La Nueva Domingo

De una estación de servicio a la Libertad

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de viaje. La idea es que esta visita impulse la promoción de nuestro país como destino turístico en los Estados Unidos y Canadá, aunque Grullón asegura que “ya conozco bien la Argentina y la vendo mucho”.

Segarra explica que el grupo de agentes de viaje es sólo uno de tres convocados por el consulado. El segundo es un contingent­e de estudiante­s de la Marina Mercantil de la Universida­d del Estado de Nueva York (SUNY) y el tercero, la comunidad argentina en general.

De hecho, gran parte de quienes visitan la fragata son argentinos. Alberto “Beto” Pérez, por ejemplo, ya la ha recorrido en nuestro país. Es por eso que la reconoció de lejos mientras caminaba bordeando el Hudson, y también por eso que ahora prefiere relajarse en el deck antes que participar del tour que ofrece un guardiamar­ina en impecable inglés. De todos modos, dice, “me hice una escapadita para verla” porque la considera “un ícono de nuestra

Varios tripulante­s de la fragata hablan de la Armada como de un sueño que se remonta a la infancia. Para al menos uno de los actuales cadetes, no obstante, la historia es algo más intrincada.

El joven cuenta que terminó el secundario sin deseos de estudiar y trabajó durante años en una estación de ser- amada Argentina”.

No es el único; ni tampoco el único habitué. Esta es la cuarta visita de Nino y Liliana Del Core, que hace treinta años viven en el estado de Nueva York. “Tratamos de venir cada vez que viene”, dice Liliana, “porque es un pedacito nuestro”. Nino ex- vicio, hasta que empezó a repensar su decisión: extrañaba el desafío intelectua­l y le pesaba la rutina.

Poco después recibió una visita inédita en su lugar de empleo --la de un oficial de la Marina--, a quien le cargó nafta entre tímido y curioso; quiso saber el porqué de su buen porte y uniforme, pero plica: “Eso lo aprendí cuando era chico, al visitar junto a mi padre la fragata misilístic­a de la marina italiana “San Giorgio” en su paso por Buenos Aires. Mi papá había combatido en la Segunda Guerra Mundial con el ejército italiano y emigrado a la Argentina a su finalizaci­ón; antes de su-

Para algunos argentinos que se encuentran radicados en EE.UU. visitar la Fragata significó un breve regreso a nuestra patria.

no se atrevió a preguntarl­e.

Por fortuna, el oficial volvió más de una vez y el joven se aseguró de ser siempre quien lo atendiera. Un buen día, se animó a entablar conversaci­ón con él. Así aprendió sobre la vida en la Armada y supo que quería postularse a la Escuela Naval.

Su inquietud: faltaban po- cas semanas para el examen de ingreso y hacía mucho que él había dejado la academia. Algún otro, en su lugar, se habría rendido o al menos esperado al año siguiente, pero él no podía esperar: tenía la edad límite de ingreso a la carrera.

Decidido a reencauzar su vida, invirtió sus ahorros en tutores que lo prepararan para cada una de las materias a rendir. Cinco años más tarde, ya no es playero sino guardiamar­ina en comisión y candidato a oficial. bir al barco le dijo al marino que estaba apostado en el puente, “pido permiso para entrar en un pedacito de mi país”. Para Nino y Liliana, la “Libertad” es eso: un breve regreso a la patria tras décadas en Nueva York, donde -se lamentan- aún se sienten extranjero­s.

“Es un muestrario de lo que somos, de la Argentina federal”, agrega Nino en referencia a los guardiamar­inas, que provienen de todas partes del país. “Da gusto ver chicos tan educados, porque la gente puede tener sus estereotip­os sobre la Argentina, creados por lo que ve en películas o noticieros o lo que fuere, pero esto es la realidad también; la realidad positiva. Somos una gran nación”, concluye.

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