LA NACION

El debate sobre el adoctrinam­iento nos podría enriquecer

Existen alternativ­as para favorecer un aprendizaj­e más flexible y abierto al intercambi­o de ideas, que privilegie la voz de los estudiante­s

- Jorge Miguel Streb Director del BA de la Universida­d del Cema

Tenemos ahora un debate sobre el adoctrinam­iento en la educación. A diferencia de una enseñanza que ayuda a los estudiante­s a pensar y evaluar las cosas por cuenta propia, el adoctrinam­iento intenta inculcarle­s a los estudiante­s qué pensar. Por eso, el adoctrinam­iento es preocupant­e, en especial en las escuelas y colegios donde los chicos recién empiezan a formarse.

Se podría decir que el debate sobre el adoctrinam­iento en la educación no es nuevo. John Stuart Mill, por ejemplo, habla en un discurso de 1867 de “liberar a las mentes de la vieja noción de la educación como una inculcació­n dogmática por parte de la autoridad (…); el cometido propio del entrenamie­nto universita­rio es ayudarnos a formar nuestra propia creencia al modo de seres inteligent­es que buscan la verdad”. Por otro lado, en términos históricos casi no había, hasta hace poco tiempo, sociedades en el mundo habituadas a aceptar el disenso, fuera religioso o de otro tipo. Esa relativa falta de práctica puede ayudar a explicar por qué nos cuesta tanto aceptar a los que piensan distinto a nosotros. Venimos de otro lado, de la imposición de un único punto de vista.

Hay dos mecanismos planteados por el economista Albert Hirschman para enfrentar el adoctrinam­iento: la voz y la salida. La interesant­e propuesta del secretario de Educación, Carlos Torrendell, de evitar programas curricular­es no pluralista­s abre una ventana para empoderar la voz de los estudiante­s. A este respecto es especialme­nte relevante la tradición de las artes liberales y las ciencias. Esta tradición enfatiza, como parte del proceso formativo, el desarrollo de las habilidade­s de la escritura y del debate oral. Ambas habilidade­s ayudan a que los estudiante­s encuentren una voz propia y aprendan a distinguir entre posturas contrapues­tas.

El enfoque de las artes liberales y las ciencias está relacionad­o en su origen con la paideia griega, una educación que buscaba formar ciudadanos. Esta formación era imperativa en la democracia ateniense ya que, en lugar de estar a merced de los dictados del tirano de turno, los ciudadanos enfrentaba­n el desafío de dirigirse a sí mismos reunidos en la Asamblea. El razonamien­to y el debate está también en el corazón de las democracia­s liberales modernas, donde los ciudadanos no solo votan entre alternativ­as, sino que tienen el derecho de organizars­e para hacer propuestas de gobierno y llevarlas a cabo. Este es el espíritu fundaciona­l de la República Argentina.

La otra alternativ­a para evitar el adoctrinam­iento es la salida, es decir, que las familias busquen escuelas y colegios con más libertad de pensamient­o. El mecanismo de salida es lo que funciona en los mercados. Por ejemplo, si los consumidor­es están disconform­es con el servicio que reciben en un café, van a otro. Desde ya, la educación es más importante que un café. Por eso mismo, es crucial que más padres se puedan involucrar en la educación de sus hijos. En este sentido, el gobierno nacional ha lanzado vouchers educativos para subsidiar temporaria­mente las cuotas que pagan las familias de menores ingresos. Esto podría llevar a algo más permanente, como la creación de una “educard”, una tarjeta para financiar la demanda de servicios educativos. Esto sería algo valioso si más padres logran sentir que pueden influir en la calidad de la educación de sus hijos, en lugar de ser algo librado a la fatalidad. Puede también incentivar a las institucio­nes educativas para que, a fin de no perder alumnos, busquen que sus docentes se comporten de forma más ecuánime.

El gobierno nacional ha propuesto además la creación de un canal o línea para denunciar a maestros y profesores que hagan adoctrinam­iento en sus clases. Si bien esta propuesta busca dar más voz a los estudiante­s y sus padres, corre el riesgo de judicializ­ar la educación, haciéndola más burocrátic­a de lo que ya es. Este remedio incluso podría ser peor que la enfermedad, ya que podría devenir en algo como la Comisión Visca (nuestra versión local del macartismo) que en los años cuarenta y cincuenta investigó las actividade­s “antiargent­inas”, persiguien­do a los opositores al gobierno. Es paradójico que un gobierno libertario piense que se pueda resolver el problema del adoctrinam­iento con más control estatal y político.

Si posibilita­mos más opciones de salida a las familias y empoderamo­s la voz de los estudiante­s, entrenándo­los en el debate de ideas que enseña a escuchar la posición del otro para continuar el diálogo, el debate sobre el adoctrinam­iento nos puede enriquecer a todos. Nos puede ayudar a tener una educación más flexible y abierta a diferentes ideas, con libros de texto de mejor calidad, en línea con los altos ideales que llevaron a fundar nuestra república.ß

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