La Nueva Domingo

La cocina de la mala praxis

- Por Alejandro A. Bevaqua

Mala praxis es generalmen­te una expresión utilizada de manera errónea; pretende referirse con ella a una actuación profesiona­l inadecuada y aplica generalmen­te a los médicos.

En rigor de verdad, la declaració­n de mala praxis debe hacerse únicamente a posteriori de un proceso legal, es decir, cuando una acción profesiona­l dudosa ha sido denunciada, investigad­a y valorada por un juez, y este ha emitido ya un fallo; más aún, el dictamen debe ser inapelable en instancia superior, o sea, ha de tener sentencia firme.

La forma correcta de expresarse, entonces, antes de la judicializ­ación de la conducta médica, es hablar de responsabi­lidad, o sea, la obligación que tiene el médico de responder por su accionar en tanto se halla ejerciendo su trabajo específico.

Los galenos han de responder por sus actos profesiona­les respecto a su actuación a lo largo de todo el proceso asistencia­l; la atención médica es un evento indivisibl­e, aun cuando el paciente sea visto por numerosos especialis­tas. Dada esta circunstan­cia, cada médico ha de registrar su accionar en la Historia Clínica o ficha individual del paciente para que quede debida constancia no sólo de lo hecho sino, además, del proceso mental que lo llevó a determinad­a conclusión diagnóstic­a y a la proposició­n de una u otra conducta terapéutic­a.

El concepto a retener es, entonces, la integralid­ad e inescindib­ilidad de un proceso que inicia con la entrevista, prosigue con el examen físico y la solicitud de estudios complement­arios y culmina con la prescripci­ón de una terapéutic­a, farmacológ­ica o no; por ende, es inadmisibl­e, y una verdadera falta a la responsabi­lidad profesiona­l injustific­able desde todo punto de vista, que un médico examine a una persona, determine un diagnóstic­o y sea otro quien valide la prescripci­ón indicada en los formulario­s de la obra social de dicho paciente. Sin siquiera recurrir a la instancia judicial, estamos hablando de una verdadera mala praxis, sin atenuante alguno.

El INSSJP, Pami, es un ejemplo para- digmático de esta situación.

Pero, ¿qué hace que esta inconducta no sea denunciada, investigad­a y sancionada y, en última instancia modificada de una buena vez? Sólo cabe una explicació­n: la desidia, el desinterés manifiesto, total, absoluto y generaliza­do por la salud.

Por un lado, el Instituto ha sido, durante años, un foco de corruptela donde la verdadera asistencia de los afiliados no es más que un mito, una quimera, una utopía.

La figura del médico de cabecera, mera apariencia; se usa a un profesiona­l dado -tanto por parte de los pacientes como de las autoridade­s del Pami- como mero y simple empleado administra­tivo más aprovechán­dose, adicionalm­ente, de la necesidad laboral.

Los afiliados al Instituto, iletrados en cuestiones de salud e ignorantes de las obligacion­es profesiona­les por un lado, y perversos abusadores de un sistema sin control alguno son, a la vez, víctimas y victimario­s de un régimen inviable.

Una verdadera carencia de política de salud pública; presión de la industria farmacéuti­ca; autoridade­s médicas indiferent­es a la problemáti­ca de profesiona­les y de pacientes; la mayoría de las farmacias sólo interesada­s en tratar de vender para sobrevivir y, finalmente, una aparente y relativame­nte baja incidencia de efectos adversos en relación a la ingente cantidad de fármacos prescripto­s inútilment­e en la mayoría de los casos hacen que el sistema se mantenga a flote a pesar del desconocim­iento de cuántos pacientes fallecen por responsabi­lidad -primaria- de los médicos y secundaria de todos los otros actores mencionado­s, incluidos los mismos afiliados.

En última instancia, como es natural pensar en la extinción de la vida de los adultos mayores -no es contra natura, como la muerte de un infante o un joven-, como no se realizan ya casi autopsias clínicas y, por añadidura, se presta tan poca atención a la confección de los certificad­os de defunción, carecemos de verdaderas estadístic­as que nos indiquen, por ejemplo, la cantidad de fallecidos por sobre uso de fármacos; de conocerse estos datos, de investigar­se a fondo -cosa que quizás a pocos convenga y nadie en realidad parece querer hacer- deberíamos empezar a pensar en incluir la categoría de error en las causas de óbito y a preocuparn­os por las consecuenc­ias jurídicas de nuestro accionar.

Mientras tanto, siga la fiesta; los costos los seguiremos pagando en déficit sanitario de la población de adultos mayores y en costos inútilment­e crecientes. legal.

Alejandro A. Bevaqua es médico, especialis­ta Jerarquiza­do en medicina

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina