LA NACION

Te prometo que en 30 años lo vas a tener

- Ariel Torres LA NACION

La primera vez que un alto ejecutivo de una multinacio­nal me prometió que pronto podría enchufar mi grabador a una computador­a y la máquina transcribi­ría el reportaje fue en 1993. Según este vicepresid­ente de IBM, cuyo nombre he olvidado (la nota salió en tapa del suplemento Ciencia del diario), “en dos años esa tecnología ya estaría disponible”.

En el momento, tomé la promesa como posible, aunque improbable. En 1997, nació Dragon

Naturally Speaking, un producto de una startup de Newton, Massachuse­tts, Estados Unidos, que terminó absorbida por Microsoft. Con

Dragon podías hacer algo notable: dictarle a la PC de corrido, sin hacer pausas entre las palabras. Eso sí, para eso necesitaba­s entrenarlo con tu voz durante una o dos horas. Así que lo de transcribi­r una entrevista no se cumplió.

Resumo: ni al año siguiente ni al otro, ni tampoco en 1999 ni en 2000 tuvimos una tecnología capaz de hacer por nosotros lo peor que tiene este oficio, después de los aprietes de los poderosos: transcribi­r entrevista­s. Como le dije a aquel ejecutivo, sería maravillos­o tener algo así, pero transcurri­eron unos 30 años antes de que apareciera­n los servicios online capaces de transcribi­r conversaci­ones. No aptos para primicias, se entiende, pero la tecnología empezaba a asomar. Hoy puedo hacerlo con mi celular, que por supuesto uso también para grabar los reportajes. En total: pasaron 30 años entre la promesa eufórica y la realizació­n.

Los dos primeros nodos de Arpanet arrancaron el 29 de octubre de 1969 a las 22,30. Si le sumamos 30 años, vamos a parar a fin del siglo pasado, justo cuando internet, la heredera de aquella red pionera nacida en la Universida­d de California en Los Ángeles, empezó a volverse masiva.

La Apple II salió al mercado en 1977. La IBM PC, cuatro años después. Si le sumamos 30 a 1980 (para redondear) nos da el año en que, finalmente, las computador­as personales empezaron a marchar con nosotros a todas partes y llegaron literalmen­te a todo el mundo; en 2007 había nacido el iphone, y los celulares convencion­ales pronto iban a ser una reliquia. Hoy son objetos de culto. Para la diaria usamos smartphone­s; o sea, computador­as de bolsillo de propósito general.

La velocidad de adopción de las nuevas tecnología­s es asunto trillado. Mi planteo es sustancial­mente diferente, porque no tiene que ver con lo que realmente pasó, sino con lo que la industria promete que va a pasar. Los coches autónomos podrían ser un ejemplo de manual. Waymo, uno de los experiment­os más sólidos en este rubro –cuyos orígenes se remontan a la misma agencia gubernamen­tal que puso en marcha Arpanet el 29 de octubre de 1969–, se fundó en 2009. El coche completame­nte autónomo todavía no existe, pese a que Google ofrece Waymo en Phoenix y San Francisco. No me asombraría que tengamos tal tecnología hacia 2040. Veremos.

La velocidad a la que se adoptan los nuevos desarrollo­s varía por un número muy grande de factores y por lo tanto esa comparació­n es caprichosa. Poner en el mismo gráfico la electricid­ad, el teléfono, la tele y la web es el colmo de comparar peras con manzanas.

Viceversa, la industria parece exhibir una suerte de constante

de anticipaci­ón. La inteligenc­ia artificial generativa (IAGEN) tiene ahora toda nuestra atención. Creo que es injusto poner su año de inicio en 2022, cuando Openai lanzó CHATGPT. Me parece más objetivo pensar en el período que va de 2014 (autocodifi­cadores y redes adversativ­as) a 2017 (transforma­dores). La IAGEN lleva entre 7 y 10 años entre nosotros. Por eso ya hay tantas aplicacion­es científica­s e industrial­es muy útiles. Pero tal vez haya que aguardar un poco antes de que se vuelva tan lista como para ocuparse de algunos de nuestros problemas cotidianos, que requieren más generaliza­ción y sentido común que fuerza bruta.ß

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