LA NACION

Brasil. Una sorprenden­te propuesta de aventura en las exuberante­s serras gaúchas

Comer en el aire a 60 metros de altura y lanzarse en la tirolesa más alta de América, el menú para disfrutar de Rio Grande do Sul

- Andrea Ventura

“¿Te animás a comer allá arriba, en la mesita aérea?”, me pregunta desafiante el encargado del Parque dos Canyons, como si fuera lo más normal del mundo. Estamos en Mampituba, un pequeño municipio donde se lucen las sierras gauchas, tupidas, bien verdes, del estado de Rio Grande do Sul, el más sureño de Brasil, fronterizo con Corrientes, Misiones y Uruguay. A 40 km se encuentra el balneario Torres, frecuentad­o por argentinos, con playas anchas y un mar con olas fuertes, conocido por las dos inmensas formacione­s de roca basáltica –dos torres– del Parque Estadual da Guarita, que se originaron a raíz de eventos volcánicos ocurridos hace 135 millones de años.

Pero ahora es momento de la aventura. Aunque al gran vecino del norte se lo asocia inevitable­mente con sus playas inigualabl­es, música pegadiza y buenas caipirinha­s, también hay un espacio reservado para la adrenalina en paisajes que difieren de las postales más clásicas. La sierra gaucha del estado, donde Gramado y Canela suelen ser los sitios más visitados, sorprende con actividade­s para intrépidos.

Sin pensarlo dos veces, sin preguntar la altura de la mesita aérea, ni el menú que me servirían, me embarco en esta novedosa propuesta. Pocos minutos antes anduve en una bicicleta aérea que se desliza por un cable como si fuera la equilibris­ta de un circo, me hamaqué hacia un precipicio con una vista panorámica al valle y volé en una tirolesa que para amortiguar la velocidad del desplazami­ento despliega un pequeño paracaídas. El Parque dos Canyons es de esos lugares al que vale la pena dedicarle un día, una alternativ­a a la playa en plena naturaleza.

La Sky Table, como bautizaron a este atípico picnic, impacta. Una mesita con dos sillas que literalmen­te cuelgan de un cable a 60 metros de altura. Sujetos con un arnés, no requiere de mucha destreza: solo hay que comer, mirar el paisaje y disfrutar la experienci­a, si por fin se logra ganarle la batalla al vértigo, algo bastante difícil, por cierto.

Una vez sentados y listos para saborear una bandeja con una abundante picada que incluye quesos, jamones y frutos secos, la estructura se desliza hacia el medio. Serán 30 minutos rodeados de un silencio profundo interrumpi­do por algún ave que sobrevuela la zona. Abajo, un río corre manso y la vegetación alterna las diferentes gamas del verde. Desconexió­n total. Aunque se podría usar, el celular queda guardado por seguridad. La sensación de estar como flotando en el aire por momentos intimida. No hay movimiento­s bruscos, ni nada que atemorice, pero la experienci­a se alterna entre el disfrute de un momento único y la ansiedad de que termine pronto y se vuelva a tierra firme para contarlo.

Cerca del cielo

Otros atractivos del estado, para tener en agenda cuando se busca una escala camino a las playas del litoral sur, son los cañones. En este caso, habrá que ir hasta Cambará do Sul, a 185 kilómetros de Porto Alegre, puerta de entrada a los parques Das Serras Geral y Aparados da Serra, dueños de estas formacione­s geológicas de relevancia internacio­nal.

Hay 22 cañones que se formaron en el período Cretácico, accidentes geológicos que se asocian a la separación de los continente­s americano y africano. Se abrieron grietas, emergió magma y se formó roca basáltica. “En Namibia, que está en la misma latitud que Rio Grande do Sul hay formacione­s muy similares”, explica Michel Velho, guía de montaña. El cañón Fortaleza, en el Parque Nacional das Serras Geral es uno de los más visitados por su imponencia. Al llegar a la parte superior de esta garganta, donde se accede en auto, una masa de nubes la invade por completo, generando un paisaje misterioso, intuyendo la altura de 750 metros, que no se ve. Solo se aprecia un mar blanco, espumoso, que fluye suavemente. “Siempre se forman nubes, por el choque de los vientos cálidos y fríos, es el paisaje habitual, aunque a veces suele estar despejado, es cuestión de suerte”, agrega el guía.

El premio en el cañón Fortaleza, luego de hacer una caminata de 20 minutos bordeando el precipicio, es volar en la tirolesa más alta de América, de 1099 metros. Toda una novedad en la región: inaugurada en julio del año pasado, propone una travesía de 700 metros, para cruzar de lado a lado de este tajo, desde el mirador más alto hasta el estacionam­iento y descubrir, entre el manto blanco las grietas de la formación. Se vuela prácticame­nte sobre las nubes, una experienci­a poco habitual.

Cambará do Sul, con aires de pueblito de montaña apacible, es un buen lugar para hacer base, al menos por un día. Vale la pena darse una vuelta por Sabores de Querencia, sobre la calle principal, y probar los helados artesanale­s y las mermeladas de frambuesa, arándanos y moras que elaboran Claudia y Vico con frutas de su propia finca. También, si el presupuest­o lo permite, quedarse una noche en el Parador da Casa da Montanha, que ofrece alojamient­o en carpas de estilo africano con todo el confort, que se desparrama­n, en diferentes niveles a la vera de un río, en un paisaje imponente que hace olvidar por completo a las playas brasileñas.ß

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Fotos fabián marelli Picnic de lujo en la Sky Table, en el Parque dos Canyons, cercano a Torres
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El vuelo entre las nubes del cañón Fortaleza
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Una vuelta en una bicicleta aérea, para sentirse equilibris­ta

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