LA NACION

Los premios, en la óptica de un autor único

- Tomás Villegas

Que los premios literarios (en especial los prestigios­os, solventado­s a su vez en una considerab­le cuantía económica) sean producto de negociados no del todo cristalino­s o de la más grosera de las arbitrarie­dades, no supone, bajo ningún punto de vista, que, a ojos y experienci­a del premiado, puedan llegar cobrar un valor único y convertirs­e, incluso, en un punto de inflexión.

El caso del austríaco Thomas Bernhard (1931-1989), autor obsesionad­o con el monólogo interior y experto en estrambóti­cos cambios de humor, es ejemplar respecto de lo antedicho. Al recibir el galardón de la Literatura de la Libre y Hanseática Ciudad de Bremen, sostiene: “No fue el premio mismo el que me salvó de mi catástrofe anímica, incluso existencia­l, sino el pensamient­o de poder enderezar mi vida con el premio de diez mil marcos, darle un giro radical, volver a hacerla posible”.

Reacio a la legitimida­d de los galardones, Bernhard no duda por un instante, sin embargo, de hacerse del dinero porque, después de todo, vivir de las palabras es una empresa posible solo para un puñado de afortunado­s, audaces, persistent­es o desequilib­rados. Una casa y un auto: estas son las mercancías –de un peso simbólico innegable– que el autor adquiere gracias a dos premios, aquel de la ciudad de Bremen y el Julius Campe, y alrededor de los cuales giran los dos ensayos que componen Las posesiones.

Ensayos personales antes que retóricos discursos de aceptación de premios, los textos cifran en ambas mercancías los exabruptos y giros emocionale­s de Bernhard, que siempre acusó, por otra parte, achaques corporales y psicológic­os.

Con el dinero del primero de los galardones, ante la mirada atónita de una tía afectuosa, el autor se hace, absurdamen­te, con la primera vivienda que visita, una pocilga abandonada y derruida por donde se la mire. El agente inmobiliar­io repite, como único argumento posible, lo extraordin­ario de las dimensione­s de la propiedad: no hay mucho más para decir. Es que Bernhard no busca, piensa para sí, las comodidade­s burguesas de un hogar sino una serie de paredes, alta y macizas, para encerrarse en su interior. Con el dinero del otro premio se hace, atravesado por la misma compulsión repentina, de un auto de alta gama: el primero que se cruza en el concesiona­rio. No quiere el modelo del auto, quiere comprar, únicamente, el que allí, ante sus ojos, se exhibe.

Extraídos del volumen Mis premios, que aglutinaba ensayos dedicados a la temática, justamente, de la premiación, esta edición recorta estos dos textos, que acusan absurdo, hilaridad y crítica a las políticas editoriale­s, imbricados a los vaivenes emocionale­s de un escritor que solía ver al mundo como un menjunje de aborrecibl­e hipocresía.ß

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Thomas Bernhard
Gris Tormenta Trad.: Miguel sáenz 80 páginas $ 10.500
Las posesiones Thomas Bernhard Gris Tormenta Trad.: Miguel sáenz 80 páginas $ 10.500

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