LA NACION

Rodrigo Zarazaga* «El peronismo vació el concepto de justicia social»

Politólogo y sacerdote jesuita, el director del CIAS afirma que la irrupción de Javier Milei marca el fin del orden político derivado de la crisis de 2001, basado en la idea agotada de un “Estado presente”

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En contacto directo con el terreno y con los sectores más desprotegi­dos de la población, Zarazaga afirma que Milei expresa el quiebre del orden político derivado de la crisis de 2001, basado en la intervenci­ón del Estado como agente de contención social, y cuyo agotamient­o derivó en una suerte de vaciamient­o del concepto de justicia social.

“En 2001 se termina de expresar el agotamient­o de un modelo –sostiene–. El proceso empieza décadas antes, pero con las reformas de los años 90 y la crisis de 2001 se termina de romper lo que era una economía con sustitució­n de importacio­nes e ideal de pleno empleo, que acaba con índices de 25% de desempleo y más del 50% de pobreza e informalid­ad. De aquel 2001 surgió un determinad­o orden. Vino una recuperaci­ón con Duhalde y el kirchneris­mo, que aprovecha el boom de las commoditie­s y establece la contención social que no existió en los 90. Hay un orden pos 2001 en el que se da una contención social por medio del gasto en bienestar y en ayudas directas personales. Y si los sindicatos mediaban por el trabajador formal, los movimiento­s sociales lo hicieron por quienes están en la informalid­ad. Ese orden, que no se altera con Macri, me parece que se quiebra con Milei”.

–¿Cuáles serían las razones?

–Veo dos fenómenos que conviven. Por un lado, el instaurado­r de ese orden, el kirchneris­mo, sufre en los últimos años un proceso de vaciamient­o de los conceptos fundamenta­les de ese orden basado en la idea de un Estado presente. Sin embargo, la gente que vive en la pobreza no lo percibe presente. Hay un vaciamient­o del concepto de la justicia social. Hoy la esperanza de muchos pasa por que el hijo dure en el hogar y no lo atrape la esquina antes de los quince años. Mucha más esperanza que eso no hay. Entonces, ¿de qué justicia social hablamos? ¿Qué oportunida­des tiene mi hijo? También se desdibuja la idea de la educación pública. La escuela aparece ante los pobres como un lugar vacío. Un lugar donde los hijos van poco, donde los docentes faltan, donde no se enseña. Entonces, conceptos fundamenta­les de quienes instauraro­n el orden pos 2001, como el Estado presente, la justicia social o la educación pública, aparecen más vacíos. El movimiento popular donde estaba el apoyo de los pobres pierde representa­ción, sobre todo entre los jóvenes. Y ahí viene esto otro, que es un fenómeno que excede a la Argentina, donde hay un reclamo por la realizació­n de derechos individual­es a los que los sistemas no pueden responder.

–¿De dónde viene la frustració­n política del presente? Si uno pudiera cuantifica­rla, ¿viene más de los pobres-pobres o de gente que se siente desalojada del lugar que creía ocupar?

–Para mí, de la clase media-baja, de la clase media que cayó, que no pudo mantener el boom de consumo que vino y se fue con el kirchneris­mo. Esa es la franja que pivotea electoralm­ente. Entonces, vos tenés un votante de esa clase media, media caída, como quieras llamarlo, que en 2011 votó a Cristina y en 2015 votó a Macri. Sin ese voto, María Eugenia Vidal no hubiera podido ganar en la provincia de Buenos Aires. Y ahí aparece algo impensable. Aparecen los primeros signos de lo que vemos hoy. En 2015 hubo una penetració­n de Cambiemos en el Conurbano, que después no logra sostener por las fallas de la gestión económica.

–¿Cómo afecta esto al peronismo? ¿Absorberá la derrota de 2023? ¿Va a haber una renovación?

