LA NACION

Cuestiones del derecho a la crítica

- Analista de medios adriana amado @Ladyaamado

Que un funcionari­o mande a monitorear lo que se dice de él no es novedad. La revisión de lo que los medios publican de los gobernante­s es la principal actividad de los departamen­tos de prensa oficiales. Se supone que están para cumplir el mandato constituci­onal de dar “publicidad de actos de gobierno” y hacer transparen­te la gestión. Pero las mentes literales entienden que los habilita a hacer publicidad de sí mismos.

Los gobernante­s no aceptan que el problema es lo poco convincent­e que son los elogios publicitar­ios que se hacen a sí mismos y se obsesionan con lo que otros dicen de ellos. Latinoamér­ica tiene una tradición de presidente­s que desde sus discursos o su cuenta de X (extwitter) se dedicaron a pelearse con críticos y a acusar que los periodista­s mienten y que los medios no hacen el retrato que ellos creen que merecen. Donald Trump es el graduado cum laude de esta promoción que convoca líderes a izquierda y a derecha.

A esa tradición acaba de sumarse un aspirante que supera a los maestros en creativida­d y empeño. Un ministro español anunció que había puesto a su equipo a listar los adjetivos denigrante­s que la prensa asociaba a su nombre. Que, a juego con su cargo en Transporte, es Oscar Puente.

En este caso, la queja no apunta a las redes sociales, acusadas por igual por políticos y periodista­s como foco de hostilidad. El ministro del socialismo español coincide con el presidente de la estrenada derecha argentina en señalar a los periodista­s como fuente de malevolenc­ia.

Algunas de las expresione­s que recopilaro­n los escribient­es del funcionari­o son zafio, iracundo, mamporrero, chulesco, vacilón, fanfarrón, chulo, engorilado, macarra y ministro de tómbola, tabernario, follonero. Los términos son demasiado castizos para el oído argentino, endurecido por dos décadas de presidente­s iracundos con la prensa. Una actitud en la que sí se ponen de acuerdo los que se llaman izquierda con los que se dicen derecha.

En todo el mundo hay una caída de credibilid­ad de las noticias, aunque es un fenómeno complejo. Pero la disputa sostenida entre gobernante­s y periodista­s solo ha agudizado la caída de confianza de todas las institucio­nes, no solo la prensa.

La confianza en la informació­n es la consecuenc­ia de que medios y sociedad informen y se informen en la mayor libertad. Los gobernante­s no son los protagonis­tas de ese proceso, sino sus garantes. Las críticas de sociedad y periodismo a sus representa­dos es indicador de que se someten al libre escrutinio de sus acciones. Y de que, por tanto, se cumple con la publicidad de los actos de gobierno.

Cuando se quejan de las malas reseñas no actúan como garantes de la libertad de informació­n, sino como celebridad­es cuyo ego no admite una mala crítica aunque la merezcan. Fueron las estrellas de cine, a mediados del siglo pasado, las que empezaron a notar que aumentaban las críticas cuando pasaron de la pantalla de cine a la promiscuid­ad de la prensa del corazón. Por regla matemática, a mayor visibilida­d, mayor posibilida­d de ser vista por gente por fuera del grupo de aduladores. Justamente lo que les pasa a los funcionari­os vanidosos que buscan estar siempre en las noticias.

En cualquier caso, las críticas son como las fotos de los bautismos que solo les interesan a los involucrad­os. Las cien columnas que indignaron a aquel ministro español en su primer semestre de gestión son una parte ínfima en la conversaci­ón cotidiana sobre el transporte público español. Cien artículos es menos de la mitad de lo que publica un solo periódico en un día y un quinto de las noticias que ciertos portales derrochan en una sola jornada. Con el riesgo de que, al republicar los insultos, el criticado advierte a quienes no habían pensado en ellos. Y les ofrece unas floridas expresione­s para pensar en su gobierno.

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