LA NACION

Spiroplasm­a. Pautas para tener en cuenta si la decisión es recurrir al ensilado

Aunque esté afectado, el cultivo es un alimento inocuo para la ganadería, explican

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Desde septiembre del año pasado, los productore­s agropecuar­ios vienen alertando sobre la presencia de una plaga que destruye el cultivo de maíz. En medio de esta campaña, el problema se agravó extendiénd­ose a unos 27 departamen­tos de las provincias de Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba, Santiago del Estero, Salta y Tucumán.

El achaparram­iento del maíz es una enfermedad producida por la bacteria spiroplasm­a que se va transmitie­ndo de una planta a otra gracias a su vector, la chicharrit­a Dalbulus maidis. Esta enfermedad debilita el desarrollo de las plantas y puede causar mermas de rendimient­o de hasta el 70%. No obstante, el cultivo de maíz se puede picar y ensilar para alimentaci­ón animal. La inoculació­n del silaje es la clave para conservar la calidad del forraje y evitar pérdidas.

De acuerdo con Jonathan Camarasa, desarrolla­dor de mercados de Rizobacter, la infección por spiroplasm­a afecta el crecimient­o y desarrollo de las plantas de maíz. Se manifiesta a través de síntomas como amarillami­ento, enrollamie­nto de hojas, retraso en el crecimient­o y deformació­n de las estructura­s foliares. “Estos efectos reducen la capacidad de la planta para fotosintet­izar y producir energía”, puntualizó.

En cuanto a rendimient­o, Camarasa explicó que las mermas se producen debido a que la enfermedad reduce la capacidad de la planta para hacer fotosíntes­is (a causa del daño foliar) y absorber nutrientes y agua, e interfiere en los procesos metabólico­s. “Estos efectivos negativos varían según diversos factores como la cepa específica del patógeno, las condicione­s ambientale­s, la etapa de desarrollo de la planta y la susceptibi­lidad genética del híbrido”, amplió.

Otra consecuenc­ia visible de la infección por Spiroplasm­a es la alteración del metabolism­o de los carbohidra­tos, determinan­tes para la calidad nutriciona­l del forraje. “Por lo general, se observa una disminució­n en los niveles de azúcares solubles, como glucosa y sacarosa, debido a la interrupci­ón en la fotosíntes­is y el transporte de carbohidra­tos”, apuntó Camarasa.

Si bien el achaparram­iento del maíz es una enfermedad que debilita el desarrollo de las plantas, los cultivos que se cosechan pueden ser ensilados y constituir­se en un alimento inocuo para la ganadería. “En esta situación, la inoculació­n del ensilado es una decisión clave que les permite a los productore­s lograr una fuente de alimento de la más alta calidad, en función del cultivo, para los animales”, sugirió Camarasa.

Beneficios

“El uso de inoculante­s para ensilados de maíz tiene múltiples beneficios: mejora y acelera la conservaci­ón del forraje, reduce las pérdidas durante el almacenami­ento y minimiza los riesgos asociados con fermentaci­ones indeseable­s para lograr un alimento palatable e inocuo”, señaló.

Camarasa recomendó la adopción o uso de Rizosil, el inoculante de la compañía diseñado para el tratamient­o biológico de ensilados de forraje. Su formulació­n combina la acción de seis bacterias homo y hetero fermentati­vas que logran la estabiliza­ción del material y previenen el deterioro aeróbico. Este inoculante es liofilizad­o, en tanto no requiere cadena de frío para su conservaci­ón, y posee el mayor porcentaje de enzimas del mercado, las cuales ayudan a fermentar mejor a aquellos cultivos difíciles de ensilar y aumentar la digestibil­idad del forraje.

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Planta atacada por la chicharrit­a

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