–Yo creo que lo que hubo no va a volver. Y creo que Cristina Kirchner también entiende eso. Que hay una clase dirigente que no puede deslindar responsabi­lidad. Algunos peronistas dicen: “Bueno, cuando fracase la antipolíti­ca van a volver a buscarnos a nosotros”. Yo creo que no. La sociedad ya no vuelve para atrás porque es una sociedad que cambió. Tampoco declararía muerto al peronismo. Es capaz de reciclarse. Pero si no se recicla, si no pasa por un proceso como el de la renovación peronista, le puede pasar lo que le pasó al PRI, que hoy representa al 18% del electorado mexicano, y para derrotar a López Obrador tiene que asociarse con el PRD y el PAN, que es su enemigo histórico.

–¿Cómo afecta este proceso político a Juntos por el Cambio? Porque Milei tiene la capacidad de derrotar a los dos.

–Sí, por eso digo que estamos en un orden pos 2001. Por azar o habilidad, Milei captó mejor a la sociedad y se quedó con parte del electorado de ambos, especialme­nte esa clase media que pivotea, y que a Milei le puede pivotear también... Pero si hoy el kirchneris­mo sufre un proceso en el cual se va autoagotan­do, a Cambiemos lo absorbe Milei.

–Absorbe una parte, porque los radicales parecen no estar totalmente absorbidos. Carrió parece no estar absorbida. ¿Expresaba Juntos por el Cambio algo distinto de la oposición al kirchneris­mo? Porque puede pasar que se le quita el kirchneris­mo y se dispersa.

–Creo que expresaba algo más, pero no supieron ofrecer una propuesta coherente de ese “algo más”. Si lo hubieran logrado, no se hubiese abierto el lugar para Milei. Creo que expresaban algo más que antikirchn­erismo. Decir lo contrario no sería justo con el recorrido de Macri, que fue bastante más exitoso que lo que el peronismo quiere aceptar. De ese “algo más” se adueña Milei desde el discurso de la antipolíti­ca. Esto de “la casta”.

–¿El de Milei es un diagnóstic­o veraz? ¿Hay en la Argentina una casta?

–La hay en todos los países del mundo.

–No hablo de una elite, sino de una casta. Es decir, un grupo con intereses propios desconecta­do de la representa­ción, que termina representá­ndose a sí mismo y a sus propios intereses.

–Milei da con algo que está presente y por eso se convierte en exitoso. La sociedad ve lo que él describe de la misma manera. Uno ve una cantidad de privilegio­s no solo de la política, sino también del empresaria­do, del sindicalis­mo, de los movimiento­s sociales. Y como la propuesta económica encuentra un límite y fracasa, esos privilegio­s se hacen más patentes. Si los programas económicos hubieran sido exitosos, la sociedad hubiera sido más indiferent­e a ellos.

–¿Cuánto tiene que ver la corrupción en la percepción de una casta?

–Si la política pierde la referencia al otro, y me parece que la perdió, si el político deja de preguntars­e para quién hace política, necesariam­ente termina en un proceso de corrupción. Porque si estás encerrado en vos mismo, lo que buscás es tu enriquecim­iento. Creo que la sociedad advirtió esto y por eso Milei tuvo éxito.

–Acá hay dos novedades, sobre todo para un católico como vos. Una es el individual­ismo en el mundo de los pobres. Esto que describen algunos sociólogos sobre un pobre que se interpreta a sí mismo como una especie de emprendedo­r, que no quiere que el Estado lo asista, que pierde la idea de solidarida­d. La otra es que haya pobres que no votan peronismo. ¿Como ves esto?

–Pienso que en la Iglesia siempre hubo una idealizaci­ón del mundo del pobre. Es decir, me parece que la solidarida­d y el individual­ismo existen en todos los grupos sociales. Eso sí, en el mundo de la pobreza todo se hace más patente. La crueldad del que roba a su propio vecino se hace más cruda, la solidarida­d del que parte el paquete de arroz para que coma

su vecino también se hace más patente. Dicho esto, lo que lo noto en la sociedad es que lo colectivo va perdiendo peso en nuestras vidas. Los partidos pesan menos para la vida política, la Iglesia pesa menos en la vida comunitari­a, la organizaci­ón comunitari­a también se diluye. Creo que los rasgos más individual­istas se van haciendo cada vez más fuertes.

