La Nueva Domingo

Ser adulto y no morir en el intento

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– ¿ Y luego?

–Entender que el “no” del adulto también es un derecho de los niños. Es bueno que ellos tengan cada vez más derechos, pero que alguien les diga qué está bien y qué es lo que está mal también es un derecho de ellos. Es más fácil decir que sí, porque el sí es gratifican­te, barato, fácil y nos da una idea de una especie de amor constante e incondicio­nal de nuestros hijos. Pero el “no” es más importante. Porque construye, es creativo y es productivo cuando se hace en forma respetuosa, en términos de conf ianza y de ref lexividad. Los chicos lo necesitan como también necesitan que se lo expliquemo­s. Deben entender que hay cosas que no se pueden comentar y que nunca se van a explicar, pero tiene que haber un ámbito de confianza como para que ellos entiendan que ese es un “no” de cuidado, de amor. Para Narodowski: “Ahora somos todos chicos, porque ser adultos es como una mancha venenosa. ¡Y ser anciano es todavía mucho peor!”. En la cultura posfigurat­iva, los adultos eran la referencia de la sociedad. Ya lo decía el viejo Vizcacha “El diablo sabe por diablo. Pero más sabe por viejo”. Con el cambio brutal en nuestra sociedad, los viejos pendulan entre dos extremos: por un lado, el viejito copado de 80 años que hace gimnasia, anda en bicicleta, tiene página de Facebook y se muestra vigente; y por el otro, el abuelo de los Simpson, Abraham, que vive en un geriátrico, recluido, que tiene mal olor, que se la pasa hablando de la década de los treinta y que nadie lo quiere ver. Estos dos extremos tienen un punto en común: en ambos casos se borra la idea del anciano referente.

– ¿ Sería algo como un “no” positivo?

– Sí, que crea positivida­d. Tenemos una idea de que es represivo y por lo tanto es malo, negativo. Pero ese “no” genera oportunida­des también. Aparte de cuidar y de proteger, abre

– Si bien en la caracteriz­ación de Mead no hay una connotació­n moral, están quienes aún piensan que “antes era mejor”. ¿ Hay algo de eso? –Probableme­nte para muchos –no para mí–, sea mejor lo de antes porque es a lo que estábamos acostumbra­dos. Hay una nostalgia por la infancia

y la adultez perdidas. No se trata del problema de que los adultos voluntaria­mente tomaron una decisión –y en ese sentido me diferencio de otros autores– sino que es una condición de la cultura y que tenemos que entender que ahora son otras las reglas del juego. Por Agustina Tanoira Fotos: ejwhite/Istockphot­o y gentileza entrevista­do.

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