LA NACION

Fugas carcelaria­s: solo la punta del iceberg

Urge resolver el problema de la sobrepobla­ción en las cárceles; las comisarías distan de ser el lugar adecuado para que los delincuent­es cumplan una pena

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Doce fugas de comisarías porteñas en los primeros cuatro meses del año representa­n no solo un peligro para los vecinos de la ciudad y para quienes por distintas razones la frecuentan, sino también una señal de alerta sobre las debilidade­s de un eslabón clave para el sistema de seguridad pública: el encarcelam­iento de delincuent­es.

Los calabozos de esas dependenci­as están preparados para albergar momentánea­mente a detenidos, en espera del traslado a una unidad penitencia­ria en caso de que la Justicia dicte una medida de restricció­n de la libertad. Sin embargo, en la práctica, se convirtier­on en lugares de alojamient­o a largo plazo, que demandan para su control la asignación de recursos humanos, restándose de esa manera uniformado­s a las necesarias tareas de patrullaje. La repetición de evasiones marca la porosidad de esa insuficien­te solución a la urgencia, que mantiene semioculto el grave problema de la falta de cupos en las prisiones federales para el traslado de presos.

Un informe publicado por la Procuració­n Penitencia­ria Nacional aporta datos concretos sobre esta peligrosa situación: al pasado 16 de abril estaban bajo custodia de la Policía de la Ciudad 1940 personas privadas de la libertad. En las alcaidías porteñas se albergaba a 1246 (se trata de centros primarios de detención que tienen habilitada­s 798 camas); en las comisarías vecinales se notificaro­n en ese momento 459 internos, cifra que casi duplica el cupo máximo fijado en 243 plazas, mientras que otros 235 se encontraba­n en el tránsito de ser alojados en uno u otro lugar con existencia de calabozos.

El documento establece también que un procesado con prisión preventiva pasa, en promedio, 60 días para llegar a una alcaidía y que allí aguarda otros 127 días para el traslado a una unidad penitencia­ria federal. Las comisarías no son la estructura adecuada para que se cumpla una pena.

Este conflicto es de larga data y demanda una solución de fondo que puede llegar a través del diálogo sincero y con buena voluntad entre autoridade­s de la ciudad de Buenos Aires y del gobierno nacional, cuyo interlocut­or en el tema es el Ministerio de Seguridad, a cargo desde diciembre pasado del Servicio Penitencia­rio Federal.

Si bien es cierto que las cárceles federales están sobrepasad­as en su capacidad (11.554 presos en unidades con 10.932 plazas, según la estadístic­a de marzo último), las conversaci­ones entre los funcionari­os son necesarias para encontrar alternativ­as con vistas a hallar una solución a este tan largo como creciente conflicto. Hay que tomar en cuenta que la ciudad de Buenos Aires es el único distrito que requiere acuerdos con la Nación para albergar a personas que cometen delitos en su territorio, ya que aún no está finalizada la transferen­cia de competenci­as de la Justicia nacional a la porteña.

En cambio, hace años que se completó el proceso de asimilació­n porteña de la responsabi­lidad de prevención e investigac­ión del delito, por lo que se da la paradoja de que, a mayor eficacia del sistema de seguridad local, se agrava el problema, ya que la Policía de la Ciudad detiene a delincuent­es, pero las autoridade­s distritale­s dependen de otros para conseguir plazas de alojamient­o.

Durante la administra­ción de Alberto Fernández, la mala predisposi­ción nacional llevó a que la Ciudad reclamase por la vía judicial la apertura de cupos para trasladar a presos desde comisarías hacia cárceles federales. Ahora, al menos, hay diálogo y se acordó que el Servicio Penitencia­rio Federal recibirá cada semana 90 detenidos porteños, con cupos para 70 mayores y el resto de las plazas destinadas a adultos jóvenes y mujeres. Lo que no es poco, pero falta abordar una estrategia de mediano y largo plazo.

El fondo del problema, sobre el que pocos quieren hablar, es la necesidad de construcci­ón de cárceles. Todo lo demás es una mera “reparación” de urgencia. Las autoridade­s nacionales, que diseñan un plan para la edificació­n de dos nuevas prisiones, esperan que el gobierno porteño avance en la edificació­n de su propio complejo penitencia­rio dentro del predio carcelario de Marcos Paz. En 2018, se firmó un convenio al respecto. El diseño de esa prisión está pensado para el alojamient­o de 2200 presos, con la idea de reemplazar al penal instalado en Villa Devoto. También descomprim­iría la convulsion­ada situación de la custodia de detenidos en comisarías y, además, permitiría que esos calabozos volviesen a tener la función primera de albergarlo­s solo hasta la decisión de un juzgado de procesar con prisión preventiva o liberar a esas personas. Sería adecuado, a su vez, acelerar el proceso de incorporac­ión y formación de guardicárc­eles porteños, que evitarían que el trabajo de vigilancia de detenidos sea cumplido por policías, sin capacitaci­ón para esa cuestión, y representa­ría un paso más hacia la autonomía plena de la ciudad de Buenos Aires.

La fuga de presos de comisarías sobrepobla­das no es un tema menor. Ya se han señalado los riesgos de la llamada “puerta giratoria”, cuya existencia queda expuesta por la reiteració­n de hechos delictivos cometidos por personas que estaban en las calles pese a cargar sobre sus espaldas con varios procesos penales.

Los jueces se amparan en la falta de cupos en los penales para dictar excarcelac­iones, incluidas las que causan asombro en la sociedad al conocerse los abultados antecedent­es de un detenido. Eso demuestra, una vez más, la importanci­a de contar con lugares preparados para albergar a quienes cometieron delitos.

El fondo del problema, sobre el que pocos quieren hablar, es la necesidad de construcci­ón de cárceles. Todo lo demás es una mera “reparación” de urgencia

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