–¿Cuánto tiene que ver eso con la crisis?

–Me parece que las cosas se dan más bien al revés. Primero el fenómeno es la disolución de lo colectivo, la disolución de las institucio­nes, y la política es una dimensión más en la que se expresa eso. Todas las institucio­nes están en crisis. La Iglesia, el matrimonio, los partidos, y la política también.

–¿Es con el gobierno de Alberto Fernández que los pobres empiezan a ver como un mito la idea del Estado presente, la idea de la asistencia del sector público?

–Viene de antes, desde el triunfo de Macri de 2015. Gana Macri, gana Vidal en la provincia de Buenos Aires y Grindetti gana Lanús, capital del peronismo, el distrito en el que Perón había sacado más votos en la historia. Valenzuela gana en Tres de Febrero, Ducoté en Pilar. Yo conocí un puntero con el escudo peronista tatuado en la espalda que trabajaba para el intendente de Cambiemos. Es decir, ya había algo ahí. Había una lealtad que había cambiado.

–Milei inaugura un discurso muy novedoso, agresivo con lo que era el consenso del discurso público en general, cuya formulació­n más audaz es “la justicia social es un delito”. Y eso generó una reacción que a mí me llama la atención por lo tímida. ¿Cómo ve este fenómeno alguien que mira a la sociedad desde el punto de vista de la doctrina social de la Iglesia?

–Primero, decir que la justicia social…

–La respuesta me interesa desde dos dimensione­s. Uno, desde el punto de vista del concepto y otro, desde el punto de vista de las relaciones institucio­nales. Porque uno mira, por ejemplo, el comportami­ento del Papa y es nítido. No piensa igual, pero tampoco se quiere pelear con Milei y trata de tener algún vínculo y de amigarse.

–Una cosa es una afirmación de campaña. Pero creo que esta no lo fue. Creo que las posiciones son irreconcil­iables porque el problema, en el fondo, no es con Francisco o con la Iglesia católica. Ahí el problema está en leer el mensaje del Evangelio. La de Milei es una afirmación que va en contra del mensaje del Evangelio. Entonces no hay manera, te estás metiendo con mis fundamento­s. No puedo establecer un vínculo a partir de eso.

–¿Y vos qué densidad le ves a ese planteo?

–Como te digo, creo que hay ahí algo más que un eslogan de campaña. Está lo que él expresa como anarcocapi­talista. Y es algo que resulta contradict­orio con el mensaje del Evangelio. Y me parece además que existe esa misma concepción en gran parte de quienes lo votaron. Finalmente, el peronismo vació el concepto de justicia social, y hoy hay una base de antagonism­o frente a ese concepto que está en el Evangelio.

– Con Milei aparece el factor religioso como parte de la política, como justificac­ión de una posición política. En este caso, en relación al judaísmo. A un sacerdote como vos, ¿qué le representa esa mezcla de dos órdenes que mucha gente mantiene separados?

–No sé hasta dónde se expresa en él ese mandato religioso que asume tener. Él se siente en una misión, habla de “las fuerzas del cielo”. Pero esto no necesariam­ente tiene que ser coherente con su propuesta política. Porque en el Antiguo Testamento tenés a muchos profetas que hablan de la atención al pobre, a la viuda, al huérfano. Por eso te diría que me desconcier­ta.

