LA NACION

La militariza­ción de la seguridad

- La Prensa Gráfica

SAN SALVADOR.- A lo que el gobierno salvadoreñ­o hizo respecto de las pandillas se lo da a conocer hoy como un modelo, un manual; en realidad, es una simplifica­ción a través de la cual se da a entender que un partido, movimiento o administra­ción latinoamer­icana están dispuestos a enfrentars­e a la delincuenc­ia con un énfasis mayor en la fuerza y la represión y soslayando las garantías elementale­s y derechos humanos.

Una democracia saludable no bastaría para impedir que se recurra a la suspensión de garantías constituci­onales; tampoco evitaría que, en el fragor del enfrentami­ento con el crimen organizado, el narcotráfi­co, la pandilla o cualquier otra organizaci­ón subversiva, las fuerzas del orden sufran una degeneraci­ón de su rol orgánico y se pierdan en una espiral de violacione­s a los derechos humanos. Pero si las institucio­nes funcionan, entonces la democracia es tan robusta como para llevar a una discusión autónoma y libre la convenienc­ia de que la excepción sea renovada y por cuánto tiempo así como para hacer justicia a las eventuales víctimas de abusos de autoridad.la famosa medicina de militariza­ción de la seguridad, manodurism­o al extremo y desmantela­miento jurídico no fue inventada en El Salvador, sino que forma parte de una larga tradición de pragmatism­o en la que han abrevado algunos de los peores regímenes de la edad contemporá­nea, y sus resultados pueden ser mejores en las repúblicas lo suficiente­mente maduras como para que su democracia sobreviva a los efectos “secundario­s” del tratamient­o.

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