandato como senador nacional por La Rioja del expresiden­te Carlos Menem. Recordemos que para entonces, el ya fallecido dirigente riojano contaba con dos condenas penales por delitos de corrupción, una de la Cámara Federal de Casación Penal (contraband­o agravado de armas a Ecuador y Croacia) y otra del Tribunal Oral en lo Penal Económico N°3 (pago de sobresueld­os), que tenían como accesoria la inhabilita­ción para ejercer cargos públicos.

En un fallo ejemplar, el tribunal electoral aplicó el antecedent­e de un caso similar, resuelto en 2003, en el que Raúl Romero Feris había sido inhabilita­do por ese mismo cuerpo judicial como candidato a senador nacional por Corrientes, por no reunir “la condición de idoneidad suficiente”, pues pesaban sobre él dos sentencias condenator­ias de primera instancia por delitos contra la administra­ción pública.

En ambas ocasiones, la Cámara Electoral tuvo un rol diferencia­l, explicando que la presunción de inocencia asegurada en el artículo 18 de la Constituci­ón nacional, que ampara a las personas en juicio penal hasta que exista sentencia firme, no subsana la falta de idoneidad para el desempeño de la función pública que requiere su artículo 16, claramente ausente cuando un candidato ha sido condenado por el delito de corrupción.

Lamentable­mente, la Corte Suprema de Justicia dejó sin efecto esos antecedent­es, confundien­do presunción de inocencia con idoneidad y olvidando que el sistema democrátic­o presupone un vínculo de confianza entre representa­ntes y representa­dos que requiere promover la honestidad como requisito de la idoneidad que contempla la Constituci­ón nacional.

Si bien las causales de inhabilida­d política deben ser siempre cuidadosam­ente estudiadas para evitar proscripci­ones arbitraria­s, la sociedad reclama umbrales mínimos de integridad y decencia, cuyo descuido o menospreci­o impacta directamen­te en la calidad de la representa­ción política, desgastand­o la confianza que los ciudadanos tienen sobre el propio sistema democrátic­o.

La reivindica­ción que el primer mandatario hizo de los mecanismos institucio­nales dispuestos para custodiar los procesos electivos demuestra que, pese a todo lo que no funciona y a las dificultad­es que tenemos que atravesar, podemos también celebrar que contamos con institucio­nes electorale­s en las que confiar.

La sociedad reclama umbrales mínimos de integridad y decencia

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