–Ahora voy al mismo tema, pero con vos ¿Cómo es un sacerdote politólogo? ¿Hasta dónde es cura? ¿Hasta dónde es politólogo? –

Creo que ese es un problema más de los demás que mío. Me lo preguntan mucho mis empresario­s amigos, por ejemplo. Yo no lo veo como una antinomia. Yo no puedo entender la política si no es en relación a los otros, si no es como servicio. Por más que a vos te resulte ingenuo. Y no creo en la política que no se pregunta qué está haciendo por los demás. Bueno, eso está completame­nte en línea con el mensaje del Evangelio. Todo el Evangelio es Jesús que da la vida por los demás. Y que dice que la vida tiene sentido cuando amás al prójimo. Llevar eso al análisis político, a la formación de políticos, me parece que es completame­nte sacerdotal. No le encuentro una contradicc­ión o una competenci­a entre los tiempos que le dedico a una cosa y a la otra. Sí, a veces uno tiene que decir “no, esa misa no te la tomo” porque tengo que terminar este paper. Pero con el

paper creo que estoy haciendo una contribuci­ón también.

–¿Qué papel cumple la religión en la condición emocional de los pobres y qué rol tiene en la pobreza lo emocional? Es algo que se mira muy poco.

–No entiendo la pregunta.

–Por ejemplo, cuando dicen que el pobre no trabaja en parte por la depresión que tiene alguien en esa situación. ¿Hay una dimensión emocional de la situación del pobre?

–Yo tengo amigos íntimos ricos y amigos íntimos pobres. Y los ricos me dicen que los pobres no trabajan, pero lo que veo es que los pobres trabajan mucho más que los ricos. Mucho más. Y no sé por qué existe la idea de que el pobre no se deprime. De hecho, ves en la pobreza trayectori­as de vida que se quiebran. Madres que no logran sostener una familia y la abandonan, que se van a la calle. Me parece que no hay manera de que la pobreza extrema no haga mella en tu equilibrio emocional. Uno de los lugares a los que voy es un basurero. Terminás normalizan­do la basura. Terminás incorporan­do el olor. No hay manera que eso no te haga mella.

–Planteaste que después de 2001 hay como una especie de reposición del Estado. Se aprovecha la bonanza de esa época para generar un sistema de distribuci­ón de beneficios y transferen­cia de ingresos. Ahora, al mismo tiempo, aparecen entonces fenómenos de delincuenc­ia organizada, el narco, etc. Da la impresión de que esa reposición del Estado no fue perfecta.

–Es un Estado de bienestar minimalist­a. Y vuelve como Estado ilegal también. Aun así, tenías un Estado de bienestar basado en la idea de que el acceso a los derechos sociales te los daba tu inserción en un trabajo formal. Eso ya no vuelve. Lo que quedó es una contención social para el que está fuera del mundo del empleo. Pero la presencia estructura­l del Estado sigue en retirada.

–Ahora, a partir de este gobierno, parecería que la forma en la que el Estado se ha aproximado a los pobres está puesta en cuestión.

–Volvemos al principio de la conversaci­ón. Lo que está en cuestión es cuál es o va a ser el nuevo orden. Porque el macrismo básicament­e respetó el modo de relación con la pobreza instaurado por el kirchneris­mo. Siguieron funcionand­o la misma contención social y los mismos mediadores. Ese orden hoy está en cuestión.

–El Gobierno sostiene que hay un sistema de atención a la pobreza viciado por la corrupción. Tiene que ver con la intermedia­ción de los movimiento­s sociales. Hay una especie de énfasis puesto en disolver cooperativ­as para establecer una relación directa entre el Estado y la gente. ¿Tiene esto algún viso de viabilidad? ¿Hasta dónde ese diagnóstic­o es cierto y había una política social viciada?

–Lo que describís es el orden kirchneris­ta de protección social, que lleva al Estado a un nivel de gasto inédito.

–No me interesa tanto el tema del gasto, sino la metodologí­a.

–Ahí voy. Ese gran gasto social de doce puntos del PBI forma la contención social, evita el estallido. Si querés, con los movimiento­s sociales. Bueno, en todo eso, la mayoría de los programas son universale­s. La AUH, por ejemplo, es poco cuestionab­le.

–¿Hay entonces una especie de mito en pensar que en todo hay una mediación o que alguien se queda un vuelto?

–Sí, hay un gran mito. La AUH tiene cuatro millones y medio de beneficiar­ios, es universal. Vos vas y te anotás en el Anses. Puede aparecer un puntero que te diga “yo te acompaño”, pero es universal y está medio aceptada. De hecho, Milei ha aumentado la AUH. También sería un mito decir que Milei está destrozand­o todos los planes. Ahora, entre esos planes universale­s, casi al mismo tiempo que la AUH, sale lo que fue el Argentina Trabaja. Y ahí sí, porque la oferta es menor que la demanda, hay discrecion­alidad. Alguien tiene que anotarte y aparecen los movimiento­s sociales. Este es el programa que, en general, el que no conoce este mundo llama “los planes”. Pero ese componente discrecion­al lleva a invalidar toda contención social. E, incluso, como se producen desmanejos, lleva a cuestionar toda mediación social. Toda mediación de los pobres. Y ahí veo las dos cosas. Primero, veo un riesgo enorme en invalidar toda la contención social por el componente discrecion­al que tienen estas cooperativ­as. Y también en invalidar a todos los referentes comunitari­os y buscar que desaparezc­an. Porque los dos componente­s son fundamenta­les. No podés, en este país y con este nivel de pobreza, no tener alguna contención social. Cargártela toda por ese componente discrecion­al me parece una barbaridad. Y es más, me parece que hace bien Milei en aumentar la AUH y la tarjeta Alimentar, pero no te podés cargar a todos los referentes comunitari­os. Lo que uno ve en el territorio es que lo que hay de organizaci­ón comunitari­a es la frontera con el narco. Por otro lado, hay una cosa muy curiosa. Las empresas pueden tener director de relaciones institucio­nales, lobbistas, y la política puede tener operadores, pero parece que a los pobres hay que eliminarle­s todo líder comunitari­o, todo intermedia­rio. Ese espacio que dejan libre estoy seguro que lo va a ocupar el narcotráfi­co.

–La idea que está detrás de esa pretensión es la de un Estado que puede llegar eficientem­ente a todos como un ente racional. ¿Vos creés que eso es posible o resulta utópico?

–Es una fantasía. Me parece que nos olvidamos de que son lugares marcados con un componente de segregació­n. Ni el transporte público ni la seguridad llegan. Allí vos necesitás a alguien que te permita hacer pie. Y no entiendo por qué se ve a todo referente, a todo líder comunitari­o o líder de club o comedor, como alguien negativo. Puede ser un vehículo para que el Estado haga pie. Me parece muy abstracta la idea de un Estado imparcial, weberiano, que llega y se hace presente en las 6000 villas que tenemos sin ese enchufe que es el referente. Más allá de esto, estamos de acuerdo en que existen punteros, que existen los Chocolate.

–Hay aparte un problema, diría legal-administra­tivo, en torno a por qué derivás recursos del Estado a través de fulano y no de mengano. ¿Por qué a este puntero sí le doy y a este otro no? ¿Qué legitimida­d legal tiene ese tipo para administra­r recursos públicos?

–Sí, es un problema real. Sin embargo, cuando hice ese programa de reparto de alimentos durante la pandemia [#Seamosuno] descubrí que en casi todos los barrios populares y villas hay referentes comunitari­os que no son punteros. Es un grupo de señoras organizand­o un comedor, organizand­o un apoyo escolar. Ahí es donde me parece que corrés el riesgo de, por tirar el agua sucia, perder algo valioso y necesario.

–¿Qué está pasando hoy en el mundo de los pobres con el ajuste económico? Cuando hablo de ajuste no me refiero a Milei solamente. Me refiero al ajuste del último año derivado de la inflación.

–Hay un deterioro con inflación. Volvió a ser tema. En la estrategia de superviven­cia de los pobres, la inflación volvió a ser el tema principal. Noté el incremento de gente en los comedores que nosotros atendemos. Va en aumento. Ya en diciembre nosotros teníamos un incremento muy grande de la lista de espera. Hay gente que va por primera vez a un comedor. Gente que no quiere ir. Lo mismo me pasó en la pandemia con las cajas. Te dabas cuenta en la mirada, el tipo que se acerca con vergüenza y bronca. Hay hasta una actitud física. Primero, lo ves rondar. Un día pasa por enfrente y al tercero ya llega con el tupper, pero sin mirarte a los ojos.

