Mis diarias elecciones
devociones. No me modifico, sigo siendo yo misma, con mis miedos, avances, retrocesos, tendencias, dudas, vocaciones. Llevo tatuados en mi nuca interior –donde dicen que se encuentra el inconsciente–, los caminos que alguna vez inicié y en los que perduro, con todo y a pesar de todo. No es fácil elegir los mismos amores ( profesión y apegos) ya que existen malentendidos, reprimendas, falta de reconocimientos... ¿ Y a quién no le ronda cierto hastío? Pero me pueden mis fantasmas- angelitos, que me atraparon en algún pasillo de mi infancia, mientras jugaba a las escondidas o a la ronda, y me hicieron lo que soy, mezcla rara de Cenicienta sin hada madrina (solo mi lucha enajenada, a brazo partido) y de pujante feminista errada, ya que confío en el sentido común de los hombres: puestos a decidir, lo hacen con neuronas, no con latidos. Con esos sueños de rayuela y esquinita convivo, hablándoles en voz alta, en la soledad propicia junto a hornallas mudas pero inspiradoras, en los atardeceres con lluvia o en las interminables esperas, no solo bancarias o parentales. Quien se arriesga a v i vir conoce esperas de todo tipo, extensión, precio, daño o triunfo. Cuando voy por mi segunda taza de café, ya diseñé mis deseos primordiales. Esa literatura griega que Ariel desentraña si yo insisto, ese diccionario de Barbarita donde hallamos vocablos sabrosos y la dicha de mis hijos que son cuatro, compañeros incluidos, que me iluminan las horas y me delinean la inmortalidad. Soy una hambrienta de afectos y tengo el abracadabra para recibirlos a raudales: es el deseo bien entendido lo que atrae lo ansiado. Cuando elijo cada día mis inclinaciones sin vueltas, aparece el atajo que me empuja hacia la ruta indicada. ¿Los cambios? Apenas la placentera planificación de un viaje, una tarea estimulante, un desconocido que parece mi gemelo. Lo demás, que me es propio, per- siste bien plantado, inamovible, irrevocable. Leer, escribir, entender las existencias, recostarse un rato en el pasado, con fotos de artistas y libros releídos que permanecen en la media luz de la nostalgia placentera. Aquella f rase de mi padre bajo el cristal de su escritorio: "Trabaja y persevera que en el mundo nada existe rebelde e infecundo para el poder de Dios o el de la idea". En esa insistencia de elegir a diario idénticos objetivos reside la ventura, aun la más breve. No es de mediocres habituarse a cielos repetidos, estimulados, apetecidos y alcanzados, sino de conciencia coherente, bien dispuesta, sin alteraciones. Hay que poner el corazón, la mente y el intelecto en los actos más pequeños para lograr el éxito. Cuanto mayor el ánimo, mayor la gloria. Ya con mi tercera taza de café, coincido con Wendel Holmes: "El modo por el cual lo inevitable llega a suceder es el esfuerzo".