¿Quién mató a Paula Díaz? Un tiro a la medianoche, un misterio insondable que lleva nueve años
El 14 de diciembre de 2014, la joven, de 20 años, volvía a su casa en el auto que conducía su novio cuando una bala la alcanzó en la cabeza, en Liniers; nunca identificaron al asesino
“No sé cómo explicarlo...”, dice Patricia Galloli, y su voz está a punto de quebrarse. El paso del tiempo no hace mella en su dolor. Ya ha contado que una madrugada hace más de nueve años, en plena avenida General Paz, a la altura de Liniers, alguien disparó contra el auto que traía a su hija de regreso a su casa en Isidro Casanova, en La Matanza, desde Palermo, tras un recital de Babasónicos en la Costanera Norte; ese tiro le provocó la muerte cerebral a Paula Díaz, que era estudiante de gastronomía y tenía 20 años.
Aún hoy no sabe quién les arruinó las vidas a ella y a su marido, ni por qué lo hizo. Ni siquiera está convencida de que la Justicia haya investigado lo mínimo y suficiente: nunca hubo una sola pista firme que permita identificar al asesino.
“No siento odio –dice ahora intentando describir eso que lleva adentro y que se adivina insoportable–, porque no se puede odiar a la nada misma. Solo sé que a mi hija la mataron y después no sé nada más. Es un misterio. Es pura incertidumbre. Nunca fui una persona muy devota, pero cuando el dolor es grande empezás a creer en un montón de cosas, te aferrás a algo. Cada día que me levanto pido que aparezca algún arrepentido, que algún peritaje o alguna prueba nos lleve hasta el asesino, pero si todo sigue igual, si nadie se ocupa del caso de mi hija, eso no va a pasar nunca”.
Hasta el instante fatal en que la bala de una pistola calibre nueve milímetros –el mismo tipo de arma reglamentaria que portan las fuerzas de seguridad– atravesó la puerta trasera de la camioneta Jeep Patriot negra conducida por su novio Hugo Carrizo, Paula tenía la vida de cualquier joven de 20 años de la clase media suburbana. Esa madrugada estaba volviendo de un bar de Palermo, adonde habían ido a tomar algo luego del recital que Babasónicos había dado en el estadio Mandarine Park, en Costanera Norte.
El novio, de regreso, condujo por Juan B. Justo y pasó por debajo de la General Paz para subir a la autopista en sentido al Riachuelo. Frente a las paradas de los colectivos, un estruendo lo sobresaltó; seguro le habían tirado una piedra, pensó. Le dijo algo a su novia, pero ella no respondió: la vio desvanecida sobre el asiento del acompañante con un hilo de sangre que bajaba desde la cabeza. Pidió ayuda en la garita policial que está debajo de la General Paz y, escoltado, manejó a toda velocidad hasta el Hospital Santojanni, en Liniers.
“No sé si fue un mecanismo de defensa –reflexiona la madre–, pero el novio me llamó y me dijo: ‘Patri, vengan que a Paulita le pegaron un tiro’. Yo no le pregunté dónde, solo corté y le avisé a mi marido. En el auto, camino al hospital, yo iba pensando que ella tenía un tiro en la pierna, que cuando llegara me iba a encontrar a mi hija, que me iba a contar lo que había pasado, pero una vez en el hospital no pude entrar a verla. Me quedé en una sala de espera viendo las caras de los médicos que hablaban con mi marido. Así estuve un rato, hasta que llegó un amigo del novio de Paula, le preguntó dónde le habían pegado el tiro y ahí escuché que ‘en la cabeza’”.
Agregó: “Casi me muero, en ese momento perdí todas las esperanzas, no tenía fe, no tenía nada, solo le pedí a Dios que lo que tenía que ser fuera rápido, que se quedara o se fuera. Sentí que ella me dijo que ya estaba, que yo hiciera lo que ella quería, así que cuando los médicos nos dijeron lo de la muerte cerebral, autorizamos para que se donaran todos sus órganos. Con el tiempo sentí mucha culpa por haber pensado así, pero es la verdad”.
