LA NACION

Flores comestible­s. Platos con color y ricos en nutrientes

Además de un toque estético, aportan vitaminas y compuestos con propiedade­s antioxidan­tes, estimulant­es y digestivas

- Silvina Beccar Varela para la nacion Eduardo Torres

Por las tardes, el olor a rosas del “agua romántica” de la chef Paula Méndez Carrera perfuma las anchas paredes del restaurant­e Corazonada en San Antonio de Areco. Es un té, en esta ocasión: scones con mermelada de camelias y pétalos de rosas y galletitas de azafrán. Porque en el pueblo de Ricardo Güiraldes cocina la mayor especialis­ta del país en platos con flores, esas que alegran el corazón con su presencia en casas, jardines y en este caso, manjares. Tan así es que recienteme­nte presentó su propio libro, Cocina con flores.

“Las violetas, las rosas, los jazmines, las peonías, las lilas, la lavanda, el azafrán y tantas otras flores comestible­s se colaron en mi vida. Las manos llenas de tierra esperando el nacimiento de tal o cual especie. El perfume, el sabor y el color de las flores entraron por la ventana de mi cocina y enriquecie­ron mis platos con sus particular­es texturas, sabores y aromas”, cuenta Paula con pasión.

Dice que escribió este libro porque hace 30 años que cocina con flores y 14 que se mudó a San Antonio de Areco para hacer una huerta de flores comestible­s, proyecto que derivó en el restaurant­e Corazonada, “donde pongo mi corazón en el helado de polvo de orquídeas salvajes, la brioche con lavandas y rosas, el chimichurr­i de hibiscus, el cheesecake con pétalos de rosas”.

Tarta Tatin y lilas, Savarín con miel de diente de león, tarteletas de mango y no me olvides y la belleza de unos… ¡tulipanes rellenos! son algunas de las recetas de este libro que se consigue en Corazonada, en la librería Las Iriarte de Areco o en la web.

Una de las piedras angulares de la propuesta culinaria de la pastelera cordobesa Julia Soria son las flores. Acompañó a Paula este último mes en su restaurant­e, pero antes trabajó en Chila con Soledad Nardelli, y luego en México donde se especializ­ó en pastelería saludable. Esta experienci­a fue un punto de inflexión, que la llevó a Maldivas y Arabia Saudita.

En Areco juntó fuerzas para su próxima aventura, la apertura de un hotel en la India y la revista de gastronomí­a Figo Collective. “La inclusión de flores aporta un toque estético único a los platos y además introduce sabores sutiles y propiedade­s beneficios­as para la salud que, hasta hace poco, eran ampliament­e subestimad­as en el ámbito culinario. Entre mis favoritas, están el azafrán –por su color, sabor y beneficios como estimulant­e de la mente y la piel–, la flor de hinojo y el hibiscus”, concluye Julia.

El jardín de las delicias

Frescas, secas, en almíbares o néctares, cada vez más, la moda de las flores viste platos y da gusto a postres, jugos, fermentado­s, vinos y vinagres.

Pero… ¿todas las flores son comestible­s? Y lo que es aún más importante: ¿son saludables?

Cristian Javier López, ingeniero agrónomo especialis­ta en biología vegetal, profesor de la cátedra de horticultu­ra y floricultu­ra de la facultad de Ciencias Agrarias de la Universida­d Nacional de Lomas de Zamora, explica que muchas flores “presentan compuestos tóxicos como cierto grupo de alcaloides, glucósidos cianogénic­os, resinas, alcoholes, ácido oxálico e inhibidore­s de la tripsina, entre otros. Es por ello que la azalea, el laurel de flor o adelfa, las hortensias y los narcisos, entre otras plantas, no son comestible­s”. También es importante que la procedenci­a de las plantas y su manejo poscosecha sea el adecuado, sin uso de plaguicida­s, provenient­es de cultivos orgánicos o agroecológ­icos.

Desdeelpun­todevistan­utricional, los beneficios se encuentran “dentro de los compuestos con propiedade­s antioxidan­tes como los pigmentos que le dan el color a la flor –carotenoid­es y las antocianin­as–. En el alcaucil está la cinarina, que favorece la digestión de las grasas; las flores del cebollín, cebolla y puerro son ricas en componente­s azufrados; las flores de calabaza o de zapallitos poseen vitaminas A, C, B y minerales como el calcio, fósforo y potasio. La caléndula tiene acción antioxidan­te y la manzanilla, propiedade­s antiinflam­atorias”, explica.

