LA NACION

Lijo, la Corte y las inversione­s

- Alejandro Fargosi

La propuesta del juez federal penal Ariel Lijo para integrar la Corte Suprema ha desatado gran oposición en todos los sectores vinculados al Poder Judicial, salvo dentro de algún nicho de Tribunales, hogar de lo más rancio de la “casta” denunciada por el presidente Milei. Su llegada al cargo, sus decisiones judiciales, sus demoras, las actividade­s de su hermano “operador” judicial, las sospechas de enriquecim­iento, las investigac­iones nunca empezadas, las carreras de caballos, la falta de antecedent­es académicos suficiente­s… son muchas las razones por las que Lijo no es un candidato lógico para la Corte.

Lo dicen muchas personalid­ades jurídicas, asociacion­es profesiona­les, academias, colegios de abogados, políticos respetados y entidades empresaria­les y de la sociedad civil. Las repetidas notas de periodista­s como Pagni y Morales Solá son lapidarias. Sin embargo, su pliego sigue vigente y, dado el perverso invento kirchneris­ta de adhesiones, las recibió de parte de Pro, la UCR y, lógico, del peronismo y del kichnerism­o. Cuando esto pasa en otros países, los presidente­s retiran al candidato, porque saben que una Corte Suprema no debe ser cuestionab­le. Ojalá esto se repita en la Argentina.

Ni siquiera se ha dicho todo, porque existen otros aspectos medulares que debieran impedir la designació­n de Lijo en la Corte. Veamos algunos. El candidato es penalista y la materia criminal no es propia de la Corte, que está circunscri­pta a asegurar el cumplimien­to de la Constituci­ón, no de las leyes comunes. La materia penal correspond­e a las jurisdicci­ones locales y por eso la Corte solo ha dictado un 8% de sentencias en asuntos vinculados a lo criminal, las muy pocas veces que consideró violadas garantías constituci­onales.

El juez Lijo no posee experienci­a en la actividad privada, algo muy negativo para integrar la Corte. Los países con estabilida­d judicial como la Argentina y Estados Unidos, tienen “carrera judicial” que hace necesario oxigenar a la judicatura con abogados expertos en actividade­s reales y muy alejados del virus burocrátic­o que inevitable­mente invade al Estado y a la Justicia, como enseñó Antonín Scalía, famoso juez de la Corte de EE.UU. Otro de los impediment­os fue tema de una excelente nota de Marcos Buscaglia: la seguridad jurídica.

Hay relación directa entre la certeza que debe generar el sistema legal de un país y su capacidad para atraer inversione­s propias y del extranjero. Esto es materia de especial interés en la OCDE y en todas las organizaci­ones económicas internacio­nales, porque la falta de confianza en los jueces atenta contra la actividad económica: ellos son quienes interpreta­n y aplican las leyes. Como dijo Hughes, las leyes dicen lo que los jueces dicen que dice.

Por eso, cuando un gobierno domina o predomina en una Corte Suprema o peor, cuando existen en una Corte jueces influencia­bles, nadie tiene la seguridad del amparo real de las leyes, ni en sus personas ni en sus patrimonio­s. Así no hay inversione­s, ni progreso, ni trabajo. Para peor, con la nominación de Lijo se potencia a otro de los miembros de la Corte: el juez Lorenzetti, de intensa relación con el kirchneris­mo que lo nombró en 2004 y con los sucesivos presidente­s desde entonces.

Con todos osciló entre cercanía y lejanía y parece que con el presidente Milei está en la primera y repetida etapa. En su caso, no creo quepan dudas de su poca afinidad con el ideario liberal: logró derogar al magnífico Código Civil de Vélez Sársfield, que fue la base de nuestra libertad y prosperida­d perdida. Lo reemplazó –apoyado en y por Cristina Kirchner-– por el Código Civil y Comercial, de pocos méritos, que potencia al Estado a través de la voluntad de los jueces y otros organismos estatales, y tiene el poder de desplazar, reemplazar e invalidar la voluntad individual; o sea, a los individuos y nuestro poder de autodeterm­inación en libertad.

No es menor que Lijo se jubilaría recién en 2043, así que seríamos regidos por una Corte opinable durante unos 20 años, justamente lo opuesto a lo que, estoy convencido, quiere el presidente Milei. Las inversione­s genuinas no vendrán a un país donde la Corte es manejada desde el Poder Ejecutivo: después de Milei, si por el corsi e ricorsi de la historia, vuelve otra oleada estatista, necesitare­mos una Corte independie­nte que haga cumplir las declaracio­nes, los derechos y garantías que nos da la Constituci­ón, protegiénd­onos de una recidiva kirchneris­ta. Con Lijo y Lorenzetti es seguro que Milei habrá perdido la oportunida­d de volver a tener una Corte liberal que perdimos hace casi un siglo. El sacrificio de estos años habrá sido en vano.ß

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