Red de encubrimiento
Carrizo se convirtió en el único testigo del asesinato de su novia. Sin embargo, fue poco lo que pudo aportar. Ante la Justicia declaró que momentos antes del disparo intentó pasar por la derecha a un Volkswagen Suran blanco, pero el conductor le bloqueó el paso y que cuando, finalmente, pudo rebasarlo por la izquierda, unos segundos después escuchó el impacto.
El novio de Paula dijo, además, que se asustó y no alcanzó a ver la patente ni la dirección que tomó el VW Suran, y que, al darse cuenta de que su novia estaba herida, solo se ocupó de buscar ayuda.
El hecho ocurrió en jurisdicción de la entonces comisaría 44ª de la Policía Federal. Los investigadores le informaron a la familia de Paula que habían pedido los registros de siete cámaras de seguridad instaladas por el gobierno de la ciudad en la zona, pero ninguna estaba en funcionamiento.
Los detectives policiales también analizaron un domo de la zona, que sí funcionaba, pero que no captó el momento del disparo ni permitió identificar ningún Suran blanco.
Los peritajes concluyeron que el disparo que mató a Paula fue efectuado a una distancia de entre tres y diez metros, por lo que quedó descartada la hipótesis de que se hubiera tratado de una bala perdida. También reconstruyeron que la trayectoria del plomo fue de afuera hacia adentro, de derecha a izquierda, y partió de una pistola calibre 9 milímetros.
“Hay cosas que me generan muchas dudas –dice Patricia–, sospechas que me aparecen en el inconsciente y que me obligan a pensar en un pacto de encubrimiento entre policías. Había un sargento llamado Julio Radice, de la comisaría 44ª, que estaba muy entusiasmado con el caso, se mostraba activo, pero a los dos meses removieron a toda la comisaría y lo trasladaron a otra jurisdicción. La causa quedó en manos de Homicidios de la Policía Federal, pero nunca me llamaron para decirme o pedirme algo”.
Patricia añadió: “Debe haber pocos casos como este en que no investigaron nada, ni siquiera les interesó demostrarme que se estaban ocupando, no nos respetaron como familia ni como ciudadanos. Nosotros hasta el día de hoy seguimos pagando la línea telefónica de Paula por las dudas de que en algún momento necesiten información de su celular. Imaginate”.
“Nos deben una respuesta”
Según la reconstrucción de los investigadores, el disparo que mató a Paula Díaz ocurrió entre las 4.20 y las 4.45 del sábado 14 de diciembre de 2014, en la avenida General Paz, a la altura de Liniers. Ante el nulo avance de la causa, Patricia Galloli y Javier Díaz, los padres de la víctima, volvieron cada sábado a la misma hora y al mismo lugar para repartir volantes, pegar carteles y así tratar de encontrar testigos que pudieran aportar algún dato para el esclarecimiento del asesinato.
“Lo hicimos muchos años –cuenta Patricia–, era como una obsesión, siempre tuve la idea de que algo iba a aparecer; íbamos y charlábamos con las personas que esperaban el colectivo a esa hora, hicimos lo que nunca hizo la Justicia. Incluso, fuimos a la Legislatura porteña a pedir que en ese lugar colocaran una señalización porque no podíamos hacer marchas o movilizaciones sobre la General Paz. Queremos que nuestro reclamo de justicia siga teniendo visibilización, que no se pierda después de tantos años”.
La mujer también cuenta que durante los primeros años la familia contrató un abogado para que estuviera encima de la causa, hasta que no pudieron pagarlo más. Fue entonces cuando se apoyaron en las organizaciones y personas que sufrieron las mismas pérdidas y los mismos destratos que ellos, como Madres del Dolor, Usina de Justicia y el Programa Nacional de Lucha contra la Impunidad del Ministerio de Justicia.
“Iba a la fiscalía todas las semanas –recuerda Patricia– y al principio entraba con una actitud sumisa, como pidiendo un favor, porque en toda mi vida no había hecho ni una denuncia en una comisaría, pero después me fui sintiendo diferente, era mucha la indignación y la bronca de que nunca tuvieran algo para decirme, jamás un avance en la investigación. La fiscal me decía que pudo ser un loco que pasó con un arma y tiró. A mí me parecía muy poco serio que me dijera eso. Lo que siento ahora es que la Justicia nos debe una respuesta. Ese es el sentimiento que tenemos en la familia”.ß