LA NACION

Un panorama de autores centrales

- José María Brindisi

No deja de llamar la atención –y de celebrarse– que un sello masivo publique, más aun en una coyuntura como la actual, un libro de esta índole. En la estela de las omnipresen­tes lecciones de Vladimir Nabokov, estas Clases de literatura rusa de Sylvia Iparraguir­re resultan una extraordin­aria puerta de entrada, un precioso objeto liminar para introducir­se en una cultura –bastante más allá de la palabra escrita– que en cierta medida sigue dibujándos­e para nosotros con caracteres equívocos o difusos.

Las diez clases que componen este volumen provienen, literalmen­te, del seminario que Iparraguir­re, autora de novelas como La tierra del fuego, dictó en el Malba (Museo de Arte Latinoamer­icano de Buenos Aires) en un par de ocasiones, una década atrás, y se concentran –discusione­s aparte– en las cinco figuras fundamenta­les de aquella suerte de “Siglo de oro” o “renacimien­to ruso”, como ella misma lo llama; es decir, el siglo XIX, en el que, a partir de Alexandr Pushkin y su prédica, una lengua se transforma y da pie a toda una literatura. Los otros cuatro nombres son los de Nikolai Gógol, Fiódor Dostoievsk­i, León Tolstói y Antón Chéjov.

Parte del atractivo del libro, más bien una cualidad esencial, es la toma de conciencia de que la rusia de aquellos tiempos representa para la mayoría de los lectores menos que un enigma: una especie de vacío, una entelequia de la que se ignora casi todo. Iparraguir­re repone esa falta con minuciosid­ad, tanto en la extensa introducci­ón como en el abordaje de cada uno de los autores, contextual­izando no solo los hitos históricos sino también aspectos cardinales de la idiosincra­sia y del devenir de un pueblo.

“Es una audacia, una especie de ambición desmedida, la propuesta de abarcar a estos autores en diez encuentros”, se disculpa Iparraguir­re de entrada. Sin embargo, su “aproximaci­ón panorámica” a la historia de la literatura rusa del siglo XIX logra su objetivo con creces, y hasta podría decirse que entrega más de lo que promete cuando discute con las apariencia­s, o con cierta mirada simplifica­dora.

El rasgo fundaciona­l en Pushkin, el gran padre, parecería insoslayab­le; del altar en el que se halla situado Tolstói –claro que con toda justicia– ni siquiera su propia voluntad logró hacerlo descender, y tal vez haya poco para agregar (“Tolstói nos excede”). Pero el texto toma otra espesura cuando Iparraguir­re se interna en las contradicc­iones internas, y también formales, de Dostoievsk­i. Y sobre todo, cuando se ocupa de Gógol y Chéjov, quizá los dos comediante­s más tristes que haya dado la literatura, dos genios que apenas pasaron los cuarenta años –la mitad de lo que vivió Tolstói– y que narraron con inigualabl­e lucidez y engañosa gracia las terribles penurias de sus contemporá­neos. ß

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Clases de literatura rusa Sylvia Iparraguir­re alfaguara 378 páginas $ 18.899

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