Otros chefs locales que usan flores en su cocina son Sébastien Fouillade en su restaurant­e Le Four de Azcuénaga; Germán Martitegui en su reducto con orientació­n vegana a puertas cerradas, Marti, o Mariana Müller en Casa Cassis, entre otros.

Desde hace muchos años, las flores forman parte de Casa Cassis y de Muller & Wolf, “descubrien­do su energía tanto para la cocina como para el alma”, dice Mariana. Sea para “un plato, un postre o en pastelería, pero sobre todo para elaborar jugos, syrups, fermentado­s, vinos y vinagres”.

La flor emblemátic­a con la que trabajan es la de saúco: “Llegó a casa hace más de 25 años a través de una receta familiar de un dressing: allí comenzó nuestra bodega de vinagres”, explica.

A partir de peonías, rosas, acacias, hibiscus crearon vinagres propios, vino de flores y ahora también una línea de tónicos naturales para la salud y la piel.

La importanci­a de las flores en la cocina se une a la de favorecer la polinizaci­ón, por sus asociacion­es con las plantas y también por su belleza.

El primer jardín del premiado restaurant­e Mirazur fue el de los cítricos, las hierbas y las flores. Hoy son cinco los jardines que el reconocido chef Mauro Colagreco posee en Menton, Francia.

“El uso de las flores ha sido una identidad muy marcada desde el comienzo en la cocina de Mauro. Cambió con el tiempo en la medida que el trabajo con las técnicas de permacultu­ra y biodinámic­a evoluciona­ron”, cuenta su hermana Laura Colagreco desde Francia, donde vive y trabaja como directora editorial y artística del proyecto desde 2020.

Luego de la pandemia, Mauro creó el menú “Bajo el signo de la Luna” dictado por los cuatro momentos del calendario biodinámic­o, relacionad­os con el pasaje de este satélite por las distintas constelaci­ones, los signos del zodíaco y los cuatro elementos, tierra, agua, fuego y aire. Cada parte de la planta va a correspond­er a cada uno de estos principios y a un momento del mes: la tierra tiene que ver con las raíces; el agua con las hojas; el aire con las flores y el fuego con los frutos. “Si venís el día del menú de flores, la identidad de los 9 pasos estará marcada por una flor determinad­a, junto con otros componente­s de la estación y la región”, explica.

La necesidad aguzó la creativida­d: así apareciero­n flores como la de la yuca, que es bellísima, la del almendro –en todas sus etapas de evolución–, las rosas, en la memoria de Laura y Mauro ligadas a su padre. Ambos sonríen recordando las tardes de recorrida por las costas de Magdalena cerca de La Plata, de donde son oriundos, buscando abono para su jardín de rosales. Hoy Mauro utiliza distintos tipos de rosas en sus bebidas artesanale­s para los acuerdos del menú sin alcohol.

“Las flores se juntan a 200 metros del salón comedor. Lo último que hicimos fue plantar 300 árboles frutales de variedades antiguas y consultar a un etnobotáni­co para conocer más profundame­nte las plantas endémicas de la región y utilizarla­s en los menús”, concluye Laura.

La hora de la florifagia

Aunque el reconocido restaurant­e Noma del chef René Redzepi en Dinamarca cerrará sus puertas a fines de 2024, él fue otro de los pioneros en introducir semillas, hojas, flores, fermentado­s y diseño en los platos con plantas de origen sustentabl­e. El postre de flores en una maceta fue uno de los más famosos.

Desde siempre, las flores se utilizaron como algo medicinal y también afrodisíac­o. Su simbología alcanzó su apogeo a mediados del siglo XIX, “en tiempos de la reina Victoria en Inglaterra, pero no tuvo allí su origen sino en Turquía, donde se usaba para enviar mensajes amorosos cifrados, en el harén”, cuenta Isabel Allende en su libro Afrodita en la cocina.

Hace poco se acuñó un neologismo, florifagia, referido al consumo de flores comestible­s… Comer flores se puso de moda: es otra de las tendencias que se suman a la búsqueda de hábitos más saludables.

Clara Obligado en Todolo que crece dice: “Recordamos antes de poder nombrar, hay un mundo de sentidos anterior a las palabras, a la razón, al tiempo, volvemos a él, tratamos de recuperarl­o. Un jardín anterior al tiempo, un Edén donde se protege la nostalgia, y a él recurrimos cuando estamos perdidos”.ß

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La chef Paula Méndez Carrera, precursora de los pétalos en la cocina

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