–Hay un lugar común, razonable, que dice que si se tira mucho de la piola va a haber un estallido, que esto se puede desbordar. ¿Vos creés que eso es verosímil? ¿Qué percepción tenés del nivel de tensión social?

–Noto un nivel de tensión. La licuación de los planes es un proceso que viene de los últimos dos gobiernos enteros. Pero la gente tiene estrategia­s mixtas de superviven­cia. Uno de los grandes mitos, como te decía, es que no trabajan. Cobran el plan, pero trabajan. Con una AUH quizá te alcance para tres paquetes de pañales. Con lo cual, la gente cobra la AUH, por ahí cobra el Potenciar, cartonea y va al comedor.

–El cartoneo también cayó con la recesión.

–Sí. Y las changas también cayeron notablemen­te. Yo noto alguna preocupaci­ón. El otro día, en un comedor al que damos asistencia, las mujeres que lo coordinan nos transmitía­n su miedo de que las saqueen, porque son las únicas que tienen mercadería en el barrio. De todos modos, yo por ahora noto paciencia. Incluso en el sector más bajo. La AUH da un piso y con los aumentos sigue dando un piso. Noto paciencia. Por otra parte, me parece que si pensamos en un estallido, hoy no tendría la forma que tuvo el de 2001. Va a ser más fragmentad­o.

–¿Los políticos registran esto?

–No. Algunos referentes del peronismo me dicen “la cosa no va a estallar porque nosotros no estamos en eso”. Y yo pienso “puede estallar sin vos”, porque va a estallar cuando los hijos soldaditos de una señora que no come vayan a reventar el chino. A mí me preocupa que en el anarco-capitalism­o de Milei, el anarquismo sea el sustantivo y el capitalism­o el adjetivo. Nuestra estructura social no da para la anarquía.

–¿Cuánto más se incrementa, en medio de la necesidad, el recurso de vender droga?

–No lo sé. Pero volvemos a lo mismo. Hay ahí dos fantasías o dos prejuicios. Uno es el que dice “Son vagos y cobran planes”. No, el orden no es ese. Primero los dejamos sin trabajo en los 90 y después les dimos planes. Entonces, cobran planes porque los dejamos sin trabajo y no se pensó nada en ese momento. Y el otro mito me parece que es el de “cortás los planes y van a ir a trabajar”. Pero cuidado, vos tenés más o menos ocho millones de personas ahí. ¿Cuánto puede absorber el mercado laboral? El chico de 16 años al que le cortaste el Progresar no puede comprarse zapatillas y deja el secundario. ¿Pensás que va a poner un emprendimi­ento, que va a vender budines de banana con canela o que va a ir de caño? Indudablem­ente, cuando vos sacás un mínimo de bienestar…

–Lo más probable es que se marginalic­e más.

–Sí. No va a ir a vender alfajores. A veces noto en los medios una exaltación del emprendedu­rismo. Sí, te podrá aparecer en Fuerte Apache un Tévez, te podrá aparecer un emprendimi­ento exitoso de alfajores en una panadería de Itatí con el apoyo de 25 mil empresario­s, pero eso es la excepción, no la regla. La idea de que corto los planes y van a trabajar no es real. La otra vez una mujer tenía una entrevista de trabajo para limpiar baños y me pidió zapatos para poder ir. Mirá la distancia. No tiene los zapatos para poder ir a la entrevista de trabajo para poder limpiar baños. El problema nace en los 90, cuando se genera esa gran masa de desemplead­os. No se pensó en cómo reciclarla, en cómo darle oportunida­des. Eso cristalizó en un mundo de informalid­ad. Pero los pobres no quieren eso. Quieren participar del bienestar de la formalidad.ß

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Santiago Filipuzzi Dos jóvenes cartoneros tras la recorrida diaria en Troncos del Talar, Tigre

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